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JUICIOS POR TV

Dentro de unos días, si el favor nos llueve de la altura, va a emitirse en Pekín el último telediario; último, al menos, para alguno o algunos de esa teórica y paradójica banda de los cuatro, que de hecho está integrada por diez (o por once, de incluir en su nómina la memoria del mismísimo Mao Tse-tung o Mao Zedong, a tenor de transcripción más correcta y actualizada). Faltan sólo horas, que a más de uno han de hacérsele eternidades. La causa quedó lista para sentencia, y lista está la sentencia para ser transmitida a las no muchas moradas chinas que, en un censo global de casi mil millones de moradores, pueden permitirse el lujo del televisor. Todo se halla, en fin, a punto de aquel punto en que el presente, al compás del verso manriqueño, es ido y acabado.

Iniciada con aires de espectáculo, con ellos va la cosa a sus postrimerías (sirva de contrapunto la adecuada advocación teológica y teleológica), y lo que la tradición procesal consagró en términos de gravedad, cuales edicto, interdicto, auto, sumario, atestado..., viene a convertirse, por gracia de los neodemócratas chinos, en gacetilla de cartelera u ocasional reclamo más propio de la guía del ocio que de una condena a muerte. No sin estupor nos era dado leer, el pasado día 8, esta lacónica noticia recién llegada de Pekín: «La revista 'Semanal de Televisión China"», puesta a la venta con el programa del 11 al 18 de enero, advierte a sus lectores presten atención a la pantalla, pues en fecha breve se les ofrecerá la sentencia contra diez criminales. »

¿La pena capital con aroma de detergente? No creo que McLuhan quisiera llegar tan lejos corno los nuevos hombres de Pekín. Que el medio es el mensaje lo atestigua, de acuerdo con lo predicado por el lúcido pensador canadiense, el hecho de que un mismo mensaje, emitido por tres medios distintos, se hace él mismo distinto. Agravase el caso en la pequeña pantalla, hasta el extremo de tomarse adjetivo el fondo de- lo expresado y hacerse plenamente sustantiva la forma. Televisión -vale concluir sin mayor escrúpulo- transmite televisión. Decorados, dirección, focos, ambiente, montaje y-maquillaje... dan lugar, en su conjunto, a que el actor, quiéralo o no, supla al hombre, y escenografía y ficción se antepongan a realidad y vida, aunque sea ésta la que ande en juego.

Para dar dramático testimonio de vida, en aras de supuesta ejemplaridad, no se les ha ocurrido a los de la contrarrevolución Idea más luminosa, o luminotécnica, que frivolizar su propio y coactivo acabamiento con la musiquilla del último telediario, Invitación ritual a conciliar el sueño en familia (¡y de qué índole será ese sueño familiar si tras él ya no queda, para alguno o algunos, posibilidad de otro sueño!). La pequeña pantalla reduce a su medida, por grande que fuere, todo acontecer y aclimata a su efímero espectáculo la más severa de las determinaciones. No hay en ella otra chispa

de la vida (aunque en juego esté la del vecino) que la de la multinacional bebida espumosa, ni final más aparente, y unánimemente aceptado, que el The End del telefilme en curso.

Tuvimos ya ocasión de contemplar en la pequeña pantalla otros juicios de sangre y de oír Incluso la ráfaga seca de algún fusilamiento. Repugnancia y pesadilla fueron su secuela, en vez de sueño conciliador; que si triste es ver súbitamente por tierra, justo o culpable, a un hombre maniatado, doblemente penosa resulta su retransmisión, directa o diferida, entre el anuncio de un detergente, la exaltación de un desodorante y la entronización de un electrodoméstico... o el paternal consejo de prudencia, para mayor sarcasmo, al volante del automóvil, o el aviso contumaz de los peligros que acechan al fumador o las solícitas advertencias en cuanto a la dosis del bronceado al borde de la playa... y el contamos contigo y algo tuyo se quema y más vale prevenir...

Televisión remite a televisión y transmite, insisto, televisión. Por la propia imposición del medio, la más razonable y cabal de las recomendaciones llega a hacérsenos insultante o frívola, merced, por ejemplo, a su inserción intempestiva o a causa de un montaje desafortunado o un enfoque Impertinente. Medio antonomásico de sí mismo, según el pensamiento de McLuhan, la televisión entraña el reverso de la vida, que es fin en sí misma, de acuerdo con el sentir de Nietzsche, y por antonomasia, De aquí que cuando aquélla pretende incorporar lo que es propio e intransferible de ésta, se produzca al Instante ese sobresalto de contradicción que caracteriza y define todas sus presuntas manifestaciones a fondo y los más de sus juicios, incluido, si cabe, el Juicio Final.

¿Imagina usted el Juicio Final transmitido en directo por televisión? Vittorio de Sica lo propuso_ en una recordable película del mismo título, orientada a resaltar el sentimiento de culpabilidad colectiva y abocada a un desenlace harto previsible. Discurre la acción en Nápoles. Apenas amanecido el día, se deja oír desde las alturas este insólito aviso, implacable e intermitente: «Señoras y señores. a las dieciséis horas tendrá lugar el Juicio Final.» Los ciudadanos acogen la nueva con natural asombro, que se tornará recelo para parar en angustia compartida. Todos, absolutamente todos (el ateo y el creyente, el justo y el limpio-de culpa, el abanderado y el prosélito...), acusan el sobresalto, sin que tarde en organizarse una rogativa en común, a la espera de la hora.

Y llegó la hora temida, y a punto todo (el clarín, la balanza, el trono y la inapelable bifurcación a derecha e izquierda...) para el juicio de los juicios, un nuevo aviso de las alturas vino a minar la expectativa de los ciudadanos: «El Juicio Final será transmitido en directo por televisión.» Todo había de cambiar a contar de tal instante y a favor de semejante deferencia celestial. Cada uno de los citados ante el tribunal verdaderamente supremo se cuidaba más de dar bien ante la cámara que de responder de los cargos, no pocos, sobre él acumulados, y hasta algún convicto y confeso aprovechó el lance, para saludar a la parentela. La solemnidad del mensaje fue inmediatamente engullida por la frivolidad del medio y hubo el juicio de aplazarse sine die.

Es posible que la tradición se haya excedido en lo uno por evitar lo otro, y que para decidir sobre vida y muerte tal vez sobren togas, pelucas y birretas. Más desmesurado, sin embargo, y grave, parece que la solemnidad acostumbrada e instituida dé paso y franquía a la frivolidad no menos acostumbrada y masivamente impuesta. Por razones de imparcialidad y respeto (¡qué menos, cuando el ser y el no ser se debaten un tanto más allá de la declamación hamletiana!),la tradición procesal negó y sigue negando a los fotógrafos el acceso a la vista publica (fomentando, por cierto, la vocación e incluso el género de los dibujantes de. tribunales). Bajo capa de ejemplaridad, y para auge de la demagogia, los posmaoistas deciden instalar en el estrada el tinglado tetevisual:

Edicto, interdicto, apelación, exhorto... y tantas otras voces como del foro romano nos vinieron con el peso de su propia autoridad, son en la China al uso suplantadas por dimes y diretes de gacetilla o por el reclamo de la cartelera, incluyéndose un juicio de muerte, a la cabeza de los espectáculos más a destacar, en la programación semanal de la pequeña pantalla. Ojalá tenga el juicio de-Pekín un desenlace análogo al ideado por Vittorio de Sica, No será así o mucho habrán de cambiar, tras lo ya cambiado, las cosas. Sepa el lector que el mismo despacho informativo en que (sin el matiz cautelar de la presunción) se calificaba de criminales a los diez encartados, insistía en comunicamos que el mausoleo de Mao sigue cerrado (sin duda alguna, por reforma).

ABC - 17/01/1981

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