Ir a SantiagoAmon.net
EL HABITAT DE LA EMERGENCIA

Es del todo incongruente, irrazonable, desconsolador, que un proyecto, meditado y acometido de cara a la realidad, venga a parar en hermosa y vana utopía. De cara a la realidad inmediata, a su dimensión más empírica, cotidiana, eventual, afín a la previsión o hipótesis del suceso, ha sido meditado el planteamiento arquitectónico de estas unidades Sociales de Emergencia como una propuesta eminentemente realista y enteramente realizable.

Más que justo parece que lo elucubrado como puro sueño utópico, no trascienda el confín de la utopía, sin que por ello se vea desprovisto de un carácter extremo de aproximación al universo de las posibilidades. Cuando hablamos de utopía, aludimos, sin rodeos, a la certera concepción de Karl Manheim, en cuyo contexto viene a ser la antítesis de cualquier ideología históricamente anclada en las aguas calmosas del status. La utopía entraña, así entendida, la fuerza motriz, el poder negativo del conocer y del actuar, frente al anquilosamiento de la ideología imperante o a la esterilidad de un acaecer histórico, irremediablemente relegado a las fronteras del statu quo. Ideología y utopía son como la tesis y la antítesis de un incesante proceso dialéctico, en cuyas márgenes se debate toda auténtica alternativa política, toda síntesis de progreso, toda recta evolución. La utopía propone el futuro, la ideología rememora el pasado. Un día, el ímpetu de aquélla desmorona la aparente fortaleza de ésta, y así, surge una renovada concepción del presente. La continuidad de este presente comienza, a su vez, a adquirir y consolidar paulatinamente un intrínseco perfil ideológico, que al ser combatido desde fuera por una naciente actitud utópica, conflictiva, provoca un nuevo trueque, y tras él, otro, de signo contrario, y otro, y otro... en sucesivas síntesis enriquecedoras, camino del progreso. Lo en verdad decisivo en este juego alternativo de ideologías y utopías es que los postulados utópicos se hagan fehaciente realidad cuando, derrocada la vieja ideología, lleguen al suelo firme del presente en curso. Si ello no ocurre, se produce, sin remedio, lo que antes denominábamos utopías obligadas (o utopías a la fuerza, o utopías sin razón...).

La historia de la moderna arquitectura nos regala sobrados ejemplos de esta suerte de la utopía, capaz de definir, mejor que otros. muchos títulos habitualmente invocados: la intención primera y el frustrado destino de los más grandes arquitectos de nuestra edad. Ellos intuyeron e idearon, con plena adecuación histórica, una nueva faz del universo, que, al concretarse en la realidad sociopolítica más idónea para su despliegue, distó mucho de verse plasmada en el suelo de un presente teóricamente renovado, o lo fue por vulgar remedio, incluso llegó a encarnar la contradicción más asombrosa, el reverso mismo de aquel primer impulso renovador. ¿Cómo explicar, de otro modo, que Van Doesburg realizara, a título personal un solo edificio, quedando el resto de su deslumbrante investigación en obligada utopía ¿Qué fueron, sino utopías a la fuerza, las mejores ideas de Le Corbusier de Mies van der Rohe? ¿A merced de qué, sino de una cálida y exigua iniciativa privada lograron, a duras penas, escapar de la utopía sin razón unas cuantas (sólo unas cuantas) propuestas ejemplares de Frank Lloyd Wrigth, el mayor de los arquitectos contemporáneos? Innumerables ejemplos nos sería dado proponer .Elegiremos, sin embargo, uno solo que, por su clara y triste virtud ilustrativa, venga a resumir exhaustivamente cuanto aquí quiere sugerirse: la intención luminosa y el oscuro paradero del Constructivimo ruso. Fue el fuego de la Revolución del 17 el estímulo genuino de aquella utopía motriz (en el recto sentido que Manheim atribuye al vocablo), alentados por los Tatlin, Vesnin, Melnikov. Lissitzky..., y convertida apenas instaurado el nuevo orden políticosocial en la más lamentable de las utopías obligadas. ¿No significó el rigor stalinista la negación palmaria de los audaces postulados constructivistas y la implantación sistemática de las formas más opuestas, entre las imaginables, a las que proponían con. toda oportunidad histórica, aquellos arquitectos auténticamente vanguardistas, revolucionarios fieles a las exigencias de la nueva concepción humano-vital y enteramente consecuentes con sus fines?

Reduzca el lector la posible desmesura de los ejemplos elegidos, salve cuantas distancias juzgue oportunas, pero acepte, sin reservas, el carácter ilustrativo, explicativo, de esta introducción, en atención al sentido estricto, al verdadero alcance de estas unidades Sociales de Emergencia que aquí se le ofrecen; porque también aquí, ante el despliegue de este gran campamento, distendido en la libre anchura, ha de brotar precipitadamente y de labios demasiado propicios a definiciones inmediatas, la voz utopía, sin aclarar el vario matiz en ella implícito. Estas unidades Sociales, ajenas por principios a todo embelesamiento utópico, han sido meditadas y urdidas de cara a la realidad, a su faz más empírica, cotidiana, contingente, transitoria... y aspiran a instalarse en la esquina misma del suceso, de la efemérides (de lo que, etimológicamente, dura un día, de lo que hoy se da aquí y mañana en otro confín geográfico). La complexión del planteamiento arquitectónico atiende al discurso próximo del presente en cuyas márgenes el acaecer imprevisto desborda, las más de las veces, proyectos y propósitos, poniendo al descubierto el carácter a posterior!, la extemporaneidad e ineficacia de las llamadas, en el ritual administrativo y en la reseña periodística, medidas o soluciones de emergencia. Estas Unidades Sociales, de preconcebida y bien analizada emergencia, sin duda que son susceptibles de revestir la piel de la utopía, pero sólo en el caso de no verse realizadas y por el mero hecho de no haberse realizado; pararán quizá, según lo antes advertido, en obligadas utopías, en utopías a la fuerza, sin razón, sin otra razón que la amarga paradoja establecida por la súbita irrupción de lo imprevisto en el suelo de la realidad y la muda estantía de un oportuno y razonabilísimo planteamiento arquitectónico en el archivo de los proyectos nonatos.

Por encima de cualquier otro pormenor (como puede serlo el aquilatado análisis espacial o la radiante definición de una arquitectura abierta, la pretensión humanizadora del alzado ante la posible hostilidad del entorno y de los mismos materiales de su sustento, o la noción urbanística, impresa en la eventualidad de una tramoya destinada a un medio impropiamente urbano...) destacamos, de entrada, el cariz realista, la condición plenamente verificable de estas Unidades Sociales de Emergencia, porque en ello va su sustancia, su sentido, su intención, su alcance y también la cruda alternativa, a cara y cruz, entre su posibilidad eficiente y su impertinente y forzosa adjetivación utópica. Aquí se ha subordinado toda teoría general, toda concepción metafísica del hecho arquitectónico, al carácter eventual, contingente, emergente, perentorio, transitorio, cotidiano... de la vivienda. Esta que aquí se nos ofrece es una arquitectura de lo eventual, basada en una filosofía de lo eventual, atenta a los residuos del acontecer, a los restos y accesorios, a los parerga y paralipómena, diríamos con Arturo Schopenhauer, del vivir y del morar.

Indagó el buen filósofo germano, a lo largo de su ininterrumpido pensar, la raíz íntima de la vida, el sentido profundo e inescrutable en que se funda la existencia, afiló su crítica por justificar la voluntad interna del ser, del conocer y del obrar..., y terminó, ya anciano, por subvertir los términos del problema, dándose afablemente a la eudemonología, a la contemplación y al amor de las cosas en su rara proximidad, en su eventualidad, en su patencia exteriorizada..., e infundiendo al nuevo discurso el aire saludable del buen sentido, la sal de la conseja (en cuyo dictado se hace innegable el influjo de Gracián, habitual la cita de Calderón y Cervantes, más que oportuna la remembranza de nuestro refranero y del todo consecuente el recurso a un pensamiento, como el español, exento de verdadero alcance metafísica y rico en sabiduría popular). Tal es la condición de sus inmortales parerga y paralipómena, cuya traducción llana, desligada de toda ampulosa exégesis intelectualista y ceñida a su más genuina raíz etimológica, bien pudiera, a juicio nuestro, ser la siguiente: restos y accesorios. El propio Schopenhauer, en la introducción de sus parerga. nos ilustra suficientemente acerca del carácter exterior, de estas cosas eventuales, próximas, comunes, de estas que, por su misma, insignificante y amable condición real, nos desligan sustancialmente de la nada: Se trata de una existencia —reza el texto literal— que, considerada desde el punto de vista puramente exterior, después de fría y madura reflexión, es preferible a la noexístencia.

La fría y madura reflexión sobre estas Unidades Sociales de Emergencia, cuya génesis hemos conocido de punta a cabo, trajo a nuestra mente la amable sugerencia de los parerga y paralipómena. con toda su carga de eventualidad, su condición común, su gesto transitorio. No busque aquí el contemplador ni pretenda el experto deducir la consecuencia, ni el reflejo siquiera, de una pretenciosa concepción arquitectónica. Deseche igualmente (al paso de esta tramoya ambulante, con sus módulos hinchables, sus elementos plegables y desplegables, montables y desmontables, su estructura mecanizada, su varia y caprichosa instauración en la palma de la libre anchura...) toda remembranza futurista, porque, en tal caso, había erróneamente de llevar la viabilidad entera del proyecto a la inadecuada región de la utopía. Si esa singular tramoya, presta a desplegarse en la incidencia imprevista del suceso, merece título de utopía, lo será en la más positiva de sus acepciones, esto es, en cuanto que no se ha visto aún realizada y en cuanto que clama por cubrir la emergencia de un acaecer imprevisto que las páginas volanderas del periódico divulgan, diaria y paradójicamente, en la inevitable sección de sucesos: las consecuencias, siempre iguales a sí mismas, de lo que sobreviene fatal, súbita e infaustamente sobre el normal discurso del morar y del convivir (la inundación, la catástrofe en general, con su consiguiente evacuación masiva, reinstalación, nuevo y urgente acomodo comunitario... y otros problemas, no menos dignos de solución emergente, por más acostumbrados, como el del chabolismo, del hacinamiento habitual..., o la misma y previsible eventualidad de peregrinaciones, excursiones, traslados en masa...).

Si tales consecuencias son, por costumbre, iguales a sí mismas, ¿no serán igualmente subsumibles en una solución eficiente y común a todas ellas? La respuesta afirmativa, aparte de excluir, en el acto, el acento negativo de lo utópico, viene a esclarecer la oportunidad, el destino y el nombre mismo de estas Unidades Sociales de Emergencia. Ellas entrañan los supuestos y pregonan, en su alzarse, en su distenderse, el orden de una arquitectura residual, la viabilidad de un proyecto, destinado a aquella especie de la excepción que, por su constancia cotidiana, llega a ser ley. Los parerga y paralipómena del acontecer diario, o de su excepción diaria, los restos y accesorios de la vida común, quieren verse aquí resueltamente reflejados en el común destino de estos otros parerga y paralipómena del habitar emergente, en la concurrencia oportuna de estos otros restos y accesorios arquitecturales, meditados y urdidos de cara a lo excepcional, inevitable y cotidiano. Son, diríamos, exprimiendo aún más la definición, lo accesorio de lo residual. Accesorio, por su eventualidad misma, frente a la cimentada estabilidad de la arquitectura propiamente urbana, por su condición intrínsecamente efímera (lo que dura un día); y residual, porque es la fracción, súbitamente desgajada de la convivencia habitual, el residuo, el resto del morar común, lo que aquí encontraría albergue previsor, perentorio, emergente. Es una arquitectura residual, concebida así, y así proyectada, que quiere prever, por vía de emergencia, un acontecimiento de relativa condición excepcional, dada su Palencia cotidiana; una forma del morar que, aunque emergente, sea verdadero morar. Se trata, en suma, de una vivienda —diríamos con remedo schopenhaueriano— que, aun considerada desde el punto de vista puramente externo, después de fría y madura reflexión, es siempre preferible a la no-vivienda.

¿Cómo será, en el suelo de la realidad, esta manifestación residual de la arquitectura, esta eventual instauración de la vivienda? Difícilmente cuadraría a cualquier otro proyecto, mejor que a estas Unidades Sociales de Emergencia, la noción sustantiva de movilidad, con un alcance aún más lejano que el propuesto por Phi1ippe Boudon por mero contraste con la idea pertinaz de estabilidad, de solidez, de cimentación, de hermetismo... a que se ha atenido históricamente y sigue ateniéndose la praxis arquitectónica. El concepto tradicional de mansión, morada, inmueble (cuya derivación respectiva de las voces latinas manere, moran, inmobilis, es obvia e inmediata), alusivo siempre a lo estable, inmutable, refractario a toda transformación que no sea su propia y trabajosa demolición, quiere aquí verse sustancialmente suplido por el carácter mudable, transitorio y paradójicamente habitual del evento (con toda la carga de imprevisión y también de hábito que alberga la voz latina evenire). Se trata de una auténtica arquitectura del evento, presta a alzarse, a plegarse y desplegarse con la misma súbita instantaneidad a que obedece el evento y en previsión de su más que habitual constancia y noticia. Cuando, ante estas Unidades Sociales de Emergencia, hablamos de movilidad, no queremos referirla, como es costumbre, a la aparente mutación, al efectismo cinético, de un edificio que es, por naturaleza, sólido y estable. No se alude aquí a una movilidad visual o ambiental, ni a la fluidez de un espacio previamente establecido, ni a la variabilidad de su escala con relación a las diversas estancias, ni a su mera conectabilidad, ni a la dúctil transición del exterior al exterior, y viceversa, ni al juego de luces y sombras..., excluyendo, al propio tiempo, la mención de lo sorprendente o imaginario. Esta tramoya ambulante es móvil por propia definición (incluida en su mismo hacerse y deshacerse, en su establecerse, en su transportarse) que, al margen de toda imaginación utópica, quiere tocar el suelo de la realidad, cual solución en verdad emergente y de cara a la necesidad (no al aspecto puramente lúdico, cuando no frívolo, caprichoso, hedonista, a que viene atendiendo, una y otra vez, la policroma variedad del hinchable, la apoteosis del neumático).

Ni futurismo ni utopía. La eventualidad del acontecer exige formas eventuales del morar, y si la excepción se hace costumbre, debe hacerse verdadera solución la emergencia. Aquí se propone, sin rodeos, una arquitectura de lo eventual, de lo residual, de lo perentorio, una arquitectura capaz de instalarse en la esquina misma del suceso, en la palma de la efemérides (de lo que, etimológicamente, dura un día, de lo que hoy fue aquí y, mañana, en otro confín geográfico), presta a distenderse en el abrir y cerrar de ojos que implica todo evento. Estas Unidades Sociales de Emergencia quieren cercar la exigencia del momento, constituyen un momentema (diríamos, agregando un tema más, a los propuestos sin tregua por el moderno estructuralismo) vienen a probar que hombres y mujeres despojados o alejados de su habitual morada, personas, animales y cosas, erradicados de la costumbre, pueden —en palabras del buen poeta yanqui Robert Lax— estar juntos en un mismo lugar, ocupar un campo de noche, levantar las tiendas con la mañana, realizar la vida al atardecer y partir a la luz de las lámparas, otra vez en la noche.

BELLAS ARTES - 01/11/1972

Ir a SantiagoAmon.net

Volver