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LA INVESTIGACIÓN EN LOS MUSEOS

La labor de conservación de un museo implica necesariamente la de investigación, debiendo ambas traducirse en un variado repertorio de publicaciones que o constituyen estudios exhaustivos o vienen a sentar el fundamento de una consecuente ciencia museística. Quehacer propio de los facultativos del museo es la elaboración sistemática de las fichas concernientes a los fondos custodiados y su ulterior publicación, a expensas de un auténtico saber científico v con la natural exigencia de aquellos medios más idóneos (biblioteca. cursos y seminarios, promoción de estudios. servicio de ediciones...) para su eficiencia. difusión e incremento. ¿Dónde, sino en el marco específico de las publicaciones, verá reflejada la actividad investigadora de un museo?

Pueden otros departamentos (los laboratorios, por ejemplo, de restauración) incorporarse. desde su particular competencia científica, a la empresa investigadora en general. fomentada igualmente con el concurso de institutos de investigación anejos aun gran museo y viceversa (cual acontece fuera de nuestras fronteras, con los museos universitarios). La base, en todo caso, de un serio programa investigador (y también vulgarizador) radica en la esmerada elaboración de un fichero sistemático que. aparte de facilitar la difusión de catálogos, sumarios y adecuadas guías pedagógicas, determine la posibilidad o, en su defecto, la imposibilidad de dedicaciones y publicaciones propias de la ciencia museística.

El reino de la calamidad

Una lejana encuesta realizada, sin excesivo optimismo en Estados Unidos (Types of Museum Publications, Cleveland. 1929), revelaba la existencia de hasta nueve tipos de publicaciones científicas, y otro estudio notoriamente posterior (Art Museum Publications, “Curator” 1/11, 1959) elevaba a 12 los títulos de una y otra especie, Si tales cifras no parecieron del todo satisfactorias en el lugar y el tiempo de la encuesta y estudio antedichos, y sí a otros sectores internacionales, de probada solvencia, no acaba de complacer la relativa constancia de catálogos científicos en los mejores museos. ¿qué decir de los nuestros, prácticamente ayunos de toda publicación investigadora y harto indigentes en las de carácter vulgarizador?

Ni el más triunfalista de los optimismos lograría extraer del reino de la calamidad la verdadera situación de los museos españoles. En los casi 900 de segundo orden (los que hace poco dimos en llamar no civilizados), el presupuesto, si lo hay no alcanza a cubrir primarias necesidades de subsistencia, subordinándose, en los dos o tres presuntamente civilizados, al espectáculo o al lujo cualquier conato de investigación, en tanto el personal especializado ha de hacer propios, más de una vez, impropios empleos de su cualificación profesional. Consecuencia de todo ello es la falta de publicaciones científicas y la conversión de los museos en destartalados gabinetes de curiosidades, al cuidado de un número irrisorio de conservadores, vinculados a los fondos museísticos por vía puramente administrativa.

Se ha venido aquí denunciando. semana tras semana, la total e imperdonable desconexión de los museos españoles para con la Un¡versidad, sin que pueda decirse más estrecha su relación con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Sobrarían dedos de una mano a la hora de hacer generoso balance de las publicaciones de carácter científico,. financiadas por el Patronato Nacional de Museos, entre cuyos deberes (según consta expresamente en la legislación constituyente de dicho patronato) va a la cabeza el de fomentar, ayudar y subvencionar aquellos estudios de investigación y aquellas publicaciones de específica condición científica, directamente relacionados con los museos y con sus fondos.

Fortines de sus propios fondos

¿A qué se destinan tales o tan hipotéticos desembolsos, exigidos por Ley? A la edición, no pocas veces, de libros ostentosos, antes adornados por el lujo que provistos de rigor de ciencia o pauta de doctrina. Muchos de ellos han costado cuantiosas sumas, que ni revierten en la utilidad del investigador, ni en el estímulo siquiera del despierto aficionado, al tiempo que lo elevado de su precio los hace inasequibles al común. Enconadamente enemistados con aquellas instituciones específicamente dedicadas a la ciencia y docencia (la Universidad, al frente) y comúnmente ajenos a toda atención y publicación propiamente científicas, cumple a nuestros museos la condición de fortines de sus propios fondos, al arbitrio exclusivo de su alcalde.

¿Y a disposición de quién? De los investigadores extranjeros, privilegiadamente facultados (en el caso, ya acaecido, de no verse también ellos afectados por las consabidas prohibiciones, restricciones y alcaidadas) para indagar, en profundidad y con el debido rigor científico. y alumbrar publicaciones en torno a nuestro tesoro artístico arqueológico y etnológico. Y así sucede que los españoles que se sientan vocados a la investigación, o simplemente tentados al conocimiento de su propio acervo cultural, han de darse afanosamente al estudio del inglés o el alemán, para luego ajustar su presupuesto económico a las pingües tasas (cuestión de nivel de vida) que imponen las editoriales foránzas.

Y así, también, viene a producirse la mas triste paradoja o termina por consumarse el más singular de los disparates en el hecho comprobado de que nos dediquemos sistemáticamente a importar nuestra propia cultura y a exportar divisas, por igual y demencia¡ sistema. Quedan nuestros investigadores forzosamente relegados a un puesto de segundones, abocados, por necesidad, a traducir y estudiar publicaciones extranjeras, para luego darlas a la luz (haga cada quien las excepciones que le vengan en gana) bajo la españolísima modalidad del refrito. Siervos incondicionales de los pueblos civilizados, no parece sino que aceptamos gustosos, hasta en estos menesteres de la cultura (de nuestra cultura) las formas más inicuas y peregrinas de colonización.

Escaparates y almacenes

No corren mejor suerte los trabajos de investigación en torno a la teoría y práctica (ciencia y oficio) de la restauración, hecha justa salvedad de la labor que en Madrid viene llevando a cabo el instituto oficial del ramo. Deberían, sin embargo, ser los propios museos los que contaran con organismos autónomos de investigación y restauración, complemento reciproco, según se indica al comienzo de estos escritos, y a veces indispensable en el normal desarrollo de la actividad científica. Puro sonar o demasiado pedir, cuando están por proveer las más de las plazas de restauradores oficiales, habiéndose boicoteado, una y otra vez, concursos y oposiciones, al día siguiente a su convocatoria.

Si el lector se remite al comentario de hace un par de semanas, de la falta de personal especializado en nuestros museos, allí denunciada, colegirá lo improbable de una mas o menos seria tarea de investigación.

Vuelva, entretanto, a recordar el divorcio palmario entre aquellos y la Universidad, reincida en la exigencia o en la añoranza de una escuela de Museología, capaz de orientar un quehacer científico de algún relieve, lamente el desdén de la Administración hacia estos asuntos tan esencialmente culturales, y no le extrañe, tras ello, que alguno de sus más altos jerarcas haya afirmado que los museos no son lugares de investigación.

El circulo vicioso se cierra y reanuda, ante la pasividad oficial o el poco elocuente silencio administrativo, de cara a éste y a otros problemas del humanismo y la cultura. Y es de este descarado desinterés oficial por la investigación de donde se deduce la consecuente y absoluta deficiencia divulgadora. Mucho dista nuestra sociedad de haber tomado conciencia de la facultad creadora y conformadora de la personalidad humana que compete a un museo, interpretado, en el común sentir, y con toda razón o como lujoso escaparate o como almacén de curiosidades, anticuallas y trastos inservibles.

EL PAIS - 05/09/1976

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