POESIA.PROCLAMA FUTURISTA PARA ESPAÑOLES
CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO 15-10-76
De su propia evolución se colige la oportunidad del Primer Manifiesto Futurista y los multiplicados caminos, no todos sendereados, que lo llevaron a la singularidad de la profecía. Tal Manifiesto hubo de producirse hacia 1909 y en Paris (fecha aproximada y puerto franco de confluencia para los abanderados del porvenir), tenía que ser emitido por un italiano (cuyo deslumbrante pasado remoto hallaba mala respuesta en la decadencia del inmediato siglo XIX) y un ruso audaz (Vladimiro Maiacowsky), vigia mañanero del futuro inminente, vendría a sazonar todo el frenesí de gestos nuevos y nuevas formas con la certeza de una nueva concepción humano-vital, refrendada, poco después, por la Revolución del 17.
A la zaga de la vanguardia parisiense y sin conciencia precisa de lo que en Rusia se estaba fraguando, Marinetti entona el canto del gallo con el solo don de la oportunidad histórica. Mejor que a buen augurio, cabe achacar la voz de Marinetti a pura consecuencia. No es el arte europeo el que se siente súbitamente sacudido por el pregón del refinado poeta italiano;
es, más bien, el refinado poeta italiano quien promulga sagazmente su Manifiesto cuando la conciencia europea ya ha recibido el respaldo de una nueva concepción del hombre y de la vida, han alumbrado ya obra nueva otras pre-misas creadoras y empiezan a barruntarse, por el Este de Europa, auténticas novedades revolucionarias.
¿Manifiesto o manifiestos? Queda atónito el lector al repasar la crónica de los escritos futuristas a partir de 1909. Tanto por desvanecer la supuesta adscripción del futurismo en general al primer sermón de Marinetti como para mostrar la universalidad de un fenómeno que, nacido en Italia, había de dar en Rusia sus fru-tos más granados, valdría la pena transcribir la relación completa de los manifiestos surgi-dos a la luz en uno y otro confín de Europa, más su diversa acepción técnica o dogmática. Razones de espacio y tema, y también de con-memoración, aconsejan limitar la cuenta a los suscritos en Italia, entre el año indicado y 1916, de los que el tan cacareado Marinetti es sólo avance.
Batalla de manifiestos
Sin que se haya apagado el eco de su proclama inicial, de 1909, vuelve Marinetti a la carga con una segunda invectiva irónicamente intitulada Asesinemos el claro de luna. No se hace esperar la respuesta de los pintores: Boccioni. Carra, Russolo, Baila y Severini firman en 1910 el manifiesto dogmático al que agregan el técnico antes de que concluya el año, suscribiendo, poco después y en compañía de Marinetti, el Manifiesto a los venecianos. De 1911 son los dos Manifiestos de la música futurista, debidos a la pluma de Pratella. También en 1911 lanza Marinetti la Proclama futurista a los españoles, y, al siguiente, aparece, bajo la firma de Valentine de Saint-Point, el Manifiesto de la mujer futurista.
Tocando ya a su fin el año 1912, divulga Marinetti, casi sin intermitencia, los dos Manifiestos de la literatura futurista, Boccioni da a la imprenta el Manifiesto de los escultores y escribe Pratella una tercera carta, titulada ahora La destrucción de la cuadratura, un año más tarde redacta Russolo El arte de los rumores; Valentine de Saint-Point, el Manifiesto futurista de la lujuria; Marinetti, La palabra en libertad; Apollinaire, La antitradición futurista. Todavía han de ver la luz, en 1913, el Manifiesto futurista contra Montmartre. La pintura de los sueños. El contradolor y El teatro de la verdad, sucesiva y respectivamente firmados por Dermarle, Carra, Palazzeschi y, cómo no, Marinetti.
No parece agotarse la capacidad de Marinetti, que en 1914 escribe un nuevo Manifiesto (El esplendor geométrico y mecánico de la pa-labra en libertad) del que son coetáneos El vestido aníineutral, de Baila, y Pesos, medidas y precios del genio artístico, firmados al alimón por Corradini y Settímelli. El testimonio (o, mejor, testamento, dada la inminencia de su trágica muerte en la Gran Guerra) más importante de 1914 es el manifiesto de Sant Ellia.
La arquitectura futurista. En 1915 corresponde a la dramática el turno manifestativo (El teatro futurista sintético, cuyo texto elaboran Settemelli, Marinetti y Corra), sin que abandonen la palestra los pintores (Baila y Depero idean La reconstrucción futurista del universo).
Al año siguiente, prevalece el signo pictórico, siendo Boccioni el autor, otra vez, de un último Manifiesto a los pintores meridionales. Va a concluir el año 1916 y con él la suma de las proclamas futuristas, incrementadas ahora con el concurso de la cinematografía (El manifiesto del cine futurista, debido al ingenio de Ginna, Chití, Settimelli, Carra, Balla y, por supuesto, Marinetti). ¿Queda algún aspecto estético-vital que haya escapado a la previsora elocuencia de Tomasso Filippo Marinetti? Si.
La religión, o la revisión imperiosa del dogma, la ética y la liturgia. Se inviste de teólogo el dinámico vate y viene a cerrar el ciclo de los manifiestos futuristas con su desenfadada Nueva religión y moral.
España destinataria.
Tal es la relación completa de los manifiestos aireados en Italia, a los que es justo añadir los particulares escritos de cada uno de los futuristas: más de veinte obras de Marinetti y otras tantas de Cario Carra, quince ensayos de Boccioni y quince de Soñici, siendo igualmente digna de mención la producción literaria de Severini, Russolo, Rosai, Prampolmi... Cabe asimismo agregar que imprimieron cinco revistas (La Voce, Lacerba, Poesía, Italia futurista y Noi), pasando de cuarenta los catálogos y textos de exposiciones. ¿Y no le sorprende al lector comprobar que el único (de entre un millar!) con destino específico a una nación sea el dirigido por Marinetti y su variopinta caravana a los españoles?
Dos razones explican, a juicio mió, la excepción. La inserción, por un lado, del español Picasso en la médula del movimiento moderno en general y en la particular configuración de la estética cubista, origen próximo del futurismo, y remoto de todo el arte contemporáneo. El nombre de Picasso parecía exigir la referencia a lo nuestro, pese a nuestra más absoluta indiferencia o ignorancia. Y de otra parte, la similitud histórica entre Italia y España, cuyo Renacimiento y Siglo de Oro entrañaban, respectivamente, el contraste entre el pasado glorioso y la decadencia de los siglos XVIII y XIX. La semejanza entre el Manifiesto a los españoles y a los venecianos no deja, al respecto, de ser ilustrativa.
Las catedrales se derrumban
Dije también que el Primer Manifiesto había de correr (y corrió) de cuenta de un italiano, cuyo deslumbrante pasado, clásico o renacentista, hallaba mediocre respuesta en la decadencia decimonónica. ¿Pudo haberlo escrito un español? Las circunstancias eran no poco afines, pero nuestros escritores (La Generación del 98, de biografía nada distante para con el futurismo) estaban dados a la anacrónica añoranza del Medievo, a la exaltación de la ancha Castilla o al delicado dilema de europeizar a España o españolizar a Europa. Enteramente ajenos, hecha excepción de Valle-Inclán y Gómez de la Serna, al signo del porvenir y cegados por notoria aversión hada el arte, ignoraron (¡que ya es ignorar!) al mismísimo Picasso.
Análogas, en efecto, eran las circunstancias como afines son el Manifiesto a los venecianos y el Manifiesto a los españoles, acuñados ambos en la repulsa al pasado y atención al futuro. "Repudiamos -reza el primero- a la antigua Venecia extenuada, la Venecia de los extranjeros, mercado de anticuarios y mercachifles fraudulentos, polo del snobismo y la imbecilidad universal...". Y en el otro se lee: "Guardaos de atraer a España la grotesca caravana de esos ricachones internacionales que pasean su inquieta tontería. Vuestros hoteles son malos, vuestras catedrales se derrumban. (Albricias! No hagáis de España otra Italia de Boedeker, estación climatérica de primer orden, cien museos y ruinas por doquier".
Quedó dicho, por último, que un ruso audaz vendría (y vino) a sazonar el frenesí artístico con el fermento de una nueva concepción humano-vital, refrendada por la Revolución del 17. ¿Y no se nos muestra ésta como desembocadura de las otras revoluciones y fuerza perdurable en el presente? Con ella medraría el verdadero futurismo, no sólo en el horizonte estético, sino en de suelo de la realidad. No es mal síntoma que Marinetti y sus huestes abandonaran la víspera misma de la Revolución sus predicaciones o cedieran definitivamente su voz a la explosión eslava del rayonismo, constructivismo, suprematismo..., que luego, y en mala hora, habían de verse suplidos por la absurda revisión del realismo socialista
CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 15/10/1976
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