En la plaza de Cibeles se congregan tres siglos encarnados en otros tantos inmuebles por obra y gracia del que podríamos llamar «juego de las cuatro esquinas»... y nos sobraría una. Son ellos, por orden de antigüedad, el palacio de Buenavista (cuartel, hoy, del Ejercito), alzado en el XVIII, sobre un proyecto de Ventura Rodríguez, por Juan Pedro Arnal; el Banco de España, ejecutado al alimón, a finales del siglo pasado, por Eduardo Adoro y Se, veríano Sainz de la Lastra... y la sede central de Correos, debida, desde principios de nuestro siglo, al muy personal estilo de Antonio Palacios.
La esquina sobrante se ve, en fin, ocupada, a contar de 1873, por el palacio de Linares, obra que, aún firmada por Carlos Colubi, arquitecto municipal de aquel entonces, no puede ocultar la huella del maestro francés (belga, según otros) A. Ombrecht.
Desde que dejó de albergar, hace más de veinte años, las oficinas de la Transmediterránea, hemos visto cómo el exterior de este muy airoso y fisonómico palacio madrileño se ha ido deteriorando paulatina e inexorablemente, en tanto su interior (¡su espléndido interior!) se veía destinado, cuando más, al rodaje de alguna película de altos, no sé bien, o.bajos vuelos.
Parecía quedar el palacio a merced de su propia ruina... y subsiguiente especulación, que no llegó a consumarse, al ser declarado edificio de «protección integral», incluido el amplio jardín, tal cual se asoma al paseo de Recoletos con sus dos característicos pabellones (de corte clásico, el uno, y resonancia romántica, el otro).
Y de pronto, y sin que se sepa por qué (aunque no deje de barruntarse), empieza este palacete de Linares a cobrar un creciente interés, crematístico más que artístico, hasta alcanzar una plusvalía de verdadero escándalo (más de 2.000 millones de pesetas). ¿Será por la .gracilidad de su vestíbulo ovalado con el elegante arranque de la escalera de doble tiro, que conduce al salón principal decorado al modo barroco? ¿Viene tal vez dictada tan insólita plusvalía por la suntuosa biblioteca de estilo renacentista? ¿Por el soberbio artesonado? ¿Por la amplia galería rebosante de mármoles y jaspes? ¿Por los herrajes de bronce dorado al fuego...? ¿Responde acaso la incomprensible alza de precio a los lienzos de Castro Plasencia, Amanso, Ferrant, Domínguez Bécquer..., minuciosamente pegados a los muros o adheridos a los techos por la mano maestra de Francisco Pradilla?
No, en la misma medida en que tales elementos y efectos cobran un creciente valor artístico lo van perdiendo en su consideración estrictamente mercantil.
Una mansión de semejantes características (fue ideada por Mateo Murga, marqués de Linares, en 1873, para recepciones , celebraciones... y otros tales festejos y agasajos) resulta forzosamente «res extra commercium» (como puede serlo, distinguidas las funciones y salvadas las distancias, la mismísima catedral de Burgos), esencialmente ajena a las pautas del mercado y enteramente refractaria a toda plusvalía.
¿Por qué, pues, trata el actual propietario de vender al Ayuntamiento en más de dos mil millones lo que le costó bastante menos de quinientos? Entre la austicia del vendedor y la gana del comprador anda el juego de las cuatro esquinas (perdón, de la especulación multiplicada por cuatro o por cuarenta). Quiere el uno, en suma, aprovechar la ocasión que al otro se le brinda de adquirir un espacio ideal para la representación u ostentación pública (que es de hecho para lo único que vale el palacete).
Y de ahí, justamente de ahí, nace la plusvalía ceñida a la cifra apuntada, puramente convencional y claramente abusiva. Deje, déjelo el Ayuntamiento en manos de la propiedad actual y exija, exija la Dirección General de Bellas Artes de la Comunidad madrileña la restauración y conservación que el inmueble exige... y verán cómo el precio decrece y se atiene el juego a sus reglas.
DIARIO 16 - 13/12/1987
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