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Un tiempo, unos hombres, una revista, por Alvaro Martínez Novillo

Pocos documentos son tan expresivos de una época y tan reveladores de la mentalidad de sus editores como una revista. Es algo que saben bien quienes frecuentan las hemerotecas. En las revistas se percibe mucho mas que en un periódico la intención del grupo de personas que componen y son capaces de conectar a una serie de colaboradores para ofrecer una orientación concreta a un potencial publico lector asumiendo siempre unos riesgos editoriales inmediatos. Las revistas han cumplido y cumplen un papel indispensable para la cultura en cada época, incluso no nos parece desenfocado afirmar que la paulatina edición, por entregas, de la famosa Enciclopedia de Diderot, que tan decisiva influencia ha tenido en nuestra cultura, se parece mucho más a la aparición de una revista que a la edición de un libro actual.

La importancia de estas publicaciones se comprueba al ver con cuanta ansiedad quienes viven una situación de alguna penuria intelectual buscan en las revistas, mas o menos especializadas, el imprescindible hilo conductor que les pone en contacto con lo que esta haciendo por el mundo. Ansiedad que es mayor que ante muchos libros y monografias, ya que una revista ofrece siempre un panorama mas colectivo y contrastado de cada rama del saber que trata. Además, toda buena revista viene a suplir carencias y vacíos culturales de tal manera que resulta muy evidente para quien se encara a ella retrospectivamente cuales fueron las circunstancias que las motivaron en su momento histórico.

Sin duda, uno de los periodos más importantes para la historia de las revistas se puede situar en el periodo entre las dos guerras mundiales, pues se dieron entonces unas circunstancias en las que los hombres de ciencia, los profesionales y los creadores sintieron un especial interés en comunicarse con sus colegas de otros piases como si quisieran demostrar que la cultura no tenía fronteras en un mundo que, sin embargo, estaba profundamente dividido por ellas y caminaba, otra vez, al abismo por su casa. Hacer una nomina de estas revistas excede con mucho el sentido de este trabajo pero no nos resistimos a citar, a manera de ejemplo, a la Transatlántica Review de Madox Ford, que sirvió de cordón umbilical a los literatos americanos con los miembros de su generación perdida en Europa, la emblemática Minotaure de Teriade y Skira, indispensable para conocer el surrealismo y su entorno, a los famosos Cahiers d Art de Zervos, que daba a conocer el arte del entorno de Picasso tratado con un espíritu de depurado clasicismo. Sin revistas como estas no se puede entender la cultura del siglo XX.

También en nuestro país menudearon estas publicaciones y algunas de las mas características. Hay revistas que han sido objeto de reediciones y estudios como España, Revista de Occidente o Cruz y Raya que son indispensables para saber cuales fueron las inquietudes intelectuales de los españoles en el periodo comprendido anterior a la guerra civil y que, desde luego, son imprescindibles para acercarse al pensamiento del entorno de Ortega, Araquistain o Bergamin, sus editores. Del mismo modo tampoco la poesía española se puede entender sin las atípicas revistas surgidas a iniciativas de Juan Ramón, Gerardo Diego y otros poetas de su generación. Incluso en las horas mas dramáticas de la guerra surgieron revistas tan importantes como Hora de España, que muchas veces manifiestan la necesidad de un sentimiento de una cierta racionalidad, aunque fuese combativa, en un momento de predominio de la irracionalidad.

Incluso en la cerrada España de posguerra ciertas minorías no abandonaron esta fascinación por las revistas culturales y así se publico, por ejemplo, Escorial, que dentro del sector falangista liderado por Dionisio Ridruejo pretendía, a pesar de toda la retórica política del momento, establecer un nexo con el pensamiento anterior a la guerra civil y así creemos que se deben interpretar el articulo sobre Antonio Machado del propio Ridruejo en su primer numero y el proyecto, anunciado pero no llevado a cabo, de un numero especial dedicado a James Joyce con motivo de su fallecimiento. En la década de los cincuenta la débil pero inexorable apertura política permitió que revistas como Indice y Destino, en Madrid y Barcelona respectivamente, pudieran mantener una eficaz información cultural no solo de lo que se producía en España sino también de lo que ocurría, sobre todo en el campo literario, fuera de nuestras fronteras.

El éxito de la participación oficial española en los grandes certámenes internacionales artísticos, especialmente en la Trienal de Milan y las bienales de Venecia y Sao Paulo, que se fue afirmando a lo largo de la década de los cincuenta, también acrecentó, como es natural, las inquietudes de nuestros creadores, singularmente de los arquitectos, pintores y escultores, lo que motivo que cada vez mas se necesitasen dentro de nuestro país revistas en consonancia con las grandes europeas del momento como la de Domus de Gio Ponti o las francesas Cimaise y Architecture d Auiord hui. Por otra parte la década de los sesenta en España fue extraordinariamente inquieta para una minoría cultural que claramente aspiraba a unas mejores condiciones políticas y profesionales. Este fue un fenómeno que a pesar de sus dificultades y contratiempos, finalmente se convirtió en imparable y de él dan testimonio revistas tan emblemáticas como Cuadernos para el Dialogo o Triunfo, por no citar las dedicadas al cine, teatro, pensamiento, que proliferaron en aquel momento.

Es entonces cuando aparece Nueva Forma con la pretensión, tanto de diseño como de contenido, de situarse al nivel de las más prestigiosas revistas extranjeras que trataban a la arquitectura contextualizada con las artes plásticas y el pensamiento, siendo, desde luego, muy evidente que no pretendía ser una mas de las revistas de decoración de la época que, aunque siempre aportaban cierta información, solían tratar estos temas de manera bastante epitelial. Ya en sus primeros números, después de haber evolucionado y superado el esquema inicial de El Inmueble, se percibía la fuerte personalidad de su equipo de redacción y su deseo de hacer una revista sin concesiones en la cual las imágenes gráficas y los artículos de fondo estuvieran siempre equilibrados y predominase en ella siempre lo pedagógico frente a lo preciosista. Sin embargo, al comprar Nueva Forma con la revista oficial Arquitectura del momento, es fácil comprobar que no pretendía ofrecer a sus lectores una aséptica visión panorámica de la arquitectura y del arte sino poner de relieve y difundir unas opciones determinadas, que podían ser amplias y poco dogmáticas, pero siempre eran selectivas y elegidas libremente por su redacción.

Esta poco frecuente libertad de acción se debía fundamentalmente al talante de quienes financiaban la revista, la familia Huarte. Don Felix Huarte (Pamplona, 1896-1971) siempre fue un constructor de amplias miras y muy receptivo a las nuevas técnicas arquitectónicas y de ingeniería y, además, las múltiples empresas que había fundado también prestaban especial interés a diversas iniciativas relacionadas con el diseño industrial y a lo que ahora se denomina “mecenazgo cultural”.Sin embargo, hay que destacar que esta orientación empresarial hacia el arte y la cultura no era postiza, sino verdaderamente sentida por el y por sus hijos Jesús, Juan, Felipe y María Josefa. Precedente, de alguna manera, del espíritu promotor de Nueva Forma había sido la colaboración de Huarte con el arquitecto José Luis Fernández del Amo en los momentos iniciales del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, que él dirigía, que se concreto en la cesión de la Sala Negra, en el Paseo de Recoletos, para llevara cabo algunas de las exposiciones mas de vanguardia como la famosa Otro Arte en 1957, organizada por Michel Tapie, que sirvió para que el publico madrileño pidiera ver por primera vez obras de artistas informalistas como Pollock, de Kooning, Tobey, Wols; Appel junto con las de Tapies, Millares, Saura, Canogar, Feito y otros.

Más profunda era todavía la vinculación personal de los miembros de la familia Huarte con literatos y artistas. Así Jesús Huarte y Camilo José Cela colaboraron en la creación de la editorial Alfaguara, mientras que Juan Huarte había tratado conocimiento con el escultor vasco Jorge Oteiza a su regreso de América y le apoyo con verdadero entusiasmo gracias a lo cual, entre otras cosas, pudo realizar físicamente la serie de esculturas con las que consiguió su merecido Gran Premio en la IV Bienal de Sao Paulo de 1957. Posteriormente, gracias también al apoyo de Huarte, Luis de Pablo pudo consolidar el grupo Alea, esencial para el desarrollo y conocimiento de la música contemporánea en España y que, en verano de 1972, promovió los famosos Encuentros de Pamplona, que fueron un ejemplo sin precedentes de transformación cultural, durante una semana, de una ciudad. Esta mentalidad abierta hacia las nuevas corrientes de la cultura, bastante excepcional en la clase empresarial española, convirtió a los Huarte en verdaderos mecenas y coleccionistas con la peculiaridad de que los creadores a los que apoyaban, bien fuesen artistas o arquitectos, se sentían doblemente gratificados no solo por las posibilidades materiales que les ofrecían, sino también por la comprensión y afición con que veían acogidos sus proyectos y obras.

Volviendo a Nueva Forma debemos señalar que buena parte de su particular estilo se debía al espíritu norteño de sus realizadores, pues al origen navarro de sus promotores hemos de añadir el origen vasco de su director, el arquitecto Juan Daniel Fullaondo Errazu (Bilbao, 1936-Madrid, 1994), y de su responsable de arte, Santiago Amón Hortelano (Baracaldo, 1927-Valdemanco, 1988), aunque este ultimo tenia fuertes raíces palentinas que nunca perdió. La tradición vasca en la cultura, la prensa y en el mundo editorial madrileños es bien larga y ha dado lugar a muchas e interesantes iniciativas que, por decirlo de alguna manera, han contrastado y servido de contrapeso a las de origen más mediterráneo. Es decir, ejemplificando de manera muy simplista, es la corriente que puede representar el espíritu de Regoyos o Zuloaga frente al de Sorolla o Benlluire, o el de Pío Baroja frente a Blasco Ibáñez, o en resumen, el de una parte muy importante del Noventa y ocho frente al Modernismo. Sin embargo, hay que resaltar que en la difusión de la nueva arquitectura y en el diseño de los años sesenta, Barcelona tenia una indiscutible preponderancia. Por ello llama la atención el carácter, en principio, poco mediterráneo de Nueva Forma y como, sin olvidar a artistas tan inmersos en esta cultura como Picasso, Miro o Tapies, esta revista prefirió profundizar en determinados aspectos del arte vasco, tales como las esculturas de Oteiza y Chillida.

Por tanto podríamos decir que tanto Fullaondo como Amón optaron por un camino que no era el mas fácil e iniciaron sus propias búsquedas estéticas que dieron como resultado un trabajo muy original en el que, como dijimos, había un gran componente pedagógico, lo cual no era extraño, ya que tanto uno como otro fueron siempre unos maestros vocacionales, con un extraordinario carisma personal y con una marcada – incluso irresistible – tendencia a lo interdisciplinar. Así, por ejemplo, la tesis doctoral de Fullaondo, leída en 1965, trataba sobre las relaciones entre arquitectura y las músicas de Schoenberg y Boulez, lo cual, sobre todo en aquel momento, rompía bastantes moldes académicos. Santiago Amón, por su parte, después de una formación humanista en la que había mostrado una especial capacidad y predilección por la filosofía y las lenguas clásicas, que nunca abandonaría, estuvo vinculando a los grupos poéticos madrileños y pronto comenzó sus ensayos sobre el arte moderno en los cuales utilizaba como referente un modelo clásico literario – Virgilio y el Impresionismo, El arte abstracto y la poética de San Juan de la Cruz – que preludiaban sus posteriores monografías sobre Chillida y Pablo Picasso.

Con tales antecedentes no es extraño percibir en las paginas de Nueva Forma una gran ilusión a medida que en cada nuevo numero se configuraba e iba desarrollando el proyecto editorial de la revista. Incluso las citas literarias que salpican sus paginas, de las cuales son paradigmaticas las de James Joyce, aunque las haya de Kafka, Beckett, Unamuno, Machado, Guillen, Alberti, Blas de Otero o Cela. Fullaondo y Amón hacían siempre un uso muy inspirado de estas citas que eran muy sintomáticas de un momento en el cual todavía no había desaparecido completamente la censura y en el que, por ejemplo, no sabía bien si el Ulises de Joyce estaba ya autorizado o no, después de un período larguísimo de prohibición. La eficacia de estas citas, muchas veces destacadas tipográficamente en el diseño de la revista era muy grande, sobre todo teniendo en cuenta que la mayor parte de sus destinatarios, los arquitectos españoles, habían recibido una formación humanista no muy extensa. Junto a estas frases literarias era frecuente la referencia a grandes figuras o movimientos del arte internacional todavía mal conocidos en España. De este modo, cuando se hablaba de los futuristas italianos, del Stijl, de Tatlin, Malevich, Max Bill o e propio Picasso, gue eran movimientos y artistas apenas entrevistos bibliográficamente en nuestro país, la acción didáctica era de una extraordinaria eficacia. Y Junto a estos nombres aparecían una nueva generación de arquitectos— Oíza, Higueras, Fernández Alba, Corrales, Molezún, Moneo— junto a una revisión de figuras históricas mal conocidas —Alberto del Palacio, García Mercadal, Fernández Shaw...—, a algunos de los cuales incluso se les dedicaron interesantes números monográficos de Nueva Forma, que todavía hoy son parte esencial de su bibliografía. También se divulgó la obra de artistas como los ya citados Oteiza y Chillida, junto con la de otros como Palazuelo, Lucio Muñoz, Raba, Sempere o Antonio López que en aquel momento están en un momento clave de su producción. Somos conscientes que al lector actual todos estos nombres les resultarán obvios y, en su mayor parte, indiscutibles, pero en el momento en el que aparecían publicados en Nueva Forma, distaban mucho de serlo. Igualmente es muy difícil paro los jóvenes generaciones acostumbrados a ver en España grandes exposiciones y todo tipo de arte, hacerse idea de la situación que entonces se vivía en nuestro país, que comenzaba a sentir un cierto desahogo económico pero todavía estaba al margen de los grandes circuitos culturales, llenos de vitalidad creadora y de intuiciones artísticas y, por otra parte, totalmente receptivo con las nuevas ideas que llegaban del exterior y, tal como se demostró posteriormente, dispuesto serena y racionalmente a que la situación política cambiase diametralmente. Desde este punto de vista es difícil no sentir añoranza de la capacidad creadora y vitalidad de los años sesenta y setenta y, volviendo a Nueva Forma, esta añoranza es mayor al ver hasta qué punto esta revista fue de extraordinaria utilidad en nuestra sociedad y cómo todavía hoy conservan muchas de sus páginas una total vigencia.

Como publicación duró, más o menos, una década, el tiempo necesario para dejar un poso y una estela y, por otra parte, el justo para no caer en el propio manierismo. Juan Daniel Fullaondo y Santiago Amón, por caminos separados, siguieron siempre siendo espíritus esencialmente libres y escribiendo libros y artículos que nunca podrán ser tachados de prosaicos y vulgares. Todavía es prematuro saber el juicio definitivo que merecerá la obra escrita de ambos, pero lo que es indudable es que, para quienes tuvimos la suerte de conocerlos y tratarlos, su recuerdo es imborrable porque eran ejemplo vivo de esa tradición de magisterio,apasionado, próximo y cautivador, que se inició en las plazas áticas.

(Texto escrito por Alvaro Martínez Novillo para el catálogo de la exposición sobre la revista Nueva Forma, que tuvo lugar en Madrid en el Centro Cultural de la Villa de Madrid,en otoño de 1996)





NUEVA FORMA - 01/09/1996

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