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Realidad arquitectónica y simbología imperial. Conversación con F.G.Mercadal

Para cerrar el triste caso de la estación de gasolina de la calle de Alberto Aguilera, alzada por Casto Fernández Shaw, en 1927, e irresponsablemente desmantelada al cumplirse, justamente, su cincuentenario, hemos solicitado la opinión de uno de los arquitectos más significativos de aquel tiempo: Femando García Mercadal.

Con él mantiene Santiago Amón una amplia conversación, en la que el viejo maestro (con sus bien cumplidos 83 años) da noticia de las condiciones culturales que en España propiciaron el auge del racionalismo. El arquitecto Leopoldo Uría insiste, de cara a una comprensión popular, en la importancia de la desaparecida gasolinera, y nuestro habitual colaborador Antonio Fernández Alba (también arquitecto y catedrático en la Escuela Superior de Madrid) ciñe su comentario al paulatino deterioro de nuestra ciudad.

— ¿A qué cree usted que obedece el rosario de demoliciones de nuestra arquitectura (racionalista. expresionista...,y eminentemente renovadora) de la preguerra?

—Para mi es,ante todo, un síntoma; un síntoma de especulación, de corrupción, de desafecto a la cultura.... y de otras cosas más que no suelen comentarse.

—¿Por ejemplo?

—La nueva arquitectura entrañaba, al margen de su correcta función, todo un símbolo de esa larga preguerra que, a partir de 1927, aproximadamente, vino a significar un creciente cambio de panorama en la actitud política, en la estructura social, en las atenciones culturales... La intencionada demolición de la una ha supuesto, de algún modo, la tajante negación del otro.

—¿Puede ejemplificarse la negación de tal símbolo en el cambio de decoración de la madrileña Ciudad Universitaria, en esa brusca transición del pulcro racionalismo antecedente, al posterior desmadre triunfalista?

—Con toda exactitud, si bien cabe extender el hecho a la destrucción u oportuna modificación de otras obras menos ambiciosas, tal vez, pero igualmente significativas.

—¿El Rincón de Goya,por ejemplo, del que usted fue autor en la ciudad de Zaragoza?

—Justamente. La mera comparación del antes y el después ahorra comentarios.Lo alcé en 1927 (el mismo año en que Casto Fernandez-Shaw proyectaba la demolida estación de gasolina de Alberto Aguilera) como un pabellón de pura traza ortogonal, abierto a unos jardines. Toda su simplificación figurativa se vio revestida, tras la guerra civil, de arcos, torres, cornisas, blasones…de claro signo imperial.

—¿Tan brusco fue el cambio de panorama?

—Hasta el extremo de infundir temores.Antes de la guerra yo vivía en una casa de corte racionalista. Apenas concluida la contienda. me trasladé a otra de estilo imperio, para cubrir apariencias y evitar represalias, que de todos modos se produjeron. Y es lo curioso del caso, como usted ve, que, por fuerza de la costumbre, sigo viviendo en ella.

—¿Ha influido e influye el mal ejemplo de Madrid en el resto de España?

—Madrid es, entre otras cosas, un gran foco (el gran foco) de irradiación arquitectónica, a la hora del bien construir y a la de la demolición sistemática. Si a imagen y semejanza del madrileño Palacio de la Música, o del Capitol, surgieron por toda España edificios de análogas características, a imagen, igualmente, de las demoliciones perpetradas en Madrid se perpetran otras tantas a lo largo y lo ancho de la circunscripción estatal.

—Hubo un tiempo, sin embargo, en que él foco centralista dio paso a una suerte de distensión o apertura indiscriminada. Fue allí por los años 30. Arquitectos vascos, catalanes y madrileños, o afincados en Madrid, se ven agrupados bajo las siglas comunes de GATEPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea). Pese a la escisión, nominal de los catalanes (con la consiguiente supresión de la «E» del anagrama, el grupo siguió manteniendo caracteres de homogeneidad en cuanto a propósitos y resultados. Aizpurua fue. digamos, el rector del apartado vasco, Sert, del catalán, y usted, de el del Centro

—Habría que incluir unos cuantos nombres más en cada uno de los apartados o sub-grupos. La naciente empresa no vio la luz, efectivamente, en Madrid, sino en San Sebastián, en septiembre de 1930 y con motivo de una exposición de arquitectura y arte contemporáneo. Exposición de altos vuelos, si se tiene en. cuenta que a ella concurrieron muchos de los arquitectos vanguardistas y pintores del rango de un Juan Gris.

—¿Juzga usted tan sintomática la fecha fundamental como significativo el hecho de que GATEPAC naciera fuera dé Madrid?

—Me parece del todo decisiva la fecha, por cuanto que, entre otras cosas, señala el tránsito del antiguo régimen a un nuevo sistema político. El signo descentralizador de GATEPAC se patentiza no ya en el hecho de no haber nacido en Madrid, sino en su efectiva expansión a otros núcleos de vital importancia en el engranaje del Estado.

—¿Un testimonio concreto de los afanes de entonces?

—La aparición de DAC (Documentos de Actividad Contemporánea), en cuya cabecera podía leerse con toda claridad: «Revista trimestral. Publicación del GATEPAC. Barcelona, Madrid, San Sebastián.» ¡Todo un emblema de descentralización!

—Aparte de la referencia a lo nuestro, ¿no significó GATEPAC un empeño de emparentar con la cultura europea y de abrirse al universo? En el primer número de AC, y a la hora de resumir las normas y criterios fundacionales, nos es dado leer: «Con objeto de contribuir en nuestro país al desarrollo de la nueva orientación, universal (…) y estudiar los problemas que se presenten en su adaptación a nuestro medio, se ha formado. una agrupación de arquitectos y técnicos relacionados con todos los ramos (...). Esta agrupación representa en España al Comité Internacional pour la Réalisalion de l´Archíleclura Contempéranie (CIRPAC) ¿Un propósito de conexión inmediata con la cultura propiamente europea?

—Tal vez fuera ése el mejor logro, como usted dice, de los afanes de entonces. El año 1931, en que apareció el primer número de AC, es elocuente por si mismo, y nuestro decidido propósito de emparentar con el mundo civilizado no era sino trasunto de lo que acaecía en otros campos, en otras actividades y en las miras de otras entidades. ,

—¿Qué entidades?

—La Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes, la Sociedad de Cursos y Conferencias... en cuyas aulas tomamos contacto e hicimos amistad con los Gropius, Van Doesburg, Le Corbusier, Pierre Jeanneret, Breuer, Mendelssohn....(¡casi nadie!), y con tantos y tantos insignes exponentes de las artes, las ciencias, las letras... y la cultura en su más amplia dimensión humanística: Wells, Chesterton, Bergson, Edigton, Woiey Marie Curie, Broglia, Vrobénius, Valéry, Sforza, Stravinsky, Marinetti, Keynes, Keyserling, Einstein, Duhamel, Max Jacob, Mauriac, Ravel, Cendrars, Poulenc, Milhaud... y un largo etcétera.

Reencuentro con la cultura

—Usted, sin embargo, había tomado contacto, unos años antes, con los pioneros del movimiento moderno, debiéndose a su gestión personal la presencia, en España, de algunos de los ilustres recién mencionados.

—La verdad es que (y de ello hay testimonios debidos a pluma ajena) fui uno de los primeros en cruzar la frontera, apenas logré la titulación, allá, por los años 20. entablando amistad con arquitectos del rango de un Le Corbusier, o Gropius. Behrens, Breuer, Poelzig, Van Doesburg... y procurando su venida a España. Mis mejores recuerdos se centran en las visitas que en mi compañía realizó Le Corbusier al monasterio de El Escorial: ¡Aquella definición suya del perfecto equilibrio entre vanos y macizos tal como la dejó escapar, maravillado, ante el muro que da al jardín de los monjes!

—¿Significaron esos incipientes años 30 toda una facultad de reencuentro con la cultura europea?

—Naturalmente. Un momento clave de la historia de España. Todo estuvo entonces a punto de consolidarse, y todo se frustró por obra y desgracia de la guerra civil. Siempre he creído que por aquel tiempo nuestros representantes en los diversos campos de la cultura no llegaban aún a «los once» que integran el equipo de fútbol. No, no teníamos aún el once del todo formado, pero si a punto de formarse. Vino la guerra civil... y con ella los cursos acelerados, las titulaciones improvisadas, las cátedras a dedo..., la cultura, en fin, de los ex y de la arquitectura imperial.

—¿A quién cree usted que cuadraría la capitanía de ese equipo, en general, que no llegó a componerse, aunque a punto estuviera de ello?

—A José Ortega y Gasset. Su complexión cultural, humanística, en verdad, que constituyó el más adecuado aglutinante de toda aquella efervescencia en trance de fructificación. Me consuelo ahora con haber tenido la suerte de acudir a su tertulia de la Gran Vía.

—¿Supuso la nueva concepción arquitectónica un desdén hacia el pasado en general y hacia la particular condición de nuestras construcciones populares?

—Al contrario. Más allá de la arquitectura horizontal, al modo de Wright y de la arquitectura vertical, ejemplificable en Mies van dér Rohe, lo más característico y creativo del movimiento moderno responde a una arquitectura plana, nacida del cubismo: una arquitectura sumamente equilibrada, cuyo fundamento se da en las casas populares del Mediterráneo y cuyo más adecuado exponente ha de verse en el magisterio de Loos... y también en Behrens y Le Corbusier. El movimiento moderno tiene, en este sentido, mucho que ver con la arquitectura popular.

Demoler, por las buenas, los ejemplos en pie de ese movimiento moderno ¿equivale a derruir los testimonios del pasado?

Atentar contra la buena arquitectura de cualquier edad es atentar contra la propia historia. Y todo. ¿para qué? ¿Para suplantarla por esos edificios de muestrario, debidos al simple movimiento de la escuadra sobre el plano, monótonos, esencialmente aburridos, debidos a pura y simple especulación del suelo y del aire y destructores de la fisonomía misma de la ciudad?

¿De tal Índole es el atentado que ha sufrido la gasolinera de Fernández Shaw, al cumplirse el cincuentenario de su alzado?

—Si, y por muchos motivos: A la cabeza de ellos, la especulación y la corrupción. Hay que sanear el país, mentalizarlo, moralizarlo, culturizarlo. Descuide usted que, tras ello, no verán los suelos edificios como el de Casto, ni habrá lugar a modificaciones como las del Rincón de Coya. Hay que acabar con la corrupción de una vez por todas. De lo contrario seguirá siendo cierto un proverbio que hace mucho se me ocurrió y cuya letra y espíritu dicen a dúo: «El que pone pegas, algo espera y pone la mano. El que espera, siempre espera más. Y así es muy difícil quedar bien.»

—¿Un atentado, también, contra la cultura?

—Y contra una cultura muy concreta y muy a la mano: aquella que, a contar de los años 20, fue surgiendo entre nosotros con frescos aires de renovación y un firme propósito de conectar con el mundo civilizado. Cualquiera de esos edificios demolidos o modificados entrañaba el símbolo de una edad en que la cultura vino a vincularnos. mejor que cualquier relación diplomática, con lo más y mejor de esa Europa que está arriba de nosotros.

—¿Cree usted reparables las ruinas y otra vez recuperable el empeño cultural que simbolizaban?

—¡Difíciles de reparar, unos edificios arrancados de cuajo como árboles! Primero se suplieron los símbolos culturales por los imperiales (no olvide usted que la arquitectura racionalista fue tildada de empresa masónica) y del trueque simbólico se pasó al puramente crematístico. La recuperación de aquel empeño cultural exigirá de los nuevos políticos propiciar el desarrollo humanístico que a punto estuvieron de ver consumado sus predecesores de una larga anteguerra. De otra suerte, va a resultar harto problemático congregar a los once componentes del equipo.

EL PAIS - 27/03/1977

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