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LA ARQUITECTURA DE JULIO CANO LASSO

La mera contemplación de un edificio de Cano Lasso deja en nosotros una sensación tornasolada en que la precisión estilística y el pulso de un manierismo consciente, el esquema cartesiano y el sustrato expresionista, confluyen y dificultan su definición. Tomados, dos a dos, estos cuatro términos, en cuya coincidencia nos sería dado proponer los elementos de un análisis eventual, resulta más que congruente el parentesco entre los dos primeros y poco menos que contradictoria la relación de los dos restantes. Entre refinamiento estilístico y manierismo se da, en efecto. un vínculo esencial o traducción mutua o simple correlato; no así entre los otros dos términos. ¿Cómo definir, a la par y en la consistencia de un mismo edificio. la clara pregnancia del canon racionalista y el trasfondo de un no disimulado expresionismo? La biografía del arquitecto, en cuanto que arquitecto, puede sernos utilísima a la hora de deshacer esta aparente contradicción y explicar, al propio tiempo, el porqué de aquel refinamiento estilístico, caligráfico, manierista, fácil de advertir en la obra de Cano.

La biografía del arquitecto Cano Lasso, discurre paralela a dos modalidades del racionalismo, a los dos momentos, más bien, en que se resume y decide el racionalismo arquitectónico de nuestra patria: el de anteguerra y el de posguerra. De alguna manera. Cano se forma juvenilmente en el aula magna del primero y da rienda a su creación en las márgenes (no tan magnas) del segundo. (Esta circunstancia, como luego veremos, justificaría, de acuerdo con el pensamiento de Hauser, la cualificación manierista que, en nuestra opinión, cuadra a nuestro arquitecto y a quienes, de forma general y en semejante coyuntura. fueron fieles, con mayor o menor grado de condescendida y frente a la complicidad ajena, tanto a las premisas de su inicial vocación arquitectónica como e la eficacia de su adecuación histórica y empírica). Si pudiéramos resumir, de forma inmediata, las diferencias esenciales de ambas manifestaciones del racionalismo. diríamos que el de anteguerra se caracterizó por su afincamiento en contenidos intelectuales, culturales, humanísticos..., de verdadera dimensión. por su inclusión directa, e incluso privilegiada, en los manantiales mismos de una corriente universal de la arquitectura y por su consecuente integración en la contextura del pensamiento histórico, alumbrado y difundido como unidad del saber. ¿Qué ocurrirá si la expresión arquitectónica queda súbitamente huérfana de tal afincamiento, de inclusión e integración tales, en la corriente viva del pensamiento histórico? Que lo que fue sustancia y contenido pasa, en el acto, a ser adjetivo. mera forma o formalismo o formalidad. Esto, al margen y por encima de cualquier otra consideración (socioeconómica, política...), es lo que ocurrió con el racionalismo de posguerra, resultando, naturalmente, más violenta la mutación para quienes, de alguna manera, se habían formado como adolescentes en la disciplina teórica de la primera etapa, y habían de graduarse y actuar en el suelo cotidiano de la segunda.

La biografía de nuestro hombre encarna ejemplarmente el tránsito violento entre la vieja mentalidad y la nueva praxis arquitectónica. Hablábamos antes del aula magna del primer racionalismo, y quisiéramos ahora rehuir todo acento de metáfora a la hora de esbozar su perfil histórico. Julio Cano abre sus ojos en aquella aula abierta o núcleo de relación cultural o nudo de convivencia o ángulo común de iniciativa..., en que afloró, al lado del restante aliento creador, el primer brote de una arquitectura ejemplar: la Institución Libre de enseñanza y, en su contexto, la Residencia de Estudiantes. Recientemente lamentábamos que, frente a la conocida vinculación al alma mater de la Residencia, del lado de poetas, literatos, pintores, escultores..., no fuera igual ni semejante siquiera, en el común sentir, el influjo que ejerció en la formación y en el auge de dos generaciones de arquitectos, pese a abundar datos e incluso nombres de resonancia universal, capaces por sí mismos de certificar, en el aula viva de la Residencia, tanto la conexión de dos brotes generacionales (más la enseñanza primera de una tercera generación, en la que quedaría incluido nuestro personaje) como su exacta sincronía con el pensamiento europeo en general y, en particular, con su dimensión específicamente arquitectónica. Fue aquélla una edad en que a la profundidad y universalidad de los contenidos había que agregar la estricta coetaneidad de nuestro pensar y quehacer arquitectónico y, especialmente, su complexión fehaciente en la unidad del saber que, por patente y ejemplificante, nosotros hemos intentado, en ocasión cercana. resumir y sintetizar en una suerte de análisis por totalidades, frente a su habitual y errónea escisión en elementos. ¿Cuál no sería !o abonado de aquel suelo, lo idóneo de esta comunidad del pensar, para su traducción adecuada a favor de una comente, igualmente universal y comprensiva, como el racionalismo arquitectónico? y ¿cuál la vanidad de éste, despojado, en sentido contrario, de semejante unidad del saber?

En la interrelación de estas dos preguntas queda, a juicio nuestro, planteada con toda crudeza la situación histórica de hombres como Cano Lasso, educados inicialmente en la universalidad de la primera y abocados, sin remedio. a realizar su arquitectura en la disociación de la segunda. Y ¿qué ocurrirá si el esquema racionalista se ve repentinamente exento de un contenido adecuado en universalidad y comprensión lógica? Que habrá de ser suplido. necesariamente, por el impulso propio del artífice creador, por su sola concentración vital, por su honda y perentoria meditación en los límites del suelo (de la parcela) ofrecida por cuenta ajena e imperiosamente destinada al alzado de un edificio harto concreto y singularizado. La ausencia de un concepto global, históricamente coherente, dejará todo en manos de esta meditación privada y de su expresión acorde, entrañando la forma, por racionalista que sea su corte, el armazón, el simple armazón, de un sustrato expresionista. Planteada así la cuestión, parece ya menos contradictoria o simplemente extraño el coexistir, en el sustento de un mismo edificio, de aquella pregnancia del canon racionalista y este trasfondo de no disimulado expresionismo que la mera contemplación de una arquitectura de Cano Lasso deja en nuestra sensibilidad inmediata. La interrelación de expresionismo y racionalismo, o viceversa, parece inevitable en semejante circunstancia histórica. Tanto da tomar uno u otro término como origen o como exigencia. Tanto da decir que, a falta de contenidos, la forma racionalista tiene forzosamente que asumir el acento, tal vez el grito, de la expresión individual o que ésta se aviene sin remedio a la concisión del canon racionalista.

Este esquema no es, por supuesto, exclusivamente aplicable a arquitectos. por formación y oficio, como Cano Lasso. No deja, sin embargo, de parecemos arquetípica su ejemplificación en la gestión peculiar de quienes recibieron las enseñanzas primeras en el aula magna de la Institución y llevaron a cabo su obra en la constreñida parcela del racionalismo de posguerra Y si, de entre ellos, elegimos a Julio Cano es en virtud de su mayor ejemplaridad. En pocos, como en él. palpita al vivo el punto crucial del conflicto, y, como él. muy pocos han sabido hallar soluciones, plenas de honestidad o de amable condescendencia, frente a la complicidad de otros muchos, y rebosantes de fidelidad tanto a las premisas de su formación primera como, en plena conciencia de la mutación histórica, a la eficacia de su adecuación empírica. Julio Cano Lasso es tomado aquí como ejemplo positivo de una realidad histórica ineludible y prácticamente extensiva a toda la arquitectura española de los años cuarenta y cincuenta... y de nuestro propios días, cuyo análisis esencial abarcaría tanto los proyectos y realizaciones oficiales, como los de la nueva vanguardia (sin olvidar las que, a falta de mejor nombre y en abuso de su profusión insólita e insolente, podríamos llamar arquitecturas de constructor) .

Si nos fuera posible —hemos escrito en una biografía sobre Fernández Alba, de próxima aparición— resumir el íntimo impulso que animaba a ambas directrices. usaríamos de la voz "expresionismo". ¿Cómo es posible —se dirá el lector— subsumir, en una misma noción, dos manifestaciones tan dispares de la arquitectura? No dándose en la forma, sino en el estímulo subyacente, esta coincidencia expresionista, nos parece perfectamente aceptable una mención unívoca. También eran dispares, incluso antagónicos, los motivos y los fines a que atendían una y otra forma de expresionismo. Las construcciones oficiales se empeñaban en rememorar o reencarnar la expresión de un pasado glorioso: la sombra y el perfil de los Austrias parecían columbrarse en el frontispicio y en las trazas de tantos y tantos edificios públicos, alzados en la posguerra. El acento agresivo o la voz del que clama en el desierto de la utopía, o suspira por una dicción renovada, o se limita a controlar, dentro de lo practicable, el grito con sordina de un impulso auténticamente creador..sustentaban la expresión de los proyectos vanguardistas. Lo verdaderamente grave y aparentemente paradójico es que ambas corrientes terminaron por adoptar el canon racionalista. Ello no ofrece duda en lo que respecta a la arquitectura de vanguardia: la imposibilidad de alcanzar ciertas metas inicialmente intuidas, quedando en mero propósito el incipiente impulso creador, la falta de coordinación entre aquellos pioneros (algunos de ellos dotados de agudeza estética poco común) y la antes mencionada ausencia, especialmente, de contenidos intelectuales, culturales, humanísticos.... de verdadera dimensión, que respondieran a un contexto de relativa vigencia, determinaron que aquel neoexpresionismo fuera a dar de lleno en la concepción racionalista.

También la arquitectura oficial, nacida a favor de un expresionismo grandilocuente. venía aceptando, en contra quizá de todo propósito, otra forma de racionalismo. Es ésta una circunstancia que rara vez suele indicarse, siendo, a juicio nuestro, fácil de probar su constancia a través, cuando menos, de estas tres vías. En primer lugar, se hacía ostensible, en su reflejo exteriorizado, la norma trentina, jerarquizante, basada en la obediencia gradativa al principio de autoridad. El esqueleto del edificio obedecía, por otra parte, y al margen de todo ampuloso gesto exterior, a la distribución simétrica de un ámbito dividido y subdividido por el nivel y la plomada y destinado, generalmente, al ejercicio coordinador de una función administrativa. burocrática. La reiteración, por último, de un mismo y único ejemplar de edificio público, a lo largo y lo ancho de la nación, terminó por convertirlo en canon que era menester acatar, sin reparo alguno en peculiaridades geográficas, ambientales, ecológicas... Compagine el lector estas tres causas y díganos qué noción podría, mejor que la de racionalismo arquitectónico, resumir el efecto de una concepción, nacida, desde luego, al dictado de otras motivaciones. Y, por si algo faltara para colmar el molde racionalista, vino la antes aludida arquitectura de constructor a agregar su nada desdeñable porción de arena, cemento, vigas y ladrillos. Porque fue ella, y por sendas nada culturales, la que asentó definitivamente en el corazón, al norte y al sur de los poblados, la red cartesiana, impresa en la faz de paralelepípedos y más paralelepípedos, alzados, alineados, uniformados, si no tambaleantes, sobre la usura del suelo y sin consideración alguna al medio circunstante, a la exigencia ecológica, al ámbito de la vida. El racionalismo, este segundo racionalismo, fomentado desde ángulos tan dispares, asentó sus reales en el desconcierto de la ciudad, con sus aledaños, arrabales, núcleos y barriadas de expansión absorción..., describiendo la trama, agobiante y monótona, de un laberinto sin clave, de un callejón sin salida.

Disculpe el lector tan larga digresión. Hemos querido extender el panorama, para mejor centrar, en los extremos de un mismo y pertinaz ejemplo, la actitud y la obra de nuestro personaje. Si esta madeja inextricable, en que racionalismo y expresionismo terminan por encarnar al vivo una auténtica tautología, se daba, de uno u otro modo, en toda actividad arquitectónica a partir de la posguerra, ¿cuál no había de ser su conflicto y, a la postre, su llana aceptación en la gestión de aquellos arquitectos, como el que nos ocupa, artificialmente desviados en sus años de formación profesional de una concepción racionalista, cargada de contenidos, y dados a la acción instauradora en una edad que, desprovista de contenidos tales, exigía, forzosamente y por todo aliento creador, la llama de un soterrado expresionismo? Se nos dirá que, en su caso, la situación era inversa: el nudo esquema racionalista exigía, y no al revés, una meditación singularizada, un íntimo impulso, es decir, un gesto expresionista que viniera a suplir la ausencia palmaria de otros contenidos más universales. Es lo mismo. Ya antes advertíamos que tanto da admitir como origen o término, como premisa o exigencia, cualquiera de los dos extremos. Sólo queremos explicar la aparente y harto razonable contradicción, observable a simple vista en los edificios de Cano Lasso, y agregar, con ello. un dato más a la suma seudo-gestáltica de dos concepciones, opuestas en principio, y por raro milagro, integradas en nuestra moderna arquitectura. Admitida esta contradicción general, nuestro elogio en pro de Julio Cano, radica en la estimación de la solución peculiar impresa en la faz de sus edificios: la fidelidad palmaria entre el principio de su formación teórica y el plano obligado de su acción empírica, la honestidad, a veces impregnada de condescendencia con que la forma, el esqueleto racionalista de lo edificado, asciende al impulso de un sustrato expresionista, y el equilibrio, también, preciso, refinado, caligráfico, manierista, entre el fundamento de su concepción originaria y el pulso le su propio estilo.

Aproximamos, de entrada, la noción de estilo a la de manierismo, para de acuerdo con Hauser, excluir de éste el acento despectivo con que es costumbre o tópico emitir su pronunciación. La arquitectura de Cano Lasso no puede desmentir un aire manierista. Pero, ¿de qué especie? Aquella, justamente, que se deriva de una concepción clasicista. equilibrada, racionalista, en suma. cuyo punto de esplendor es rutilante y efímero. Parece claro que, en Vasari. maniera viene a ser sinónimo de personalidad artística, es decir, de estilo, en el más amplio y añejo sentido de! vocablo. Harto afín es, según Hauser, el significado en el texto de Borghini quien, a su tenor, establece la moderna distinción entre estilo y carencia de estilo. aunque no concluirá el cinquecento sin que la voz manierismo se vea matizada despectivamente. Tal vez haya sido Wolffiin quien más imparcialmente pronunció el discutido vocablo y de forma, también, más acorde con el sentido que. de cara a la obra de Cano Lasso. queremos nosotros emplear. Su mención se esclarece a la luz de aquellos movimientos clasicistas, normativos, racionalistas, si alcanzan, como ocurrió con el Renacimiento, un punto de verdadero esplendor. El Renacimiento es, en su plenitud y de acuerdo con el sentir de Wolffim, una sutil cresta que, apenas alcanzada, agrega Hauser, ya está superada. ¿Tan sutil y efímero será este punto culminante como para afirmar que la obra de Migue Ángel, sino ya la de Rafael, llevan en sí elementos de disolución? La calma y pausada evolución del clasicismo grecolatino nunca más volverá a darse. Los demás clasicismos no serán duraderos, por no ser estático el estrato social en que se i fundan, sino dinámico, y más dinámico cuanto más consciente y palpitante sea . su entraña dialéctica. Una estética permanente —escribe literalmente Hauser— de la sociedad nunca se ha vuelto a alcanzar desde la Edad Media. De ahí, sólo de ahí, lo deslumbrante y efímero del Renacimiento y lo mucho más efímero, por progresivo e incontenible. del modo de ser de la sociedad y, en consecuencia, del arte contemporáneo.

¿Cuál será, a la vista de este panorama, la procedencia o la invalidez del manierismo? ¿Constituyó, por otra parte el primer racionalismo español o se aproximó al carácter luminoso y efímero de aquella sutil cresta, a partir de cuya conquista toda secuencia, por genuina que fuere, concluye necesariamente en manierismo? La respuesta afirmativa incluye, sin más, la justa acepción del debatido vocablo, ante la obra de Julio Cano. Es cuestión de genuinidad, no de torpe remedo. Julio Cano recibió y asimiló el fundamento adolescente. la sustancia de su formación primera en la genuinidad del aula racionalista, y luego ha madurado en su sensibilidad y ha traducido en su pulso la norma, no el remedo, de aquella enseñanza primigenia. Su estilo, en buena consecuencia, es verdadero estilo y la cualificación manierista que aquí le asignamos, aparte de ser connatural con su más que refinada capacidad de precisión, de esmero, de sutil caligrafía, asume, sin reservas, una acepción positiva. Lejos de aquí toda intención de remedio o toda idea de retorno a edades de probado esplendor, en cuya pertinacia se hace justamente negativa o despectiva la mención del manierismo. De ningún modo cumple a Julio Cano Lasso el pulso de un estilo, huérfano de genuinidad, dirigido a la indagación formal y a su instauración sistemática, más por la añoranza o remembranza de un pasado, próximo y pujante, que por su propio contenido expresivo. Ocurre exactamente lo contrario. El acude a la truncada fuente genuina de su formación y la aplica, en virtud de su sola y minuciosa meditación expresionista y de acuerdo con su propio contenido expresivo, a la realidad mudable, por viva y creciente, del presente en curso. En este sentido, el manierismo, su manierismo, se ajusta cabalmente a la acepción más positiva del término, la que llega a constituir, así entendida, la primera orientación estilística verdaderamente moderna y conquista toda secuencia, por genuina que fuere, concluye necesariamente en manierismo? La respuesta afirmativa incluye, sin más, la justa acepción del debatido vocablo, ante la obra de Julio Cano. Es cuestión de genuinidad, no de torpe remedo. Julio Cano recibió y asimiló el fundamento adolescente, la sustancia de su formación primera en la genuinidad del aula racionalista, y luego ha madurado en su sensibilidad y ha traducido en su pulso la norma, no el remedo, de aquella enseñanza primigenia. Su estilo, en buena consecuencia, es verdadero estilo y la cualificación manierista que aquí le asignamos, aparte de ser connatural con su más que refinada capacidad de precisión, de esmero, de sutil caligrafía, asume, sin reservas, una acepción positiva. Lejos de aquí toda intención de remedo o toda idea de retorno a edades de probado esplendor, en cuya pertinacia se hace justamente negativa o despectiva la mención del manierismo. De ningún modo cumple a Julio Cano Lasso el pulso de un estilo, huérfano de genuinidad, dirigido a la indagación formal y a su instauración sistemática, más por la añoranza o remembranza de un pasado, próximo y pujante, que por su propio contenido expresivo. Ocurre exactamente lo contrario. El acude a la truncada fuente genuina de su formación y la aplica, en virtud de su sola y minuciosa meditación expresionista y de acuerdo con su propio contenido expresivo, a la realidad mudable, por viva y creciente, del presente en curso. En este sentido, el manierismo, su manierismo, se ajusta cabalmente a la acepción más positiva del término, la que llega a constituir, así entendida, la primera orientación estilística verdaderamente moderna.

El edificio de Julio Cano Lasso es radiante consecuencia tanto de la genuinidad de un pensamiento arquitectónico asimilado por su autor, con plena congruencia histórica y envidiable esmero (y con esa preclara capacidad asimilativa que el autor nos descubre incluso en el trazo de sus refinados dibujos) y su ulterior aplicación al suelo de la realidad. Esta es la que realmente ha cambiado, la que cambia, y sin remedio, en su intrínseco devenir. Si la mutación fue brusca, por razones esencialmente ajenas al pensamiento arquitectónico. Julio Cano supo pacientemente adecuar la sustancia de éste al súbito advenimiento de aquélla. Ni remedo ni añoranza. Difícilmente puede remedar quien se nutre de su propia formación. Lo harán aquellos que, exhaustos o privados de un pensamiento propio, recurren a un acontecer antecedente, cuya génesis viva no fue con ellos y ahora va el estímulo tardío de la obra nacida de aquel acontecer, o nonata, y siempre disponible en el archivo de los proyectos magistrales. Es. justamente, en la distinta dirección de este trayecto alternativo, donde se decide, a cara y cruz, la procedencia o la invalidez del manierismo. Si hemos abierto de plano, aunque someramente, el abanico de la moderna arquitectura española a partir de la posguerra, lo hemos hecho con la sola intención de valorar en su contexto, no a favor de una consideración particularizada, el signo de nuestro personaje. Vea el lector. por sus ojos, dónde empieza la pregnancia racionalista, dónde subyace el gesto expresionista, dónde se esclarece ésta que nosotros juzgamos fecunda y positiva versión del manierismo. Para el resto, valga, de nuevo, insistir en la indiscutible fidelidad de su obra para con la genuinidad de su pensamiento, de su formación, y subrayar, nuevamente, la honestidad, la pulcritud, la feliz dicción y clara consecuencia de su arquitectura.

NUEVA FORMA - 01/02/1972

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