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El Cordobés y la creencia.

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Por el ruedo de las Ventas acaba de pasearse el fantasma del pseudo (esto es, falso) desarrollo con todos sus pelos y señales. Pelos ya un tanto lacios los de Manuel Benítez y señales forzadamente impresas en la mueca de su risa que, al chocar con la de Julio Iglesias, asomado a la barrera, llegó a adquirir fulgores de anuncio de dentífrico. Gestos y saludos propios de los anos sesenta trataban en vano de retrotraer el tiempo inexorablemente ido (el de las vacas gordas y los toros flacos), y quienes entraron con el nombre de El Cordobés en los labios salían hablando de Antoñete.

Bajo apariencia y titulo de festival benéfico se intentó, hace apenas una semana, resucitar en las Ventas los felices tiempos pseudodesarrollistas. Antes que arena del riesgo, y pese a la llovizna, la plaza parecía estrado de juegos florales. Se colmó de claveles el ojal y de plácemes el tendido, y hasta en el del 7 (otros eran sus ocupantes) cedieron los aliados pañuelos verdes al revoloteo de mil palomas verbeneras. Cosa de magia: dio marcha atrás e! reloj en la cuenta de veinte años y sólo faltaron las cámaras del «No-Do» para certificar en torno al símbolo (¡al ídolo!) el milagro.

Nadie mejor que El Cordobés encarnó el símbolo idolátrico, entre la suficiencia y la ignorancia, del próspero y engañóse final de los sesenta. Valía lo uno y lo otro para cualquier definición, para cualquier lance. Como habla de todo, no era preciso saber de nada (y menos aún de toros). En vez del refrendo fiel de la ciencia, el certificado suficiente de la creencia, y por partida doble: tenia el ciudadano de pro dos coches, dos residencias, dos secretarias, dos fuentes de ingresos, el mundo a sus pies... y además «se lo creía», en un gesto ideal para el auge seguro de lo ramplón, de lo hortera.

Se comprende que a alguien le venga ancho el traje o el cargo. Sólo cuando el usuario o el dignatario creen que realmente les cumple la «posición» que ostenta pasan a convertirse, sin más, en horteras. De haberse limitado a «simular», hubiera sido Benítez. un precoz «posmoderno». Pero, ¡ahí, «se lo creyó» y, convertido en ídolo, pasó a incorporar el modelo de una «horterización nacional» que a nuestros días llega, pese al afán risueño de la «posmodernidad» en ejercicio, cuya norma fundamental reside (¡remedio de males probados!) en anteponer la «simulación» a la creencia y a la vida misma.

Lejos de toda simulación (y de todo disimulo), nuestros representantes del «falso desarrollo» se asomaron a la plaza (y a la vida) ajenos a toda ciencia y fiados de sola creencia. «Algo tendrá —decían de su ídolo— cuando llena las plazas.», ¡Lo mismo que ellos a la hora de llenar la bolsa! Tan horripilantes y ramplonas, a fuer de horteras, eran las faenas de El Cordobés como las cosas que por tiempo tal surgieron de la especulación y la usura del suelo. Llegaron luego (y ahí siguen) los tiempos de las «vacas flacas» y los toros serios... y tuvo que volver Antoñete a explicárselo en la arena.

DIARIO 16 - 14/04/1986

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