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CINEMA-VERITÉ

VARIOS.CINEMA VERITE

01/06/84 ABC 22/03/81.



EI pasado 16 de junio cumplía Televisión Española los 10.000 días de andadura o rodaje, brindándonos por todo o mejor recordatorio unos cuantos capítulos de su ayer no lejano y otros cuantos de un pasado aún más próximo. De entre todos ellos descollaba, sin duda alguna, aquel que se produjo, hace ya más de cuatro año (¡el tiempo vuela!), en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo cuando el ex-coronel Tejero y sus huestes dieron la tarde (y parte de la noche) a sus señorías que en instante tal (las 6,22 p.m.) procedían a investir de rango presidencial a Leopoldo Calvo Sotelo. La fecha quedó confinada a la Historia en los datos de 23-F-81 a favor (?) de unos sucesos que se "iban proyectando" conforme "se rodaban", de acuerdo todo ello con las premisas y directrices del llamado "cinéma-vérité".



Aquel 23 de Febrero se nos ofreció en Madrid la versión arquetípica de un experimento visual que los rusos, allá por los años veinte, denominaron "kino-pravda" y tradujeron literalmente los franceses, cuarenta años más tarde, como "cinéma-vérité". Nada tiene de extraño que fuera Madrid la ciudad elegida para reactualizar el programa de "cinéma-vérité", con sólo recordar que la capital de España ya había prestado, en plena guerra civil, el escenario vivo a una película que los expertos juzgan decisiva en la expansión del género. Fue su autor el soviético Román Karmen, aventajado discípulo del también soviético Dziga Vertov, cuya paternidad en la andanza de dicha modalidad cinematográfica nadie pone hoy en duda.

Orillada la habitual disputa en torno al carácter fundamentalmente dialéctico del "kino-pravda" frente a la orientación primordialmente psicológica del "cinéma-vérité", conviene anticipar que uno y otro coinciden en el propósito de asomarse directamente al suceso de la vida para dejarlo retratado con el "máximo de objetividad" y el "mínimo de mediación". El "cinéma-vérité" recibió su espaldarazo en 1961, merced a "Chronique d'un été", película rodada al alimón por el sociólogo Edgar Morin y el cineasta y etnógrafo Jean Rouch como explícito homenaje al patriarca Dziga Vertov. A lo común del género agregaba una diferencia específica que propiamente histórica, no deja de luego vendrá al caso: la modificación corresponderse con la desarrollada del comportamiento, individual y colectivo a lo largo y a tenor del rodaje.

Por lo demás, "máximo de objetividad y mínimo de mediación" son términos coincidentemente alusivos a la propuesta de una imagen desprovista de ficción difícil de diluir, por pulcra que fuere, en la pantalla. Sin dar pábulo a la pretensión de retratar la "vida misma" (lo que alguien ha llamado "objetividad ontológica de la imagen fotográfica"), el hombre del "cinéma-vérité" sale a la calle con un magnetófono, una cámara portátil, una gran dosis de paciencia... y el buen ánimo de sorprender el comportamiento real de sus semejantes. Ni guión, ni dirección ni ensayo. La única posibilidad de manipular lo hechos radicaría en una cierta idea prevía, con la consiguiente facultad selectiva de las situaciones y práctica ulterior del montaje.

Vuelva ahora el lector sus ojos a esos cincuenta minutos de película que una cámara solitaria y anónima fue rodando en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo al tiempo que en Prado del Rey los proyectaba y dejaba grabados con objetividad abso-uta y sin otra mediación que el propio trayecto. ¿"Cinéma-vérité"? Y del más puro. Asunto, rodaje y proyección acataban una misma medida temporal, de espaldas a toda idea previa, a toda facultad selectiva, a la más remota posibilidad de montaje. En verdad que la acariciada utopía de fijar la "objetividad ontológica de la imagen fotográfica" dio paso y franquía a la realidad tangible del zafarrancho, con el detronante cortejo de tricornios, mostachos y gritos de dudosa ordenanza y ráfagas de claridad incontestable.



Escritos conforme se representaban y proyectados al tiempo que rodados, los sucesos del 23-F (vueltos a ver el otro día en la pequeña pantalla) mantenían, me creo, su condición esencial de "nudo dramático" sin que de ellos se ahuyentara por completo la densa incertidumbre en que aflora-ron y de la que aún tal vez penden. La triple dimensión temporal (eco del pasado, dato del presente y sola expectativa del porvenir) que atribuye Karel Kosik a la acción propiamente histórica, no deja de corresponderse con la desarrollada del comportamiento, individual y colectivo aquel día de autos (a las 6,22 p.m.) en el anfiteatro de la Carrera de San Jerónimo. Conluido el primer acto de la investidura, no tardó el segundo en producirse, al albur de un tercero, como imprevista sesión de "cinéma-vérité" en cuya cuenta hay planteamiento y nudo pero no seguro desenlace.

Y al día siguiente tornaron a sus escaños las señorías y cuentan que las escenas del debate se les confundía con las rodadas la víspera por la cámara anónima, sin que el humo de las palmas del día en curso lograra disipar el humo de las metralletas del anterior. ¿Algo había cambiado (como en "Chronique d'un été") en la conducta de los diputados? Ojalá que así fuera y siga siéndolo, sabedores los padres de con la consiguiente facultad selectiva la patria de que el tiempo propiamente histórico incluye necesariamente expectativa, incertidumbre, de espaldas a un desenlace cierto. "Parecía cosa de cine", alguien dijo. Ya lo creo, y de "cine-verdad". No en vano, el propio juez instructor que entendió de las responsabilidades derivadas del "golpe", resultaba ser uno de nuestros mejores especialistas en cuestiones cinematográficas.

ABC - 01/06/1984

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