”Mínimo y dulce Joan Miró”.Tal es, sin duda, la definición que mejor encuadraba a la
manera de ser y aparecer de este personaje insólito (en la más recta acepción etimológica del término), ejemplar único por inclasificable e irrepetible en la cuenta y recuenta del arte de nuestro tiempo. La parvedad de su estatura y la afabilidad de su trato, no exento de ironía y socarronería lugareñas, concordaban a las mil maravillas con la advocación seráfico-rubeniana que encabeza estas líneas, en tanto la agudeza de sus ojos, perpetuamente azules, y la elocuente anticipación de sus gestos le ahorraban palabras a la hora de la conversación.
Dialogar con Joan Miró era asistir a todo un repertorio de gestos, cada cual más directo, oportuno y expresivo, mientras brillaba y brillaba su mirada y su mano estaba presta a asentir a todo lo que se le decía, importarle o no lo que se le dijera, convenciérale o no lo que con él se comentase, siempre y cuando no fuera contra sus más firmes convicciones, en cuyo caso se retomaba severo, mínima y dulcemente severo, el ademán. Un repertorio tal que en las conversaciones mantenidas con él por Georges Raillard, de no lejana edición castellana, el suma y sigue de gestos prototípicamente mironianos llegaba en un momento dado a cobrar mayor interés que las propias palabras, opiniones y anécdotas.
Hace un gesto con la mano en el aire, la alza de canto, como quien trata de cortar algo en el aire; sonríe, ríe de buena gana, hace un mohín, golpea la mesa con la mano abierta, golpea con los pies, silba tres o cuatro veces, como diciendo: «¡Oh, la, la! » Vuelve a silbar como para decir: palabras al viento. Emite un largo y suave silbido de admiración, describe con el dedo la trayectoria de un pájaro, vuelve a sonreír, frunce la nariz, husmea el aire, dibuja un círculo en el aire, tamborilea sobre la mesa, se agita como si bailara, cierra los ojos, coge una piedra, la palpa, la manosea, la hace girar entre las manos, mueve el brazo de atrás hacia delante, como si quisiera lanzar algo por encima del hombro...
Quien haya conversado con Joan Miró no podrá desmentir su incesante, grácil, afable y apenas perceptible sucesión de gestos. Si su pintura es tantas veces «gestual», mucho más lo parecía la explícita o tácita capacidad expresiva que de su trato dimanaba. He subrayado algunos de .los gestos que Georges irónico y la sonrisa en los labios. «Para Raillard nos transcribía en sus «Conversaciones con Miró» por entender que en ellos se nos regalaba, aunque quedara el secreto en los adentros, la más genuina dimensión humana, puertas afuera, del personaje. Y ello era igual cuando comentaba las más relevantes empresas del arte moderno como cuando se refería a la soledad y asiduidad de su trabajo.
¿Cómo y cuándo trabaja Miró? En verdad que su quehacer ha sido y es su propia vida. «Me levanto todos los días a las ocho -comentaba el propio artista-, me baño y bajo aquí, al taller, donde trabajo hasta la hora del desayuno. Luego continúo hasta las dos, descanso veinte minutos e inmediatamente vuelvo aquí, al trabajo. Por la tarde reviso lo que he hecho por la mañana y preparo el trabajo del día siguiente. Pero la hora en que más trabajo es muy temprano, a eso de la cuatro de la mañana. Trabajo sin trabajar. En la cama. Entre las cuatro. y las siete me entrego completamente a mi tarea. Después vuelvo a dormirme entre las siete y las ocho. Casi siempre es así. Una gran tensión espiritual.»
Seis son las veces que las palabras «trabajo» y «trabajar» se repiten de labios de Miró en apenas cinco líneas. Lo que la historia denomina, y con toda justicia, arte y creación, él lo llama trabajar y trabajo. Trabajo y creación, arte y entrega generosa al Arte resumían la vida de este diminuto y afable personaje universal, «mínimo y dulce Joan Miró», que, frente al inconfesable desdén estatal por más de cuarenta años, no ha dejado de alentar el auge cultural de Cataluña, y a la postre de España entera.
«Hace cuarenta y cinco años declaraba Miró en una conversación que con él mantuve el año 1978, en un matutino madrileño que trabajo para la cultura catalana.- Y por disipar dudas, suspicacias y, sectarismo agregaba y venía a concluir: «A veces he desesperado de ver el fin de todo esto (se refería al régimen franquista). Ahora veo la gran esperanza de la nueva España, con su fuerza creadora. No estoy a favor del separatismo. Estoy por la unidad española, la unidad europea, la unidad mundial. El mundo cerrado es algo obsoleto. Ya nos han liado de sobra con las fronteras. El mundo cerrado es el mundo burgués.»
Imborrable en mi memoria su semblante, hago ahora esfuerzos por recordar la serena fuerza interior que se asomaba, no sin timidez, al ventanal perpetuamente azul de sus ojos. Tuve la suerte de conversar personal y largamente con él, e incluso de visitar en su compañía, a lo largo de una tarde entera, la exposición antológica que en Madrid (tras tantos años de ausencia!) presentó en mayo del 78. Recuerdo, eso, sí, que me habló de, proyectos y más proyectos, de espaldas incluso a lo pintado y nutridamente expuesto.
“¿Para cuando les deja usted?”, le pregunté, interrumpiendo su relato. “¿Para cuando?”, me respondió con un gesto entre ingenuo e irónico y la sonrisa en los labios. “Para cuando sea viejo”. El pintor contaba a la sazón (gesto y gracia de la ironía misma) ochenta y cinco años. Ochenta y cinco años de trabajo; que con el trabajo identificaba él, según dije, la verdadera creación.
Es frecuente ante un cuadro de Miró que el convecino exclame: «Esto lo pinta mi sobrino el pequeño.» Y es posible que lo haga, sin percatarse quien lo dice que lo pintado en tal caso por su hipotético sobrino sería... un cuadro de Miró. Es verdadero creador el que se nutre de su experiencia, que por ser prueba de lo no probado se nos ha de mostrar forzosamente como nuevo. Toda la obra de Miró apuntaba y apunta a lo nuevo (juegos nuevos, colores jamás vistos, mil fantasmas imponderables incorporados al mundo de las cosas) por ser quien las sacó de la manga de su ingenio, y a tenor de la ley del trabajo, el verdadero creador. ¿Quiere usted una prueba? Deténgase seria, serena, ponderadamente
ante su quehacer y observe cómo los cuadros de Joan Miró sólo se parecen a los cuadros de Joan Miró.
Discutir el porqué de sus obras es tanto como poner en tela de juicio el ejemplo de la creación en su acepción más estricta. Ha muerto Joan Miró, y con él se nos va para siempre el suma y sigue de sus gestos únicos, el perpetuo azul de sus ojos y la sonrisa, entre ingenua e Irónica, dibujada en sus labios. Con nosotros queda el frondoso huerto que él plantó. El ,cielo luminoso que abrió al ir y venir de mil pájaros volanderos, los fuegos nuevos, los colores jamás vistos y los mil fantasmas imponderables a los que él acertó a dar realidad. Y alguien todavía quiso negar en vida el pan y la sal a este insólito personaje, ejemplar único por inclasificable e krepetlole en la cuenta del arte contemporáneo (¡mínimo y dulce Joan Miró!), que ha venido a morir, como ingenuo protagonista de su misma y seráfica leyenda, un día de Navidad.
ABC - 26/12/1983
Ir
a SantiagoAmon.net
Volver
|