No hay error, me creo, ni desmesura en afirmar qué la expresión de la primera vanguardia (ese fenómeno, no lejano que aún suele verse citado como arte moderno) alcanzó su consagración pública en el suelo o en el vuelo del ballet. ¿Una fecha clave? 1917. ¿Un lugar? París. ¿Unos artistas conscientemente arriesgados? Erik Satie, Jean Cocteau, Pablo Picasso y Sergei Diaghilev. Tal día, en tal lugar y merced a la lúcida osadía de estos cuatro personajes el "arte nuevo" ascendía al escenario de la sociedad refractaria a toda novedad (al "santasantorum de los valores de la clase"), y no sin sobresaltos.
El 17 de mayo de 1917, en el escenario parisiense del Chatelet, tenía lugar el estreno de un ballet titulado "Parade". El argumento era de Cocteau; debíase la música al talento de Satie y el decorado a inspiración picassiana, corriendo de cuenta de Diaghilev la coreografía. Butacas, palcos y plateas rezumaban sospechosa calma; la calma misma que precede a la tormenta. Y la tormenta no tardó en desatarse. No, el ballet que se iba a representar no era un "clásico". "En realidad —advierte atinadamente Patrick 0'Brian —el fin principal de "Parade" era demoler el ballet clásico, tal como Picasso había demolido la pintura academicista".
La obertura de Satie no había desagradado al oído de la "clase" e incluso el gran telón de "Picasso" había cautivado su mirada. De pronto todo cambió. Los personajes adquirieron aires de rascacielos y la partitura comenzó a contagiarse del sonido sobreimpreso de mil máquinas de escribir tecleadas con el ritmo ensordecedor de una ametralladora. Bailarinas y bailarines (presididos nada menos que por Massine) daban rienda suelta a la expresión de la libertad y prueba fehaciente de todo un atentado contra la sagrada unidad de lugar, tiempo y acción... bajo la atenta mirada de Diaghilev y la garantía de rebelión que el público de París ofrece siempre ante lo que consideraba un atentado a su dignidad.
El argumento de Jean Cocteau no podía ser más sencillo: los intérpretes no hacían sino encarnar en el escenario a otros intérpretes que invitaban a unos imaginarios transeúntes a entrar en un teatro igualmente imaginario. Pues bien, el respetable público entendió tan llana línea argumental como un insulto flagrante y continuado. Mediada la representación, y hasta su final, el teatro se tornó creciente hervidero de gritos y rechiflas, abucheos, silbidos y amenazas. El "respetable estaba enfurecido", y "la velada hubiera podido terminar muy mal —concluye el autor sobredicho— si no hubiera sido por la presencia de Apollinaire, vendado, de uniforme y con su "Croix" de guerra, quien dirigió una apasionante arenga a la multitud y consiguió convencerla, al menos de que "Parade" no era obra de los hunos".
¿Concluyó ahí la cosa? La costumbre de Picasso al insulto (que Cocteau interpretaba como elogio) corrió feliz pareja con la confianza que en sí mismo depositaba a diario Diaghilev. Alguien tenía que pagar los vidrios rotos y ese alguien fue Satie, que acabó en la cárcel. No, no fue el respetable e indignado público el que solicitó el encarcelamiento. Correspondió tan infame menester a un crítico llamado Poueigh, representante voluntario de la ciudad herida y airada. Complaciente, por oficio, con "el todo París", al tiempo que investido de santa indignación y probada ignorancia, el tal Poueigh "tuvo la gracia" de firmar una crítica más estúpida que dura, replicada por Satie con un insulto.
"Mi querido amigo, usted es un culo y un culo sin música", fue la réplica literal de Satie. ¿Merecedora de un juicio por injurias? Así lo entendió el vil crítico llevando el caso a los tribunales e ignorando que el juicio subsiguiente iba a convertirse en juicio al arte moderno. Vale decir que en la Audiencia se reprodujeron (ya que no corregidos, sí aumentados), los sucesos del Chatelet. Apollinaire, Dunoyer de Segonzac, La Fresneye, Derain... y otros fueron calificados de salvajes y antipatriotas. Los amigos de Satie, entregados de lleno a la protesta, fueron expulsados de la sala... y Jean Cocteau montó su número particular: bajo la palidez del maquillaje, abofeteó al abogado de Poueigh, siendo a su vez apaleado él por la policía. Satie era condenado a una semana de cárcel.
Si la representación de "Parade" entrañó algo así como una arriesgada propuesta a ojos y oídos de la "ciudad alegre y confiada", el juicio subsiguiente puede considerarse —repito— como el primer juicio al arte moderno. ¿Resultas y secuelas? La implantación del arte nuevo con toda su capacidad integradora (¡el sueño renacentista convertido en palpable realidad!) Al hombre y gesto de Satie se agregaban de inmediato los de Debussy, Falla, Stravinsky, Milhaud... los decorados de Picasso daban paso y franquía a los de Matisse, Gris, Laurens... y los "ballets rusos" de Diaghilev se encargaban de divulgar la buena nueva por el mundo. Aquellos personajes que de la pluma de Cocteau invitaban a unos transeúntes imaginarios a entrar en un teatro igualmente imaginario, empezaban a cobrar, ya lo creo, cuerpo de realidad.
CAUCE 2000 - 01/08/1984
Ir
a SantiagoAmon.net
Volver
|