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Dalí, ventrílocuo sin muñeco

Dalí,ventrílocuo sin muñeco



SALVADOR Dalí es el único ventrílocuo que siempre actuó ante el respetable sin el concurso del muñeco. Hablo en pasado porque su vida cae más de aquel lado que de éste, y su ultima aparición en la pequeña pantalla hace apenas dos semanas, confirma cuanto digo.Camino del quirófano se vio asaltado Dalí por una pregunta entre policial, notarial y médico-deontológica (que entre notarios, policías y galenos discurrían sus ideas): «¿Acude usted voluntariamente a operarse?" Y una voz vacilante e inconfundible, llegada del diafragma y coronada por su propio eco. confiaba al buen aire de la respuesta la voluntad de la víctima: •Si-í."





A favor del rito quirúrgico (que algo de forense y algo de nupcial también tenía), el ventrílocuo acababa de formular tal afirmación sin el auxilio, una vez más, del muñeco. ¿Genio y figura? Una voz inconfundible y grave, surgida del diafragma (o quiza de más abajo); una voz ronca que tremola a su paso por las cuerdas vocales, acaricia (sin abrirlos) los labios, se encarama a la doble antena del bigote, enfatiza el filo de la nariz, hace girar un ojo mientras el otro insinúa un guiño de complicidad, y termina por desatar como el eco del eco, el alborozo de la concurrencia: «¡Ha-lle-e-gado-el-di-i-vi-no-Da-a-a-a-a-lí!»

Radica el arte del ventrílocuo en distraer de sus labios la mirada de

los presentes y encauzarla sagazmente hacia los gestos y aspavien-tos de la marioneta cómplice. Po-cos se percatarán, así las cosas, del fallo posible del artista en funciones. ¿Y si el muñeco no existe?

Habrá de incorporarlo al artista a su faz, a su ademán, a su gesto, a la vivacidad de los ojos, al mohín de las fosas nasales, a las guías engo-madas del bigote al hermetismo imperturbable de los labios.Consumadala taumatúrgica transubstanciación, el ventrílocuo, que actúa a cuerpo limpio ha de hacer suyo un sutilísimo punto de tensión interior que afuera se traduce en forma de inmutabilidad e imposibilidad absoluta de reír, haya o no gana. El ventrílocuo que actúa sin títere tiene, por fuerza, que mostrarse imperturbable, hierático, y nunca podrá soltar la carcajada propia aunque suscite comúnmente la ajena.



Dígame usted si no cuadra a Dalí la suma de estos datos hasta componer el paradigma de su semblante. Es la tramoya interna de su ver-dadero empleo la que le retuvo por fuera envarado, nombrado de si, convicto y confeso de sí, in fraganti de sí, representante universal de sí mismo. Comenzó Dalí por asomarse fija y diariamente al espejo para incorporar con todo pormenor su propia máscara; realizó luego ejercicios de introversión sonora, hablando y hablando hacia dentro, hacia abajo, hacia el fondo inconsciente del pozo. Y logró, a la postre, extravertir el proceso comunicativo sin la ayuda de los labios ni la complicidad del muñe-co. Salvador Dalí había conseguido ser cómplice y muñeco de sí mismo.

¿Y la pintura? Repare el lector que jamás –afirmó Dalí ser un gran «pintor surrealista». Por lo que hace a lo uno, se limitó a proclamar su condición de genio (y figura), relegando todo adjetivo; por lo que a lo otro atañe, a estricta substantividad: «El-su-rrea-a-a-a-lis-mo-soy-y-y-y-yo.» Y si última-mente le ha dado por rebajar* no sin motivo su tasa («me conformaría —ha dicho— con ser uno de los pintores más destacados le la provincia de Gerona») nos sería a nosotros preciso acudir a su adolescencia para en ella reconocer al hombre de oficio; que desde entonces cedió la personalidad del posible pintor a la del Dalí antonomásico representante universal de si mismo en cualquiera de sus actos incluido el de respirar por el bigote y hablar sin abrir la boca.



Lo que en los mas de los artistas responde a decadente pérdida de identidad atribúyase, en el caso de Dalí, a prematura transustanciación de la obra en la vida. Muy ajena le es a este «alegre genio del Ampurdán» (COMO él, condescendiente o justo, se autobautizó frente a la «geniali-dad demoniaca de Picasso»), aquella inevitable mengua de la identidad creadora que la decadencia impone incluso a los mejores. Se propuso Dali desde niño llegar a ser Dalí, y a fe que lo ha logrado volviendose «autoventrilocuo». Lo demás son ganas de perder el tiempo en devaneos acerca del valor, cuantía y autenticidad de sus pinturas.



¿Cómo se puede estimar economicamente la obra de quien jamás estuvo vinculado a una galería de arteo cualquier otro medio en que el arte halla precio mas o menos fidedigno? ¿Cómo catalogar los cuadros de quien nunca tuvo estudio o taller de pintura? ¿Ha visto alguien pintar a Dalí? Los pocos que lo afirman y los otros que se sienten subyugados por su pulso “seguro y refinado”, ¿ignoran acaso que el artista se ve afectado (y no precisamente desde anteayer) por un Parkinson progresivo?

Mucho se habla del testamento de Dalí ¡Poco menos que un apéndice del Antiguo y del Nuevo! Y verdadera gracia tendría que el tesoro entero consistiese en unos cuantos cuadros a medio pintar y otros tantos en blanco (con la firma.,eso si, del presunto creador).



El testamento de Dalí va a cobrar (¡allá se verá!) de “película de persecuciones” con todas sus secuencias y consecuencias en tanto su fama perdurará en la memoria de quienes le vieron, oyeron y sonrieron o dieron rienda suelta a la carcajada ante la presencia inmutable de aquel enigmático ventrílocuo que actuaba sin muñeco.

Es y sera Dalí un personaje impredecible en la cinemateca de “élite” y en el vídeo doméstico. Los entregados al elógio sin medida, los inpenitentes detractores olvidan, sin duda, que Dalí entraña un fenómeno primordialmente popular y en un doble sentido. La estampa daliniana; por un lado, acertó el supuesto gusto de las masas con la presunta extravagancia vanguardista, al conjuro de su nombre se produce inevitablemente, por otra parte toda una concentración popular rayana en peregrinación o rogativa.



Vestido con el fulgor del oro, tocado con la gallarda barretina y empuñando el bastón de mando, hace mucho tiempo que Dalí ascenció al tablado de la antigua farsa. Hoy, la tramoya ha venido al exterior en la forma de agujas, cables, cápsulas, enemas, cánulas, tubos, goteos, catéteres,conductos…que mantienen al ventrilocuo en el aire de un éxtasis grotesco y no logran borrar, pese a ello, de su semblante, un guiño de complicidad. Dicen los médicos que recobró la conciencia.



¿Cómo podrá recobrarla quien vivió en el fondo del subconsciente como pez el agua o asomado, cuando más, al espejo de su propio espejo?

EL COCODRILO - 20/09/1984

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