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LA DOCENCIA EN LOS MUSEOS

La dimensión pedagógica de los museos empieza a cobrar un claro carácter prioritario tras la segunda guerra mundial a favor de una renacida conciencia democrática, internacionalmente cotejable en estadísticas de índice psicológico y sociológico, y en el creciente número de convenciones y reuniones periódicas (Atenas, 1954; Río de Janeiro, 1958; París, 1964; Moscú, 1968...). El Consejo Internacional de Museos ha desarrollado, de otro lado y en tal sentido, una encomiable labor, a través, especialmente, del Comité para la Educación y Acción Cultural creado en 1956. El museo, de esta suerte, va dejando de ser mausoleo, para convertirse en aula abierta a la investigación y a la docencia, al qué hacer de los especialistas y a la atención de las masas.

¿Y en España? La función educativa es prácticamente nula. Ni existen guías debidamente preparados, salvo contada excepción, para un elemental cometido didáctico (no sólo turístico), ni los conservadores pueden hacer compatibles tareas administrativas y labores pedagógicas. Sin exigir a los guías oficiales una especifica titulación universitaria como acaece en Alemania, y sin ver constituida, como ocurre en Inglaterra, una sola sociedad de amigos de los museos, nos daríamos por eventualmente satisfechos con la práctica periódica de conferencias y cursillos (al modo de los del British Museum) en que el rigor científico no menoscabara la claridad de las explicaciones a los distintos niveles de la enseñanza y al público en general.



Realidad y quimera

No hay en nuestros museos el menor intercambio de opinión, indispensable incluso para el montaje adecuado de una sala, entre conservadores y pedagogos, ni la orientación más liviana para licenciados y maestros. Pensar en dedicaciones especializadas es quimera. Nos son enteramente ajenas las eficientes experiencias educativas llevadas a cabo en otros países (Sala Pedagógica, del Museo de Cuba; Museo de los Niños, en el Long-Champ, de Marsella..., o las exposiciones con maquetas que, al cuidado de un conservador-pedagogo, montan y desmontan los escolares en algunos museos alemanes), en tanto un horario intempestivo habla, sin más, del desdén hacia los trabajadores. ¿Cuántos museos quedan abiertos, un día al menos por semana, a partir de las seis de la tarde?

Las miras educativas del museo reclaman, de otra parte; exposiciones rotativas y didácticas, orientadas tanto al contenido o significado como al conocimiento de los materiales, de las técnicas y los oficios. Es menester, a tal fin, que el material expuesto vaya profusamente acompañado de complementos gráficos (planos, maquetas, carteles, rótulos...) y que la visita sea guiada y subsidiariamente secundada con la explicación del mero documentalismo, debiendo correr la función pedagógica a cargo de monitores especializados, miembros todos ellos del musco y directores competentes de los diversos grupos de visitantes. ¿Se da en nuestras salas oficiales algún trasunto de esta tan clara exigencia educativa?

Alguna publicación, de corte progresista, ha empezado a encarar la precaria situación pedagógica de nuestros museos (Aprender en el museo; Cuadernos de Pedagogía, febrero, 1975; Posibilidades pedagógicas de los Museos, idem, octubre 1975) y se han iniciado algunas experiencias museísticas, como las llevadas a cabo por B. A. García, D. Lozoya y M., D. Llopart, del equipo pedagógico-experimental del Museo Etnológico de Barcelona. En, una reciente reunión-coloquio, convocada por el Departamento de Pedagogía de dicho museo y favorablemente acogida por maestros y alumnos, entraron en debate las deficiencias y dificultades con que tropieza una seria labor didáctica, en aquél y en cualquier otro de nuestros museos.

Deficiencias y ausencias

De las deliberaciones de la reunión de Barcelona se desprende la ausencia casi absoluta de publicaciones en cuanto a uso y actividades del museo, y de instrucciones encaminadas, desde la iniciación escolar, al enriquecimiento de la sensibilidad infantil; la falta de catálogos y guías didácticas para la comprensión de la compleja temática museística; la necesidad de rehuir visitas estandarizadas e inculcar el diálogo entre tres partes: alumno, profesor y representante del Departamento; la exigencia de una preparación previa a la visita, tanto para escolares como para adultos, mediante conferencias y proyecciones de películas y diapositivas, o a través de conversaciones con el monitor y el maestro, en torno a los objetivos propuestos.

Se abordó también todo un replanteamiento de las salas de los museos, postulándose la tajante subordinación del lujo o el espectáculo a auténticos empeños educativos, la necesidad de reducir la habitual desmesura de los pabellones, galerías y pasillos, en evitación del hacinamiento acostumbrado y en beneficio de aquellas piezas maestras dignas de ocupar una sola y pequeña sala, complementada con otras de reserva y ampliación pedagógica (familia, especies, derivaciones, influjos, consecuencias...). No faltaron propuestas de descentralización y devolución de obras a su lugar de origen, información a los adultos a través de los hijos, conveniencia de lugares de reposo y tertulia (con destino especial para los forasteros).

¿Opciones alternativas? La reunión-coloquio de Barcelona afrontó aquellos problemas que, por su gravedad y carencia de soluciones, acaparan los desvelos de los sectores más conscientes: una política general de museos, específicamente destinada a reconstituirlos como organizaciones coordinadas en el plano local, regional y nacional, frente a su actual situación de estamentos aislados a cotos cerrados, impermeables al diálogo con cualquier otra institución o persona vinculada a la cultura; la urgente provisión de todas las plazas por concurso público; un propósito decidido de colaboración por parte de todos los verdaderamente interesados en el tema museístico-pedagógico, con el auxilio pertinente de medios comunicativos y difusores.



Dos posibles alternativas

Carecen los museos españoles de un departamento pedagógico, y los de libre creación nos dan cumplida y triste noticia de las dificultades con que chocan, a través de sus propios informes, de los que no son desdeñable testimonio los puntos escuetos que venimos comentando. ¿Otras opciones? La creación inmediata de una escuela de museología o la integración, en su defecto, del museo en el área educativa de la Universidad, Bachillerato y Enseñanza Primaria. De una u otra forma, y con la asistencia del respectivo conservador-pedagogo, podría darse, con la salida eventual a una situación tan cerrada como absurda. ¿Qué son actualmente nuestros museos, hecha lujosa o turística excepción de un par de ellos, sino centros de aburrimiento e incultura?

Quedan, pues, esbozadas dos formas de relación docente, dos caras, posiblemente, de una misma moneda o una solución conjunta, todo lo emergente que se quiera, a tantas y tantas deficiencias: el, diálogo asiduo entre el alumno, el maestro y el conservador-pedagogo, o, como acabo de indicar, la inserción del museo en el ámbito de la Enseñanza Oficial (Superior, Media y Primaria). Para la buena marcha de esta tan simple relación educativa sería requisito previo e indispensable la provisión de las plazas de conservador en todos (todos) los museos existentes, y en el caso de instituirse la Escuela de Museología, el nombramiento por oposición de un director titulado que pasaría, como tal, a formar parte del cuadro y claustro docente.

La provisión oficial de plazas de conservadores de todos los museos y su específica titulación no implican ningún carácter centralizador; suponen, más bien, la exclusión definitiva de la designación a dedo y una probada competencia a desarrollar en el plano local, regional y nacional. Integrado el conservador (o el director) en los planes docentes, asistirla, en las ciudades dotadas de Universidad, a los claustros de la especialidad respectiva (arqueología, etnología, arte...), cumpliéndole una dedicación similar en las ciudades con Instituto de Enseñanza Media y allí, también, donde sólo se imparta la Enseñanza Primaria. La programación de estudios y el carácter docente de las visitas al museo hallaría, así, plena coordinación y complemento disciplinar.

EL PAIS - 29/08/1976

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