El pasado jueves, día 11, falleció el escultor Alexander Calder cuando regresaba de su recién inaugurada exposición en el Whitney Museum de Nueva York. Murió, pues, en aras del oficio. Nacido en Filadelfia, en 1898, alternó, a partir de 1926, su residencia entre Nueva York y París, y es el genuino creador de las esculturas giratorias, comúnmente conocidas como «móviles». Viene hoy a las páginas de EL PAÍS, para que quede algo dicho, aparte del merecido homenaje, acerca de su vida y semblanza.
Los "móviles”de Calder
“Si es cierto que la escultura debe grabar el movimiento en lo inmóvil, seria una error emparentar el arte de Calder con el de un escultor. El no sugiere el movimiento, lo capta”. Nada que objetar a este claro testimonio de Jean Paúl Sartre, pero si algo que añadir: que la cualidad sensible de la escultura tradicional fue el relieve (antes, desde luego, que la sugerencia del movimiento en tanto la escultura contemporánea vino a suplirlo por la línea y su modulación en el vacío a lo largo de una tradición tan cercana como fecunda, que se transmite de Julio González a Chillida, o de Rodchenko a Alexander Calder.
Absurdo seria poner en duda lo que los propios sentidos acusan, en el acto, ante las obras giratorias de Calder: su presencia dinámica, su insistente facultad de movimiento. Tan cierto es ello, que en la denominación habitual (ideada o no por Marcel Duchamp) el substantivo escultura ha terminado por elidirse y ceder su acento definitorio al adjetivo móvil. No se habla, en efecto, de las esculturas móviles de Calder, sino a secas, de los móviles de Calder, pareciendo claro, en tal sentido. el error de emparentar, de acuerdo con lo escrito por Sartre, el arte de Calder con el de un escultor propiamente dicho.
Calder, sin embargo, es un escultor e incluso, un gran escultor. Y no porque pase por tal en la nomenclatura, clasificación e historia del arte contemporáneo, sino, y ante todo, por haber hecho suya y ejemplar la condición más característica de la escultura contemporánea en su cotejo más obvio con la que nos legó la tradición: aquel cambio fundamental, antes apuntado, en cuanto a la cualidad sensible del fenómeno escultórico, la sustitución del relieve por la línea, o del volumen pleno por el vacío, modulado eso si, en el concierto de múltiples referencias lineales e indicadoras de infinitos espacios.
Todo el dinamismo de la obra de Calder supone esta esencial transmutación, y de ella. precisamente recibe su especificidad escultórica. No sólo es movimiento; creación, más bien, de espacio y modulación del vacío, en cuya libre entidad se posibilite el continuo girar, la traslación y la paulatina modificación de orientaciones. No es, en fin, escultura porque se mueva, sino por crear una abierta especialidad en que la materia se libera o alivia, y se faculta el movimiento. Esto resulta de aquello, y no viceversa. Pareciendo lo uno invención exclusiva de Calder, proviene de lo otro, quiéralo o no Sartre, su nombre de escultor.
Puros significantes
Hecha esta salvedad, no hay inconveniente en aceptar las agudas precisiones que el pensador francés dejó impresas en el prólogo de la exposición presentada por Calder en la Galería Carré, el año 1946. Con él hay que decir que los móviles de Calder se sustentan como escuetos significantes: ni significan algo especifico, ni nos traen otros recuerdos que el de ellos mismos: son, sin más, son absolutos, o trazados y concertados en la región de lo absoluto, a merced de la hora y del viento (verdaderos rectores de sus danzas), a medio camino entre la esclavitud de la estatua y la independencia de los acontecimientos naturales.
¿Traducen algún significado concreto? ¿Obedecen siquiera al pensamiento de su hacedor? Nada traducen y a nada se someten sino a sus propios resortes: están, simplemente, en el aire, transmitiendo el sonido, el paso y el tiempo del aire.... de lo que se filtra y mueve y conmueve. «Tienen demasiados resortes —puntualiza Sartre—, y muy complejos, para que un cerebro humano, siquiera el de su hacedor, pueda prever todas sus combinaciones. Para cada uno de sus móviles, Calder establece un destino general de movimiento y después se abandona a lo que salga (...): cada una de sus evoluciones es una inspiración del instante.»
Primero fue la creación de un espacio ilimitado (a partir de unos elementos materiales, reducidos a su mínima expresión) y, después, la impulsión de un movimiento real (no sugerido o simulado), destinado a indicar al enigma embargante. Por lo uno, Calder es escultor (y en la línea de los grandes de nuestro tiempo); por lo otro. es inventor. inventor de sus propios móviles. ¡Los móviles de Calder! Esos elementos inconsistentes, fluctuantes (casi alambres, casi tallos, filamentos, fibras...) que llevan por corona la fracción de una y mil hojas volanderas.... indicando otros tantos horizontes sin significado.
La adecuada inserción de sus móviles en una nueva manifestación cualitativa es la que confiere a Calder nombre de escultor. Cumple a cada arte una especifica cualidad sensible: a la música, la sonoridad: a la pintura, el cromatismo... ¿Y a la escultura? Su cualidad sensible fue. en la tradición, el relieve para dar paso, en la de nuestro tiempo, a la línea, supresora del plano e indicadora del espacio en cuanto que espacio. ¿Y quién, como Calder, ha acertado a reducir su grosor hasta convertirla en simplificación minimal, como hoy se dice, en brizna de línea, que en su propio concierto indica y modula la densidad del vacío?
El cuerpo de la obra se manifiesta en el suelo de la realidad, aparece entre las cosas, como un acorde que hace congruentes los datos de la sensibilidad. No se trata, sin embargo, de sensaciones en sentido subjetivo (distintas en cada uno de los contempladores), sino de cualidades sensibles (qualia sensibilia). Inherentes objetivamente a la obra, a cada obra que constituyen, según dije, la base fenoménica (manifestativa) para la diversificación de las artes y. también, para el reconocimiento, en cada grupo, de cada uno de los artistas, si en verdad lo son.
Cuerpo sin cuerpo
¿Cómo surge a los ojos el cuerpo de los móviles de Calder? ¿Dónde descubrir su cualidad sensible más peculiar? El cuerpo surge, diríamos. sin cuerpo, y la cualidad sensible se concreta como efusión lineal capaz de congregar porciones de vacío y de indicarlas y modularlas, a favor del movimiento. Cuando Sartre afirma que Calder no es escultor, sin duda que lo hace con mentalidad antigua, asignando a la escultura aquella cualidad sensible que llamamos relieve, plasmado cu la corporeidad del volumen pleno e incapaz de transmitir movimiento si no es por sugerencia o ilusión óptica a merced, especialmenle, de la luz.
Si convenimos, por el contrario. en encontrar la cualidad sensible de sus móviles en la primacía dei espacio vacío, demarcado, modulado y definido por su propia y más elemental delincación. Calder es, si no uno de los más grandes, si el más consecuente de los escultores contemporáneos. No hay en ninguno de sus móviles apariencia o sombra de relieve. Todo en ellos es vacío entrañante y envolvente, a voluntad de la línea (alambre-línea, tallo-línea, fibra-línea, brizna-línea, filamento-línea, estambre-línea. hilo-línea...) que recorre el ámbito vacío de su pertenencia, concertado u orquestado en perpetuo y pausado movimiento.
Lejos, pues, de grabar el movimiento en lo inmóvil (o sugerirlo en el relieve), Calder viene a orientarnos" en tomo a aquello que nos embarga y mueve y conmueve. Y en ese punto donde se pone en marcha todo su risueño espectáculo, convirtiéndose en circo cósmico aquel circo en miniatura en que, apenas llegado a París (allá por el año 26), cifró sus sueños de escultor. Todo gira. pero pausada, insensiblemente (como lo hacen los astros, las luces v las estaciones, como lo hace, en su perpetuo Uinsilo. el planeta mismo que nos sustenta), a medio camino entre el servilismo de la estátua y la independencia del fenómeno natural.
No hay en los móviles de Calder ruidos ni sobresaltos. Todo gira con la imperceptible perfección del circulo. Todo es un tanto a su aire y un tanto sujeto a medida, flujo y reflejo de si mismo («todos los ríos van al mar —dijo el Eclesiastés— y, sin embargo, el mar no crece»), como el mar en calma.« Un objeto de Calder —concluye Sartre— es como el mar, y hechizante como él siempre comenzando siempre nuevo. Ya no se trata de echar una ojeada al paso; es preciso vivir en su contemplación y fascinarse con él. Entonces la imaginación se regocija con las formas puras que van cambiando, al mismo tiempo libres y reglamentadas.»
EL PAIS - 14/11/1976
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