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JUAN GRIS,OLVIDADO DE DIOS Y DE LA VIDA

Ni las memorables anécdotas ni las glorias de antaño que esperaba el reportero de turno. Tal y tan simple fue la expresión del emocionado recuerdo de Georges, que, a sus bien cumplidos sesenta y ocho años, acababa de llegar a Madrid, con motivo de la exposición antológica organizada, por la galería Theo, al cumplirse el cincuentenario de la muerte de nuestro insigne pintor.

¿Un nuevo concepto de relación paterno-filial? Advertiré que Juan Gris y su hijo se vieron separados (el uno en España y en Francia el otro) a lo largo de casi catorce años, y que cuando Georges vuelve a París, al lado de su progenitor, era ya un hombrecito. Aun teniendo muy en cuenta la circunstancia (treinta y ocho años tenia, a la sazón, el padre, y dieciséis el hijo), no le dijo, por ejemplo: "Hazte ingeniero (consejo prototípicamente paterno, y profesión que a la postre, había de elegir el final destinatario); parecióle mucho más amigable introducirle en el bailoteo de sábado por la tarde y asesorarle en el trato con mozas.

Y es lo cierto que cuanto de singularidad y sencillez, de genialidad y llaneza, se vislumbra , en la obra de Juan Gris, lo hubo, y aun multiplicado, en la andadura humilde y azarosa de este español empedernido y perdido (¡tantas veces!) por sendas y vericuetos de París, de este incorregible celtíbero, olvidado de Dios y de la vida, olvidó también el orden de sus, papeles y una vez ido a Francia jamás pudo retornar a España, por haber sido declarado desertor del Ejercito. Ni la penuria le hizo perder la sonrisa, ni la genialidad le alejó de la danza sabatina, ni la temprana premonición de la muerte vino a alterar la fiesta de sus colores.



Aportación en el color.



La fiesta del color y la premonición de la muerte, inserta en la originalidad del cromatismo. Costumbre, por no decir ley, viene siendo el impenitente análisis formal, o formalista, de la obra de Juan Gris. Cierto que, por su gracia, había de conocer el cubismo nuevos horizontes, para regalo de pintores y escultores constructivistas y productiva meditación de no pocos arquitectos de vanguardia. No lo es menos, sin embargo, que la más singular aportación de nuestro hombre radica en el color, en la oferta de unas preclaras tonalidades que nunca entendieron (o lo entendieron tarde y a su ejemplo) las aguerridas huestes del cubismo.

En la bien seleccionada exposición antológica que por estos días tiene lugar en Madrid, hay un cuadro, risueño y enigmático, que no pocos quebraderos de razón ha ocasionado' a los más sagaces de sus intérpretes, Goldmann a la cabeza. "Casas en Céret" es su título, centrándose argumento y composición en una suerte de soberbio giro espacial (festivo y ordenado terremoto)sobre árboles y montes, cielos, nubes y tejados. Fue pintado en 1913, cuando el cubismo iniciaba prácticamente su aventura, y señala, por la extrañeza de su cromatismo, la esencial diferencia de nuestro hombre en la nómina entera de sus correligionarios.



En tanto estos, herederos de la enseñanza agreste de Cézanne y presididos por Pablo Picasso, se entregan a la sorda plasmación del negro, del ocre, de las tierras naturales..., osa Juan Gris, asomado al radiante ventanal de la creación, impregnar su pincel, en la nitidez del blanco y el azul… y en el contrapunto, especialmente de esos verdes transparentes y encendidos violetas a que se aclimata la plenitud de esa tan temprana pintura y que luego ha de decidir el destino de su hacedor y suscitar, más tarde, la emulación ajena. Violetas y verdes que hoy pregonan la alegría del vivir y no tardarán en premonizar lo prematuro de la muerte.



Litúrgica vidriera.



Escasos catorce años le quedan por vivir a Juan Gris, apenas ha descubierto en este enigmático cuadro el vivo tornasol de la mañana; y, a lo largo de ellos, los verdes y los violetas se irán tomando vespertinos, convirtiéndose en litúrgica vidriera, antesala del óbito y encarnación literal de la fúnebre estrofa que Pablo Neruda nos dejó en su Residencia en la tierra "Pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas, de violetas acostumbradas a la tierra, / porque la cara de la muerte es verde, / y la mirada de la muerte es verde, /con la aguda humedad de una hoja de violeta / y su grave color, de invierno exasperado".

A los cuarenta años de edad, y dos después de qué su hijo fuera a hacerle compañía, muere Juan Gris en Francia, sin haber podido regresar a su tierra natal, desde 1906, por la razón antedicha. Sus huesos reposan a orillas del Sena, paradójicamente investidos de nacionalidad española. Inventor, innovador, singular protagonista del movimiento moderno, regaló a la mirada de los espíritus mas vanguardistas el preclaro tornasol con que él contemplo la vida y sintió la premonición de la muerte, sin que el don de la genialidad le impidiera aconsejar al joven Georges acerca de la importancia del bailoteo y del trato con las convecinas.

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 17/06/1977

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