POR el llamado arco de la Victoria se sale de la ciudad, digamos, «común» y se entra en la Ciudad Universitaria. Un viaje de ida y vuelta, que antes se hacia a lomos del tranvía (Moncloa-Paraninfo, de acuerdo con la nomenclatura oficial) y a bordo se hace hoy de autobuses bautizados con letras, (el G, el E, el F...) y números (el 62, el 82, el 46...) de enigmática orientación. Un breve trayecto abierto de par en par a lo que pudo haber sido y lo que tristemente es el «alma máter» madrileña. De lo uno y lo otro tendrá usted noticia (con alguna laguna) en una exposición que por estos días se le ofrece en el Museo de Arte Contemporáneo, sito en el propio «campus» universitario.
¿Sigue llamándose arco de la Victoria el que da acceso a la Ciudad Universitaria? Sí, de acuerdo al menos con lo que en su cara posterior sigue impreso en lengua latina y con letras capitulares: «Armis hic victricibus mens lugiter victura monumentum hoc D.D.D.» ¡.Traducción en minúsculas? Deshecho el hipérbaton y resueltas las abreviaturas, la que sigue: «La mente, ,que siempre vencerá, da, dona y dedica este monumento a las armas que vencieron aquí». Es, pues, la Universidad triunfante la que se constituye en monumento al «ejército vencedor», cincelados ambas «advocaciones» para deshonor y vergüenza de los pobrecitos derrotados... en una sangrienta guerra fratricida.
Lo natural o más acorde con su propia orientación geográfica es que la «ruta de la Universitaria» tome su origen de la plaza de la Moncloa. ¿Perspectiva, paraje y espectáculo? Más propios del Campo de Marte que de un «campus», repito, destinado a la enseñanza. A diestra y siniestra, el Cuartel del Aire y dependencias, más el estrambote, siempre en obras, de ese lúgubre templo circular que con todo el adorno superficial de cruces y más cruces al tresbolillo (pruebe usted a contarlas) ha concluido, sin más, en sede administrativa (¡quién había de decírselo al vencedor!) de la Junta del Distrito de Moncloa.
Agobiado, encajonado por el doble muro del cuartel con todas sus ventanas, chapiteles y troneras, el arco de la Victoria se debate allá, al fondo, con su cuadriga y sus latines. ¿Más al fondo? El recorte y ramillete de crestas y atalayas (la aguja de la iglesia «colonial» de Santo Tomás, el faro de la Escuela de Navales, el torreón del antiguo Colegio Mayor José Antonio...), constriñendo la mirada y «regalando» al conjunto (de acuerdo con una norma supuestamente «restauradora») un aura surrealista que, de puro arbitraria y paranoica. Dará si hubiera deseado Dalí... o Giorgio de Chirico, en plena «fiebre metafísica».
El suma y sigue de tales muros, arcos y espadañas conforma un auténtico y paradójico «telón de fondo» en el vestíbulo mismo de la Ciudad Universitaria, que impide de plano la visión y aconseja alterar e! itinerario. Antes, sin embargo, de emprenderlo por donde más conviene, se aconseja al viajero retenga con fijeza el espectáculo de este introito «surrealtriunfalista», porque del choque entre lo aquí visto (o «restaurado») y lo que luego verá (el rescoldo del proyecto originario) se deciden acierto y desatino de la arquitectura de antes y después de la guerra civil..., más un grave e imperdonable error impreso en la otra cara del llamado arco de la Victoria.
«Munificenciae regia condita, ab hispanorum duce restaurata, aedes studiorum matrilensis florescit in conspectu dei», se lee allí y así se traduce: «Fundada por largueza regia y restaurada por el caudillo de los españoles, la Casa de Estudios de Madrid florece a ojos de Dios.» ¿Y la República? ¿Ni un adjetivo merecen quienes por los años treinta concluyeron lo planeado la década anterior? Intercálese (..ya!) la expresión «Reipublicae studio confecta» y quede así, cuando menea, la dedicatoria: ¡Fundada por largueza regia, alzada por afán de la República y restaurada (¡de qué modo!) por el caudillo de los españoles, la Casa de Estudios de Madrid florece (¿usted cree?) en la mirada divina.»
DIARIO 16 - 11/04/1988
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