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GUNTER HAESE

La araña del sueño. La araña del sueño que luego fue crisálida y, más 'tarde, horóscopo o radiograma o pentagrama para orientar el rumbo del espíritu universal y apresarlo entre los seres y enseres de la costumbre. La araña del sueño y el cuenco del aire, surcado por treinta Y seis mil paralelos de alambre y otros tantos meridianos (también de alambre), en cuyo vasto y risueño confín se hace portátil la memoria y las ondas hertziánas bailan por los hilos de un universo tornasolado, reticular, lleno de banderas, como un circo portátil. El sueño se hace ondulado y portátil, se hace portátil eL tiempo, a favor de su denso fluir oscilatorio, y portátil la tierra lujosa y definitivamente aclimatada..., todo (el Todo) se torna liviano y portátil por la gracia y las artes de Günter Haese.

No sin razón escribe R. C. Kenedy, presentador y prologuista oficial de esta tan aleccionadora exposifcción que el maestro alemán acaba de presentar en Madrid (en las salas, más exactamente, de la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural): "Los objetos de Haese tienen calidad de un santuario portátil y parecerían estar igualmente cómodos entre cuatro paredes domésticas o bajo el cielo, en un jardín cultivado donde la energía del viento controla los setos y árboles estratégicamente plantados. Expuestos a las fuerzas de la Naturaleza, los componentes intrincados del mundo suspendido de Haese temblarían y girarían de acuerdo con los ritmos vivos de la danza natural y tendrían la vitalidad extraña y vulnerable de la hoja revoloteante".

¿Cómo describir el universo general de Günter Haese? Santuario portátil, colmena portátil o cúpula de colmenas portátiles..., realidad insensible y portátil. El propio prologuista, tras habernos propuesto complejísimas cuestiones en torno a la creación artística en general y al Particular parentesco del quehacer de nuestro hombre con la obra de Klee, de Duchamp, de Matisse...,interrumpe de pronto el tono teorizante de su discurso y recurre, sin más, a la expresión poética para dictar enumerativamente las mil sugerencias que de la abierta miscelánea de Haese llegan de inmediato a los ojos del contemplador. En cuanto a mí, no sabría ofrecer otra descripción que la más adicta a la sensibilidad sin mediaciones, convertida en cuestionario infantil, en canción escolar, con todas sus rimas, sus ritmos y sus ripios:

¿Es tacto el sueño o navegable vía

sin fin por el sin fin del firmamento?

¿El mundo es aire, soplo, filamento,

flujo y reflujo, noche y mediodía?

No pocas son las lecciones que de las pantallas siderales (altivas, livianas, filiformes, expuestas al flujo y reflujo del aire...) de Günter Haese se desprenden y vienen a orientar el sentido de la creación y el papel de la crítica (en una edad, como la nuestra, en que el remedo sistemático y la tediosa condescendencia parecen ser las pautas habituales de su respectivo ejercicio), al menos una o la más rectamente alusiva al e¡emplo magistral y al acto emulador. ¿Quiénes son grandes maestros? A la vista del panorama de nuestro tiempo, no hace mucho que yo aventuraba una definición eventual: "Grandes maestros son aquellos que iluminan el ámbito de la creación, correlato de una concepción humano-vital, y cierran o dificultan, por el grado perfectivo de lo creado, la senda de su reproducción empírica".

Un cuadro de Mondrian, por aludir a una de las dos tendencias (la constructivista) a que responde el cómputo del arte de nuestra edad, en la misma medida en que es capaz de suscitar, de una mente verazmente creadora, la chispa de su aproximación al universo de la realidad y de la vida, en esa misma medida limita o excluye la práctica emuladora de su reiteración de no mediar la facilidad de la copia (y nada más fácil que copiar a Mondrian), la iniquidad del plagio. ¿Qué es la obra de Tapies, refiriéndonos ahora a la corriente antagónica (el informalismo), sino el más diáfano ventanal ante el enigma de la Naturaleza, y el telonazo, al propio tiempo, más grandioso e ineluctable de cara a su repetición por mano ajena y no amiga a atribuirse lo ajeno?

Al conjuro de la voz de R. C. Kenedy (si no fuera suficiente la sola contemplación de estas risueñas y raras estructuras de Haese), los más de los críticos han traído a colación el magisterio de Klee, sin precisar mucho de lo debido en cuanto a matizaciones y específicas diferencias. ¿Cómo es posible —se pregunta uno— que el influjo de

Klee se patentice tan a las claras en las obras de Haese, caracterizándose éstas por su palmaria originalidad, por la genuinidad evidente de su mismo concebirse, hacerse y mostrarse? Porque ocurre que lo más obvio e inmediato que estas tan singulares criaturas dejan traslucir es el tacto de la experiencia de su hacedor, es decir, su nacimiento desde la región de lo desconocido, de lo no probado, traduciendo, por ello, estrictos valores de conocimiento y creación.

Diríamos que los cuadros de Klee, trasluz de una clara concepción humano-vital, condensan y esclarecen el norte de la creación, no la creación específica. Por ello excluyen, sin más, la práctica del remedo, abren la senda (remítase el lector a la definición de "maestro", líneas arriba ensayada o aventurada) de la contemplación sin riberas y alumbran la chispa inextinguible del crear en la mente y en la sensibilidad del verdadero artista. Günter Haese ha acudido a la nueva panorámica de la creación, divisada y abierta por Klee, a la meta de inclinación por él propuesta a los | cuatro vientos, sin incurrir para nada en los logros concretos, en las creaciones específicas del maestro. Aun adornadas de un halo familiar, de un "aura común", las obras de uno y otro proclaman, en cuanto a materia, forma y contenido, la diversidad de su experiencia respectiva.

Tan propios de Haese parecen contenido, forma y materia de estas sus esclarecidas constelaciones y tan desligados del quehacer empírico de Klee, que ni uno solo de sus elementos constituyentes ni de los signos constituidos deben nada, en el más literal de los entendimientos, a la práctica peculiar del maestro, aunque se vean emparentados con los de éste a través de una reciprocidad ambigua o de la común pertenencia a un mismo horizonte creador. La profunda meditación que Klee desarrollara sobre la faz del plano ha sido materialmente trasladada por Haese a las tres radiantes dimensiones del espacio real, el grafismo de aquél ha cobrado en la expresión de éste una corporeidad filiforme, audazmente enfrentada a la densidad del vacío, y "otros" son los signos de su intrínseca manifestación.

La araña del sueño, la cuenca del gire, la crisálida, el pentagrama, el horóscopo, el planeta lujoso y definitivamente aclimatado... y la vía sin fin por el sin fin del Universo, a través de trescientos sesenta mil paralelos y meridianos filiformes, a lo largo y lo ancho de un viaje en suspenso por un mundo en suspenso y portátil. Tan a flor de piel (o de alambre) late en las obras de Haese la idea de un viaje sin plazo, que de los mismos títulos con que él las bautiza podrían trazarse norte y pormenor de una ruta del sueño: de Bagdad al Ganges (pasando por La Meca), de Helios a Athos (en alas del viento Mistral), del Quattrocento (y a lomos del Minotauro) hasta Yama y Konzil, visitando a Ceres y el Rey de Minos, sin olvidar el Imperio de Bizancio ni dejar de ver las verdes praderas de Yoshiwara...

Un viaje sin plazo a partir, tal vez, de los afluentes de la infancia, una ruta diáfana, abierta por un mirar incontaminado y regalada a unos ojos incontaminados. No quiero decir que el universo infantil constituye la sustancia o el argumento peculiar de estas risueñas creaciones de Haese. Lo decisivo para él (y para quien a ellas se asoma) es el tacto del presente, misterioso y embargante, cifrándose en su mirada (y en la del atento contemplador) la exención instantánea de todo conocimiento convencional, de todo saber intelectualizado, de cara a un enigma universal, derramado a la redonda como una bandada de pájaros volanderos o cometas multicolores que surcan el asombro o el gozo infantil por los puntos cardinales de una llana o alucinante lección de geografía:

Ven los niños, con pulso de vigía,

el faro azul del cabo Espartivento,

la aurora boreal y el vuela-viento

de una gaviota rumbo a Oceanía.

El horizonte divisado por Klee es adecuable, así las cosas, el acto instaurador de Haese en la sola medida en que en ambos puede verse reflejado el caudal de una mirada, incontaminada y diáfana, de cara al Universo. Günter Haese, lejos de darse a remedar el resultado empírico de la visión de Klee, ha proseguido sin desmayo la esclarecida "meta de inclinación" que en ella se anunciaba y difundía a los cuatro vientos del concebir y del crear. Haese viene a explicar aquella lección de la que jamás debieran desentenderse la conciencia y el estímulo de quien emprende la aventura del arte: divisar el norte de la creación, impreso comúnmente en el marco de algún ejemplo magistral, y proseguir con propio esfuerzo y obra propia el designio de su alcance último hasta trascenderlo, si posible fuera, por vía también magistral.

Santuario portátil, colmena portátil o cúpula de colmenas portátiles..., universo suspendido y portátil. La imagen del sueño toma, en el universo filiforme de Haese, cuerpo y tacto de realidad. Estos son los fuegos nuevos de que hablaba Apollinaire, los mil senderos de la aventura a que apunta la rosa de los vientos, los mil fantasmas imponderables a los que urge dotar de realidad e instituir en el reino de las cosas:

¿Dónde abierto el camino a

la aventura?

El sueño es mapa, rumbo de

cometa

del polo Sur al Norte de los

cielos.

Aquí (a lo largo, lo ancho, horizontal, vertical, extenso, distenso, profundo y sucesivo de estos hilos, alambres, redes, enrejados, mallas y enredaderas, pacientemente urdidas por Günter Haese) se hace obvia e inmediata la altitud y latitud del Universo, vuela el sueño infantil como un trapecio portátil bajo la carpa de un circo universal y portátil, y la armonía solar se desarrolla y revela inminente al sentido:

Trapecista del sol, la criatura

toca con su nariz la de un planeta

trepando a pulso por los paralelos.

BELLAS ARTES - 01/07/1975

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