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UN TIGRE EN EL TRASERO

“Los de Aranjuez hasta en el culo tienen la R y la P” ¿Qué iniciales guardan en semejante parte, según el refranero de Vergara, las buenas gentes del espárrago y la fresa? Ni más ni menos que las del Real Patrimonio, que allí sobresale y sobreabunda. Tan ufanos del Real Sitio alzado en su real suelo se sienten los de Aranjuez que hasta donde la espalda pierde su honesto nombre dicen llevar grabadas las letras de regia titularidad. La verdad es que, atraídos por la belleza natural del paraje, los reyes de España se empeñaron en conservarla y acrecerla con admirables obras de arquitectura que a enriquecer vinieron el Real Patrimonio, y a dejar metafóricamente tatuadas sus mayúsculas en la sobredicha y glútea región del vecindario.

Tomadas de los indígenas de la isla de Tahiti, en la Polinesia, «tatuar» y «tatuaje» son voces atañentes a la acción y el efecto de grabar figuras y símbolos en la piel humana, introduciendo materias colorantes bajo la epidermis a través de punzadas orientadas en la linea del dibujo. Doloroso en su origen e indeleble en su fin, lo tatuado perdura cuanto la vida del individuo, no pudiendo eliminarse sino merced a un tratamiento de mayor dolor aún y peligro. Lo que para los vecinos de Aranjuez es, en fin, gloriosa metáfora, resulta práctica habitual en no pocos pueblos de Asia, África, América y Oceanía, así como entre gentes del lance y del hampa... más algún reciente ejemplo hallado (¡quién lo diría!) en las altas esferas del poder.

¿Se imagina usted al secretario de Estado de los mismísimos Estados Unidos con un tigre tatuado en aquella región corpórea que ha de mojarse, sin remedio, el que quiere coger peces? Así lo acaba de confesar el propio George Shullz y lo ha ratificado su distinguida esposa con lacónica palabra, dictada por el abatimiento y el sonrojo, la resignación y la afrenta: «Si, es verdad.» Lejos de toda interpretación metafórica, cual la que dignifica a los ciudadanos de Aranjuez, el secretario mayor de la superpotencia lleva un tigre realmente impreso en parte tal desde sus tiempos de estudiante en la Universidad de Princeton, ignorándose si fue mano autóctona o polinésica la que surcó su trasero con materia colorante y artística punzada.

Más, algo más que un secreto es lo que acaba de reconocer entre dientes, y no sin enojo, el secretario de Estado más poderoso del mundo a instancia, digo, de lo advertido por su propia mujer. Tras afirmar que sus pasos son asiduamente vigilados e indagada su conducta, George Shullz. ha venido a dejar textualmente cifrado el último resquicio de su intimidad en el felino impreso sobre una de sus posaderas: «He sido investigado por el FBI, por el Senado, por la comisión Tower... Mis cartas llegan abiertas. ¡Este era el último secreto que me quedaba en el mundo!» Secreto, todo hay que decirlo, compartido por su mujer e hijos que, al decir de ésta, encontraron en el insólito tatuaje de su progenitor el juego favorito de la infancia.

¿Indicio de regresión? ¿Signo ecuménico? Tal vez anide en la nalga tatuada el propósito de referir a atávicos orígenes los datos del progreso «made in USA», o de comulgar alegóricamente con los pueblos del Tercer o Cuarto Mundo; que en atributo tan secreto cabe incluir aún más secretas intenciones. Ignoro qué desprendería Freud de felino tal y en tal sitio. Vale, eso si, sospechar que a Shullz pueda ocurrirle, muy lejos del orgullo de Aranjuez, lo que al alemán del cuento que, confundiendo la cara con la cruz o las témporas con los bajos de la espalda, decía guardar sus ideas allí, justamente, donde amargan los pepinos. Muy de temer y muy poco de reír es, en cualquier caso, eso de llevar indeleblemente grabado un tigre en el trasero.

DIARIO 16 - 10/03/1987

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