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SALUDE Y CEDA EL PASO

Toda campaña electoral (y la recién concluida en el País Vasco no ha sido, ni mucho menos, excepción) suele desarrollarse como ejercido público y contumaz de agresión o descortesía. El propio término «campaña», con las muchas expresiones (salir a campaña, hallarse en campaña, hacer la campaña, batir la campaña...) que de él se derivan, guarda relación, más o menos directa, con la guerra. ¿Guerra de voces y gestos? De tablado en tablado va el candidato arengando (¡el signo de la victoria entre los dedos!) a los suyos, increpando a los rivales y acomodando todo su esfuerzo al dictado de una extraña y sistemática razón (o sin razón) inversamente proporcional: la proclama de los mejores propósitos con los peores modales.

«Día de reflexión» llaman al que precede a la votación y al escrutinio, quedando en su transcurso terminantemente prohibida toda manifestación electoralista. Y uno piensa que dicha y muy silenciosa jornada reflexiva tendría que establecerse a la cabeza y no en la cola del proceso electoral. Antes de lanzarse a la caza y captura del voto, cada uno de los candidatos había de verse constitucionalmente obligado a reflexionar en torno a la justa proporción entre fines y medios, de suerte que los propósitos y los programas hallaran su mejor garantía en la explícita corrección de los modales. Valdría incluso la pena que los candidatos fueran someramente aleccionados, y con carácter obligatorio, en las artes universales del saludo.

Coincidiendo con la campaña electoral que digo, el pasado 21 de octubre se celebró el Día Universal del Saludo: una idea feliz, acuñada con el sello. entre ingenuo y empírico, del «made in USA», que va cobrando cuerpo de realidad en el resto del planeta. No, no está mal que la humanidad deje alguna vez de fruncir el ceño y alargar el paso para entregarse, siquiera por unas horas, a la expresión del más saludable de los deseos. ¿Hay acaso deseo mejor que el de la salud? «Saludar» significa, desde el punto de vista estrictamente etimológico, «desear salud», incluyendo, en una acepción más amplia y practicable, actos y gestos tan gratificantes y gratuitos como dar los santos y buenos días o ceder el paso.

¿Un saludo histórico recusable? El que Luis XIV dedicó al Parlamento francés sin otra palabra: o gracia que el chasquido del látigo de montar Y como quiera que el cardenal Mazarino criticara su actitud en nombre del Estado, cuentan que el monarca respondió sin inmutarse: «El Estado soy yo. » ¿Reverso de la moneda? El plasmado por Velázquez en «Las lanzas». Vayan al Prado y vean: Justino de Nassau, el vencido, entrega cortés la llave de la dudad de Breda, y Ambrosio de Spínola, el vencedor, en vez de cogerla (ni siquiera mirarla), pone gentilmente la mano sobre el hombro del enemigo felicitándole por el valor desplegado en el combate. ¡Espejo de modales! (en verdad que sólo falta la música de fondo del minué).

Traigo al comentario ejemplos tan extremados y contradictorios con el ánimo de suscitar aversión y atención respectiva a las malas y a las buenas formas públicas. Saludar no es otra cosa, insisto, que desear salud al prójimo e incluso velar uno por la suya, todo lo indirectamente que usted quiera; que el tiempo que pueda perderse en dar los santos y buenos días... tal vez se gane en la prevención gratuita o en la evitación misma del infarto. Si la humanidad entera se saluda, es la salud la que se expande y crece sin necesidad de organismos oficiales. La humanidad se habrá salvado aquel día en que el tráfico rodado quede interrumpido en todo el mundo porque todo el mundo disputa y se esmera en cederse el paso.



DIARIO 16 - 01/09/1986

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