La Empresa Municipal de la Vivienda «tenía» pensado restaurar la plaza Mayor (y en ello tal vez hubiera ido el mejor homenaje a Carlos III, su hacer más legitimo, al cumplirse el bicentenario de su muerte). Hablo en pasado porque todo parece quedar en un lavado de cara Con un presupuesto de 200 millones de pesetas, «va» a reducirse la cosa a la limpieza, o lo que es peor, a la «pintura» de las fachadas, cuando el deterioro (material y moral) de nuestro mayor y mejor recinto público y abierto venía y viene reclamando a voz en grito un proyecto global de rehabilitación, con la cuenta detallada de funciones y de usos.
Cobra hoy la plaza Mayor sórdido aspecto de prisión o de jaula, alteradas sus genuinas proporciones por la excesiva altura, por el peralte desmedido, que en mala hora se dio a la cubierta, y dañada la cornisa por la estructura metálica en que se apoyan metros y más metros de pizarra, más propia de un ámbito monástico ideado por Felipe II (¿e! Sombrío?) que de un punto popular de encuentro dispuesto por Carlos III (¡el Urbano!). ¿Otros males? Si el cambio de imagen de un lugar implica el de sus «habituales», la paulatina degradación de nuestra plaza ha terminado por entrañar el reclamo de la podre y la mugre.
Desde si, y sin necesidad de otros argumentos, hablan las cornisas (las de las «cuatro esquinas», sobre todo) del daño producido por la estructura metálica en que se asienta la agobiante y siniestra cubierta de pizarra. Poco a poco han ido cediendo, si alguna vez estuvieron en su punto, las junturas, filtrándose por ellas la lluvia... y encargándose del resto la oxidación paulatina e implacable. Ese es el aspecto (con riesgo de desplome, en algún caso) que ofrece la piedra, a la espera de una mejor conducción del agua, difícilmente confiable a las «enormes gárgolas» con que ahora se intenta atajar el daño.
Y de la cornisa ha corrido el orín por las paredes, contagiando e! revoco con que se las «lució» (es un decir) en la nefasta reforma de 1967 al 69. ¿Solución? Revocar de nuevo las fachadas, en vez de «pintarlas» (como, al parecer, se pretende) repitiendo el mal ejemplo de la Puerta del Sol; tratar de reducir el peralte desmedido de ;a cubierta, cambiando la sombría pizarra escurialense por sencilla teja castellana... y sustituir el erizado pavimento por otro menos hostil al paso. Redimir, en suma, la plaza del desmán perpetrado (aparcamiento subterráneo incluido) en las fechas indicadas.
La insultante altura de la cubierta, agravada de fúnebre negritud en la trama de miles y miles de plaquetas (¿«infame turba de nocturnas aves», que auguró don Luis de Góngora?), recorta más allá de lo debido el cielo, al tiempo que imprime en las paredes una ingrata sensación visual de agobio... para terminar reflejándose en el suelo hiriente y redundantemente entonado en grises (como los de las columnas, molduras, arcos y dinteles), sienas (como los del revoco de las fachadas) y negros (como los de la pizarra misma).
Si ya no es viable, en atención al derecho adquirido por los moradores, rebajar la altura de los tejados si parece posible mitigar (un tanto así) su peralte y cambiar, insisto, la pizarra por la teja, reservada aquélla, emblemáticamente, a las Casas Municipales de la Panadería y Carnicería. ¿En las fachadas? La norma artesanal del revoco, capaz de distribuir armoniosamente el paso cotidiano de las luces y las sombras sobre un suelo felizmente liberado de su propia presencia hostil, desértica, o aún peor, habitada por el «lumpen».
El resto es cosa de recuperación cultural («la tradición no se hereda —decía Malraux—, se conquista»}. Hay que rescatar la plaza (jaula, hoy, o cárcel) de su mugre, volviéndola ámbito de convivencia (tornar diaria costumbre la dominicalmente ejercida —es sólo un ejemplo— por los filatélicos). Hora es de verificar —trátase de otro ejemplo— una buena idea de Jesús Espelosin: la «feria permanente del coleccionista» (que los hay de muy diversa condición y nación). Fija su sede en los bajos de la Casa de la Panadería, ¿dónde hallar mejor antesala o lugar de encuentro que en nuestra plaza Mayor por excelencia?
DIARIO 16 - 13/03/1988
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