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DRÁSTICAS REBAJAS

Dos noches y un día destinaba la tradición a la celebración popular del triduo navideño. Desde fecha, si inconcreta, no lejana hay que agregar a las Nochebuena y Nochevieja y al día de Reyes la fiesta solemne de las «drásticas rebajas». Todo un cambio de orientación, litúrgica, mejor que vacación proseguida o resaca arrastrada por su propio peso; que si toda fiesta mayor tiene su octava, el ciclo de Navidad ha terminado por coronarse con la paradójica exaltación de las rebajas que digo. Es como si los grandes almacenes quisieran rebajar los humos a los ilustres monarcas en la misma medida en que rebajan el precio de las prendas que ellos trajeron, das antes, al vecindario p que éste adquirió de buena fe y por cuenta propia.

Pasados los Reyes, el vecindario se siente en parte atraído y en parte defraudado por el anuncio oficial de las «drásticas rebajas». Sin ellas podía la hacendosa ama de casa alardear, alguna que otra vez, de haber mercado buen paño, a precio de ganga o notoriamente inferior al pagado por la vecina del quinto. Institucionalizadas, en cambio, a modo de festividad posnavideña, son los grandes almacenes o sus promotores los que parecen recrearse .en la burla del sector más serio y más fiable de la barriada. ¡Todo un agravio comparativo! ¿A qué invita realmente el reclamo ritual de las rebajas sino a que el comprador de hoy por la mañana adquiera el mismo objeto con la mitad del dinero desembolsado por el cliente de ayer por la tarde?

«¡Rebajas!» «¡Grandes 'rebajas!» «¡Drásticas rebajas!» Tal parece el orden o el grado ascendente de la nueva festividad posnavideña, con la rotunda paradoja que entraña el adjetivar de forma superlativa lo que por naturaleza tiende (cual el acto de rebajar) al diminutivo. «¿Drásticas rebajas?» No creo que haya proposición más contradictoria en sus términos o menos adecuada a su propio contenido y cometido que la así aireada por los grandes almacenes a la vista del respetable público. Cuanto más baja y baja el precio del producto, o el producto mismo, tanto más sube y sube el tono de la exaltación y el signo admirativo. Mal se aviene, en fin, lo «drástico» (lo severo, enérgico y terminante) a lo ofrecido casi, casi... de regalo.

Otra cosa es que los promotores de las rebajas de enero entiendan lo «drástico» en su más estricta acepción etimológica, es decir, en cuanto que adjetivo directamente derivado del verbo griego «drao», que significa «obrar» o «hacer obrar» de aquella especifica y muy eficaz manera que propia resulta de los purgantes medicinales. Dícese «drástico», en tal sentido, el medicamento que mueve o hace obrar infaliblemente el vientre. ¿Más «drástico» aún dentro de esa misma línea? El. que provoca, diccionario en mano, una intensa diarrea por , irritación de la mucosa intestinal. Con sólo relacionar ahora este alcance con aquel otro que el verbo «rebajar» atribuye a reiterada caída de los calzones, la cosa queda, me creo, más que clara.

«¿Drástica rebaja»? La purga de Benito o de Fernando. que desde la botica ya está obrando, ironiza así el refrán el deseo exagerado de que una causa produzca efectos anticipados y desproporcionados. Y en verdad que anticipado y desproporcionado parece el afán de afrontar la temible «cuesta de enero» gastando más de lo debido (e incluso más allá de lo posible) en el engañoso cotejo mercantil del «antes» y el «ahora» o bajo el señuelo cautivador de los «precios irrisorios». «La cuesta de enero prosigue en febrero», se decía antaño señalando con ello la dureza del repecho invernal. Hoy las «drásticas rebajas» (las purgas posnavideñas) hacen que el susto se aplace, con error, hasta finales de Dios (y el ministro de Hacienda) sabe cuándo.



DIARIO 16 - 13/01/1987

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