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LEYENDAS E HISTORIAS DE LA ARGANZUELA

Arde por estos días en gala y festejo (fiestas, las suyas, popularmente llamadas de «la Melonera») el distrito de Arganzuela; y no está de más adornar el caso, para recuerdo del común, con sus propias y más genuinas referencias geográficas e históricas..., más las llanamente venidas de la tradición, de la leyenda o de vaya usted a saber. A la luz de los datos municipales, el distrito de Arganzuela (el segundo en la enunciación oficial) se asienta al sur del casco antiguo y pertenece al área central de Madrid: hállase definido por los límites de la antigua cerca del casco histórico, el río Manzanares y el arroyo Abroñigal, por cuyo antiguo cauce discurre hoy la M-30.

Vale anticipar que en la Villa y Corte hay calle y dehesa de Arganzuela, y que aquélla recibió de ésta su denominación. De la antigua dehesa (en cuya pradera se celebraba el Miércoles de Ceniza la algarera ceremonia del «entierro de la sardina») sólo queda una mitad: la que corresponde al parque que antaño se llamó del Sur y ahora, nuevamente, de Arganzuela, Aledaño al puente de Toledo, se extiende desde el paseo de Yesería: hasta la ribera del Manzanares Por lo que hace a la calle, tanto e plano de Texeira (de 1636) come el de Espinosa (de 1769) nos ofrecen su situación, trazado y nombre (que, según queda dicho, lo recogió de la dehesa para acomodar al distrito entero). Partiendo de la popular Fuentecilla, une dicha calle la de Toledo con el Campillo de Mundo Nuevo.

¿Arganzuela? No creo que haya en Madrid otro nombre que, obediente al fundamento argumenta de una sola leyenda, se haya ramificado en tantas y tan dispares acepciones o variantes, Todas ellas nos vienen del siglo pasado todas, por lo dudoso del tronco común, han sido cuestionadas en el nuestro. Peñasco y Cambronero dicen recoger una vieja tradición según la cual Arganzuela no es sino el mote dado a una mujer que alegre ella, alegraba o complacía cierto personaje de rango. Los demás o los más de los costumbristas decimonónicos rizarán e rizo de la variación en torno a nombre que nos ocupa, para auge si de lo confuso, también de lo memoriosamente popular.

Conforme con el mote o apelativo más o menos afectuoso, dista mucho de concordar con el menester o regalo de la moza el muy imaginativo erudito Antonio Capmani, que en 1836 tuvo a bien res catar de las tinieblas, y con varia fortuna, etimología y origen de las calles de Madrid. Sucedió -según él- que a un alfarero de por aquellos contornos llamaban el tío Daganzo, por haber nacido en el pueblo de Daganzo de Arriba, Sancha Daganzuela, en forma de cariñoso diminutivo, a una hija suya. Confundió el vulgo la fonética del mote y dio en llamarla Arganzuela, mujer de vida ejemplar quE incluso profesó en la Venerable Orden Tercera de San Francisco.

Fernández de los Ríos, por su parte, coincide de pleno en el lugar y oficio del padre, añadiendo una variante más a las que ya sabemos de la hija: «Fuera del portillo que había muy cerca de la Latina vivía en una alquería un alfarero que tenía una hija de constitución débil; llamada Sanchita: por falta de fuerzas dejaba caer y rompía los cacharros, siendo por esto frecuentemente castigada por su padre. Llamábanle a éste el tío Daganzo, porque era hijo de este pueblo, y a Sancha, la Daganzuela, y corrompiendo el vocablo, la Arganzuela, Pasando Isabel I (...) cerca de la alquería, pidió agua; cogió Sancha el búcaro más nuevo que tenía y se lo ofreció a la Reina; informóse ésta de la pobreza de la chica y dijo a uno de sus escuderos: " Llenad tres veces de agua ese búcaro" y regad con él el terreno que s podáis, y que se le dé en dote esta muchacha.

Quedó líneas arriba señalado cómo los costumbristas de nuestro siglo han cuestionado la veracidad o simple verosimilitud de la leyenda (que en la versión de Fernández de los Ríos viene a hallar, con reina y todo, el final arquetípico del género). Ninguno, sin embargo, se muestra tan suspicaz e incrédulo como Pedro de Répide. Para él, la tradición no tiene otro fundamento que la imaginación calenturienta del sobredicho Antonio Capmani. ¿Y no incurre él en error más grave que el que denuncia? Si los comentaristas del XVIII -siguiendo o no a Capmani- nos presentan al padre de nuestra Arganzuela en su condición de alfarero, ¿por qué Répide lo convierte, dando pábulo a otra variante aún más infundada, en labrador y cosechero bien acomodado? En lo que sí atina es en señalar que el pueblo del padre; (sito en la comarca de Alcalá de Henares) fue inmortalizado por un entremés de Cervantes: «La elección de los alcaldes de Daganzo»:

Cierto parece, en todo caso, que estas y aquellas acepciones de una misma leyenda no quieren sino justificar o esclarecer, a la llana, el nombre legítimo de una calle que ¡o llevó y lo lleva cuando menos (y plano de Texeira en mano) desde el siglo XVII. Las discrepancias en cuanto a la fama o nota de la hembra que lo heredó vienen en última instancia a confirmar las distintas directrices o pistas de un propósito común. Dada a piedad y caridad, para unos; moza de partido, según otros, o amiga de hacer favores (que a la postre también son caridades) y cenicienta felizmente agraciada, según no pocos, por el favor de una reina, convengamos en que Arganzuela fue mujer de renombre por aquellos parajes que de ella recibieron el suyo para luego regalarlo a todo el distrito hoy en fiestas.

Si la falda del distrito de Arganzuela se extiende, como dije, hasta el parque del mismo nombre, a orillas del Manzanares, su cresta asoma por entre lo más castizo del Madrid histórico. La Junta Municipal tiene su sede en la Ribera de Curtidores, así llamada en el plano dieciochesco de Espinosa (en el de Texeira, del siglo anterior, se la denomina de Tenerías) y así reconocida por cuantos siguen echando la mañana del domingo a aficiones del Rastro, que de tiempo lejano es la costumbre. Allí -y a tenor de lo que en 1889 nos cuentan Peñasco y Cambronero- se dan salida a los trastos viejos, saldos, ropas procedentes de empeño, antigüedades, libros usados, retazos de telas, hierro viejo... y curiosidades de todo tipo y condición.

Se abre la Ribera de Curtidores a la antigua plaza del Rastro, nombre este que de hecho comprende y bautiza a toda la parcela del popular toma y daca dominguero, cuyo incontable inventario vienen a pergeñar así, referido a su tiempo, los citados autores decimonónicos: «Allí, en confuso montón, aparecen revueltos un uniforme de miliciano y una vajilla desportillada, el retrato del duque de la Victoria y un capuchón de carnaval, una mantilla de casco y un espadín del siglo XVIII; por eso el padre de familia, el comediante casero, la mujer hacendosa y el anticuario encuentran siempre en el Rastro algo que puede remediar sus necesidades o satisfacer sus aficiones.» ¡Poco han cambiado, a lo que se ve, las casas de baratillo de aquellos a estos días!

No menos libre que la Arganzuela se ha visto el Rastro de varia interpretación. De acuerdo con los costumbristas antedichos, llámase Rastro por ser el sitio en que van a parar las prendas y efectos de desecho y otros tantos robados. «Allí murió el tío Carcoma -agregan textualmente-, hombre que llegó a reunir un capital fabuloso comprando y vendiendo efectos viejos. Propietario de más de veinte casas en el barrio, sólo se alimentaba de pan y cebolla para almorzar, y para comer, un plato de legumbres cocidas.» Pero ¿por qué el Rastro? La voz antiguamente significaba tanto como las afueras, y tal vez el hecho de producirse en ellas este tipo de comercio residual haya terminado por conferir en exclusiva al lugar su más recto sentido el nombre originario.

¿Otras acepciones? Fernández de los Ríos se limita a decir que en Madrid se llama Rastro el mercado de objetos viejos; mercado que en París recibe el nombre de Temple, y en Lisboa, de Landra. Mesonero Romanos, por su parte, desprende del Diccionario de la Academia el significado más propio del vocablo («lugar público donde se matan las reses para el pueblo»), llegando de él a deducir que tal y no otra es la calificación que cumple al lugar. Allí, en efecto, estuvieron situados, desde tiempos remotos, los mataderos y las tenerías o fábricas de curtidos, «como lo indican -concluye textualmente- los nombres mismos de sus calles: Ribera de Curtidores, del Carnero, de Cabestreros...».

El Rastro, lugar -en principio del matadero público, pasó con el tiempo a convertirse en pública asamblea o estantía «adonde van a parar todos los utensilios, muebles, ropas y cachivaches averiados por el tiempo, castigados por la fortuna o sustraídos por el ingenio a sus legítimos dueños». ¿Inventario? Valga en su defecto, y por su no poca extensión, alguna de las pistas que de su habitual clientela nos regala Mesonero: menesterosos, desvalidos, jornaleros, artesanos, chamarilleros, mauleros, rebuscadores, arqueólogos, numismáticos de desecho, bibliógrafos, bibliófilos, coleccionistas... y cuantos otros diariamente asisten en busca de alguna ganga o chiripa.

Y allá, en lo alto, Cascorro: coronación solemne de toda la Arganzuela y causa también de la más peregrina sinécdoque que al madrileño jamás se le haya antojado. De Cascorro se llama la plaza allí sita en atención al pueblo cubano en que el héroe Eloy Gonzalo llevó a cabo su ejemplar empresa. De todos es sabida la historia: en dicho lugar (y con motivo de la guerra llamada de Cuba), nuestro buen soldado arriesgó su vida lanzándose a asaltar una posición ocupada por el enemigo sin otra munición que una llameante !ata de petróleo. El pueblo de Madrid le dedicó a él una calle (en el distrito de Chamberí) y una plaza (en el de Arganzuela) a la memoria del lugar en que Eloy Gonzalo consumó su hazaña. Y el propio pueblo persiste en confundir al protagonista con el lugar de su heroico gesto. Pruebe usted a preguntar por el personaje escultóncamente entronizado en la castiza plaza madrileña: «¡Cascorro!», le dirán sin la menor vacilación.

Tales son, en fin, las leyendas e historias de Arganzuela. Y a fe que uno se complace en que denominaciones de tan dispar y popular origen se mantengan en la placa de las calles y bauticen barriadas y distritos. No todo va a ser honra de conquistadores, poetas, artistas, santos, políticos y otros celebrados prohombres. Hija o no del alfarero de Daganzo, con toca o sin saya, sumisa a votos o dada a placeres, desvalida o agraciada por el favor de una reina..., es lo cierto que Arganzuela, popular por origen y tradición, sigue hoy invocada en las fiestas del distrito matritense que de su mote heredó el afable diminutivo; que en tanto Madrid siga siendo pueblo, y pueblo acogedor, sus fiestas andarán, como éstas de la Arganzuela, con bien y con paz y esperanza merecida.

LOS DOMINGOS DE ABC - 08/09/1982

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