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LA PUERTA DE ALCALÁ CUMPLE DOSCIENTOS AÑOS

La Puerta de Alcalá cumple doscientos años. En el amplio ático que campea sobre su arco central y queda rematado por el clásico frontispicio, nos es dado leer la leyenda conmemorativa: REGE CAROLO III. ANNO MDCCLXXVIII. Sin ninguna de aquellas sentencias gloriosas que, al decir de Gracián, sazonan la historia (y a lo largo de estos cuarenta últimos años nos han traído tantas y tantas vacuas resonancias imperiales), la lacónica inscripción viene llanamente a decirnos que la obra se vio concluida en 1778, bajo el reinado de Carlos III. Cabe únicamente agregar que obedecieron sus trazas al ingenio de Francisco Sabatini.

La Puerta de Alcalá, que ni es puerta, ni se abre a la avenida bautizada con tal nombre. Sin muralla a la que dar acceso, es, más bien, arco de triunfo, entronizado ayer en el arrabal y hoy interpuesto entre dos tramos de una cañada o camino legalmente obligado para los ganados de la Mesta. A diestra y siniestra del pasadizo que, tras la presuma puerta, comunica actualmente los pares con los impares de la supuesta calle de Alcalá, hay dos piedras o mojones en los que puede leerse con toda claridad la palabra cañada, dándonos a entender que la trashumancia del ganado lanar sigue teniendo legitima preferencia sobre el tránsito rodado, agobiante, si los hay, en aquella zona.

Columnas adosadas y pilastras del orden jónico (cuyos capiteles se modelaron sobre los que Miguel Ángel compusiera con destino al Capitolio romano) sustentan el airoso acornisado y por ambos lados ordenan las fachadas con dos dinteles en los extremos y tres arcos centrales de medio punto. Sobre el ático, el frontispicio se ve coronado por las armas reales al amparo de la alegoría de la Fama. Figuras de niños y trofeos bélicos congracian el anverso y reverso de la construcción, con la sugerencia, tal vez, de un posible o hipotético consorcio entre la inocencia y la devastación. En el feliz alzado de esta llamada Puerta de Alcalá colaboraron con Sabatini (como igualmente lo hicieran con Ventura Rodríguez en la fuente de Cibeles) Francisco Gutiérrez y Roberto Michel.

Curioso y paradójico resulta hoy comprobar que Francisco Sabatini goza de la estima o del simple decir popular por una obra que no hizo: los jardines que, en el ala izquierda del Palacio Real, llevan su nombre. Muchos son los que hablan u oyeron hablar de los Jardines de Sabatini, y no pocos los que por ellos pasearon alguna tarde, sin saber que fueron trazados por un arquitecto que aún vive, y viva largos años: Fernando García Mercadal. Fue él quien los realizó en la explanada de las desaparecidas caballerizas reales, obra que fue de Sabatini como lo son, entre otras, el Hospital de San Carlos, el Ministerio de Hacienda, el templo de las Comendadoras, los sepulcros de la iglesia de Santa Bárbara, la Escalera de Honor del Palacio Real...

La Puerta de Alcalá y la desaparecida de San Vicente, debida también a los buenos oficios de Sabatini, acotaban y orientaban, de este a oeste, el discurso viario de la capital de España: aquella ejemplar ciudad que en el siglo XVIII admitió contadas comparaciones foráneas, merced a la previsión de un rey liberal y eficiente alcalde, merecedor, de acuerdo con ajena ocurrencia, de verse históricamente mencionado como Carlos III el Urbano. «El mejor alcalde el Rey». En el bicentenario de la Puerta de Alcalá, vale la pena retrotraer el titulo de Lope de Vega por todo o mejor homenaje a quien ordenó hacerla, a quien la hizo y a cuanto» con él (los Villanueva, Hermosilla, Ventura Rodríguez...) contribuyeron al hacerse mismo de una ciudad digna ayer de encomio, y hoy de ignominia y vituperio.

La efemérides conmemorativa exige, asi las cosas, contrastar las glorias de antaño con los desmanes de hogaño, o proponer al ciudadano común, al simple viandante, una estratégica angulación desde la que él mismo, sin necesidad de otros comentarios. tendrá colmada ocasión de establecer un cotejo comparativo entre la obra ejemplar de hace dos siglos y el insultante telón de fondo que se le agregó hace unos años. Sitúese usted en la justa confluencia de la Gran Vía con la calle Alcalá y centre desde allí su mirada en el transcurrir de ésta hasta la acrópolis en que se alza el monumento de Sabatini. En verdad que sus ojos han de chocar, atónitos, con esa especie de crucifixión que se produce entre la disparatada verticalidad de la llamada Torre de Valencia y la mesurada horizontalidad de la Puerta de Alcalá.

La ciudad ha quedado literalmente crucificada en uno de sus enclaves de mayor entidad fisonómica. ¿Cómo reparar la ofensa? Si la alcaldada de turno no impidió, en su día. pese a la protesta de los más, la construcción de la Torre de Valencia, ni hoy permite su demolición, no queda otro remedio, para desmentir el agravio, que solicitar la urgente destrucción de la Puerta de Alcalá. Tal sería, al cumplirse el bicentenario de su primera luz. el mejor homenaje a la memoria y feliz descanso de Carlos III, el Urbano, y de Francisco Sabatini, su buen arquitecto.

O cae la Torre de Valencia, cosa improbable. o se derriba, vaya usted a saber, la Puerta de Alcalá, o se acepta, en fin. la oportuna y genial solución que se le ha ocurrido a ese gran arquitecto llamado Casto Fernández Shaw, impenitentemente inmerso, a sus ochenta y tanto años, en la siempre joven dimensión del futurismo. Consiste su invento (ignoro si lo ha patentado) en provocar, a espaldas de la Puerta de Alcalá, un inmenso surtidor, una incesante cortina de agua. que exceda la altura de la Torre de Valencia, evite su visión y venga a atenuar la indignante crucifixión del ente urbano. ¿Que se corre el riesgo de empapar, en días ventosos, al transeúnte? Mejor es calarse de agua saludable que verse diariamente abrumado por incivil bochorno.

EL PAIS - 05/03/1978

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