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El Inventario General de Antoni Tapies

EL INVENTARIO GENERAL DE ANTONI TAPIES.

Si el hombre se asombrara, cada mañana, de lo extraño y gratuito que es el amanecer, seguro que no habría pintores de amaneceres; que la inexplicable llegada de la luz resume y expresa el enigma del día, mejor, mucho mejor, ya lo creo, que los pinceles todos de los elegidos. Si el ciudadano reparase en la muy extraña presencia de la puerta de enfrente, de la pared de la esquina, de la ventana desvencijada, de la hoja del periódico que se lleva el viento, del cartón desguazado a merced del basurero, de la huella del zapato sobre el barro amarillento..., tampoco Antoni Tapies hubiera emprendido el inventario de tales y otros objetos con la cuenta y recuenta de todas sus señales.

Ocurre, sin embargo, que el hombre se olvida de lo uno y no presta la debida atención a lo otro... y ha de venir de tarde en tarde quien le haga reparar en el enigma único de su propia andadura entre las cosas. Y es ahí, en punto tal, donde el arte toma su origen y da el artista su particular toque de atención. "El arte —ha dejado escrito Garaudy— no es sino la facultad de convertir las realidades inmediatas en mitos reveladores". ¿Hay realidad más inmediata que las simples cosas, impenetrables, ineludiblemente impuestas, diariamente enfrentadas al ojo del transeúnte? ¿A quien corresponderá título de artista, mejor que a aquel que del tacto mismo de las cosas elige el signo para convertirlo en mito revelador, familiar y enigmático, del existir?

Una exposición antológica de Tapies entraña, paso por paso, el signo de la estupefacción ante las cosas comunes (y no hay cosa, insisto, más común que el ir y venir del día). Desde su primer asomarse al balcón del arte, con la constancia de sus primeros retratos expresionistas ("Pintura relleu", de 1945), sus fastanmagorías surrealistas ("Paisatge d'Hurus", de 1950), sus pinturas crudamente realistas ("Autorretrat", de 1950) y otros y otros testimonios (los dibujos a tinta china del tiempo de "Dau al Set", "West and blues", "La carta"...) hasta sus experiencias más luminosas en contacto inminente con la "materia"... la obra entera de Tapies incluye el censo general de las cosas halladas en la sorpresa del suelo y convertidas en mitos reveladores.

Advierte Leonardo da Vinci cómo en las paredes de las casas surgen ranuras y desconchados que en su propio y doméstico discurso parecen transmitirnos un mensaje trascendente. No, no hay pintor —a juicio del genial florentino— que con sus artes y sus oficios pueda reproducir, ni imitar siquiera, el hacerse, conformarse y mostrarse de esas huellas venidas de si mismas y por si mismas a la faz de la pared. No hay pintor capaz de emular la génesis de esas presencias familiares, verdaderas apariciones en el transcurso de la costumbre. Y de haber alguno, no seria otro que Antoni Tapies, de par en par abiertos sus ojos al familiar y enigmático despertar de las cosas.

A más ha llegado incluso nuestro buen artista: a convertir en ornamento y lujo la sola presencia de las cosas más humildes y menospreciadas. Aquel papel volandero, que alguien dio al abandono, fue llevado, elevado, por Tapies al honor del marco, y aquel otro cartón abandonado a su albur fue amorosamente recogido y recortado por el artista, transformada su amarillenta y sucia traza en oro de ley con negros de liturgia. Alguien pasa por el barro y deja en él su huella anónima ante la indiferencia del común. Sólo Antoni Tapies sabe que en la suela de aquel pie solitario había afanes o secretas llamadas de algún punto o raras orientaciones hacia otro y otro enigmático lugar.

Antoni Tapies ha sabido devolver a su antiguo decoro los muelles oxidados del somier, con lazos de festiva añadidura, y ha restituido a la pompa de la cámara nupcial la cama polvorienta y carcomida que alguien dejó abandonada en el desván de los recuerdos perdidos, en el confín de los fantasmas familiares. Paredes desconchadas, calcinadas o humedecidas; puertas surcadas de arriba abajo por el mordisco del tiempo sobre el tiempo, con la mano bajo la mano de la brocha gorda y la gota entre la gota de la lluvia; ventanas con el eco de un viento loco... y la recensión entera de los objetos perdidos. Todos los objetos desechados, que son legión, se tornan procesión gloriosa, de la mano de Tapies.

"Cualquier objeto, desprovisto de su función —dejó bien apuntado Marcel Duchamp— pasa a convertirse en objeto del arte". Pocos como Tapies han entendido en su recto sentido la lección del padre o hijo (que no se sabe bien) de Dado, y nadie mejor que él ha acertado a llevarla a última consecuencia. No, no es que Tapies prive de función a los objetos para hacerlos propios del arte. Los elige, los rescata, de su ruina, de su escombro, de su "detritus", para convertirlos en lujo, en ornamento, en liturgia. Bajo el signo pertinaz de una cruz que tacha y descubre el horizonte, y con las galas todas de una ceremonia abierta a los cuatro vientos, Antoni Tapies se limita, en fin, a advertimos de lo extraño y gratuito que es el diario amanecer alumbrado el asombro, sin más, de las cosas.





CAUCE 2000 - 01/11/1984

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