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EL TORERO Y EL NÚMERO

La guerra de los números ha estallado en los ruedos. Comenzó todo, el pasado invierno, en la colombiana plaza de Manizales. Satisfecho por una de las faenas por él y en ella ejecutadas, Ortega Cano dio en proclamarse, dedo índice en alto. el «número uno». ¿Con alcance universal? En vano trata el torero de explicar que su gesto en modo alguno quiso exceder el lugar y el tiempo de su propio y espontáneo brote: la arena y la hora en que se produjo... a favor de emoción palpitante y noble competencia. «Sucedió —matiza. ahora Ortega Cano, tratando de quitar hierro y fuego a su apasionada autoproclamación— una tarde de mucha torería; los tres matadores nos picamos y todo resultó muy emotivo.»

Ya la respuesta no se ha hecho esperar, apenas iniciada la temporada española con las corridas falleras. Llegó Luis Francisco Espía al coso valenciano, vio, lidió, triunfó... y para significar su éxito, siquiera en segunda instancia, alzó a los cielos el índice y el corazón de su mano diestra, como quien dice: «Si Ortega Cano se cree el número uno, me allano yo a ser el dos» (taurino correlato, o algo así, de lo que en el área política significan Felipe González y Alfonso Guerra, tal cual la llamada «moción de censura» acaba de confirmar). No, no le ha faltado a Esplá un punto de ironía en su complaciente y subordinante proclama, abierto a sus otros colegas el orden sucesivo de la numeración hasta colmar, al menos, la década de Pitágoras.

En ella, en la década pitagórica, pensaba Espartaco cuando, terciando (y nunca mejor dicho) en el lance, declaró con probada humildad y fingida ignorancia a los periodistas valencianos: «Yo de números no entiendo. Ninguno de nosotros, sin embargo, es el uno o el diez, porque los toreros no estamos numerados.» Bien hace el risueño matador de Espartinas en renunciar al trono que gentes apasionadas, voces partidistas y plumas aduladoras quieren asignar a los bajos de su espalda. Hoy por hoy (¡Quién sabe si mañana!) los toreros no están numerados como las localidades en que se asienta, previo pago, sus posaderas el más o menos respetable público, aunque la verdad es que entre hacer (o montar) y vender el número hay cada vez menores diferencias.

La voz castellana «número» procede directamente de la latina «númerus», abierta a significados tan dispares como cantidad, unidad, categoría, condición, proporción, orden, ritmo, compás, medida, verso... ¿Clases de números? Infinitos. Sin confundir la consonancia con el significado, cabe decir que los hay cardinales, ordinales, racionales, naturales, reales... Al margen, también, de las figuras que puedan respectivamente sugerir, existen números complejos, completos, concretos, mixtos, planos, redondos, enteros, quebrados, fraccionarios, perfectos, congruentes, superantes, inconmesurables... Más acá, en fin, o más allá de su vinculación social o simple parentesco, el diccionario nos habla seriamente de números amigos y números primos.

¿Números de todas las clases, y para todos los gustos? «Aquí hay números para todos nosotros», señala Paco Ojeda refiriéndose a los del gremio y tomando cuenta la variedad y riqueza del vocablo. Entre hacer, montar, comprar y vender el número, dije antes, es menor cada vez la diferencia, sobre todo si el artista y su mentor empiezan a valerse del diminutivo. ¿Hacer el numerito? Y traerlo y llevarlo cual décimo de lotería que alguien airea por la candente arena. A ello atiende, sin duda alguna, esta respuesta de Ojeda: «Ya está bien de numeritos. Aquí el único que reparte números de verdad es el toro. » Números hay en los lomos del toro y en la barrera y en la andanada... y en la cuenta corriente (negros para unos, y para otros, rojos.

DIARIO 16 - 31/03/1987

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