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EL VIEJO MERCADO Y LA NUEVA FACHADA

Primero «le» tiraron por tierra el Mercado de Olavide, sito que estuvo en la plaza de igual nombre; a punto anduvieron luego de derribarle el viaducto de la calle de Bailen sobre la de Segovia... y pugnan ahora por desvirtuarle sustancialmente, y con desdén manifiesto hacia lo que la norma municipal ordena, el antiguo mercado de pescados, geométricamente inscrito en el pentágono que forman la glorieta de la Puerta de Toledo, la ronda dedicada a esa misma ciudad, la plaza del Campillo del Nuevo Mundo y las calles de la Arganzuela y del Capitán Salazar Martínez.

Ese «le», que las gramáticas denominan «complemento indirecto» y cuya misión es la de indicar provecho o (como en este caso) daño, se refiere a la figura del arquitecto Francisco Javier Perrero, víctima él mismo, y por sus propias ideas progresistas, de la guerra civil. Un mal pago a la memoria de quien nos dejó las obras que digo, y otras no menos ejemplares, a caballo de una concepción arquitectónica de carácter ecléctico (propia de los años 20) y otra de condición racionalista (de principios de los 30).

Quien quiera admirar la primera época de Perrero no tiene más que atender al modelo de «edificio-vértice» que se alza entre la calle de Goya y la del General Pardiñas para luego repetir, fiel a sí mismo, entre las de Guzmán el Bueno y Alberto Aguilera, Francisco de Rojas y Nicasio Gallego... o en el encuentro de la de Arrieta con la plaza de la Encarnación. Todos estos inmuebles responden al eclecticismo del siglo anterior se diversifican en la forma (siempre culta) del historicismo y se ciñen, invenciblemente (como una obsesión), al sobredicho modelo del vértice o proa entre dos calles.

De los edificios «ferrerianos» de corte racionalista, destruido en mala hora el Mercado de Olavide, sólo nos quedan dos: el viaducto, milagrosamente salvado de un proyecto devastador, de 1975, y la Imprenta municipal, espejo de arquitectura funcional (sus trazas nos remiten al meollo del «movimiento moderno»), de expresión plástica (el ritmo de sus ventanas ha servido de calco a algún «posmoderno») y de diseño gráfico (su rótulo sigue siendo una maravilla), ahí. en el número 15 de la calle de la Concepción Jerónima.

¿Puede, pues, darse por desaparecido el viejo Mercado de pescados? Sin duda alguna, y por más que el Ayuntamiento lo juzgue recuperado, rehabilitado y «reconverso» como nuevo «Centro de artesanía y anticuariado» (una suerte de competencia «fina», y, en su propio terreno, al castizo ir y venir, dar y tomar, oír, ver, tocar, traficar y transitar... Rastro arriba y abajo).

¿Los arquitectos «rehabilitadores»? Posiblemente fueran (aunque usted lo dude) de los que en su día estamparon su firma en pro del Mercado de Olavide. Con su interior, exceptuada la muy libre e inamovible, por muy sólida, estructura central, se están haciendo mangas y capirotes. ¿Y por fuera? Se ha alterado la línea de remate en todas las fachadas, no quedando a la vista, en la principal, otra cosa que la torre originaria con su óculo (sigue siendo, en su orfandad, lo mejor del edificio), precedida ahora de una columnata (¿«posmoderna»?) que excede la primitiva altura del inmueble y en uno de sus flancos incluye el «invento» de una galería al aire libre.

Y valdría todo ello, de no atentar contra lo que la ley prescribe. El Plan General de Madrid encuadra este espléndido edificio en el llamado «Nivel I de protección», que equivale, por ser el máximo, a la «preservación integral» (propia de los monumentos). Y aquí surge el dislate. A los inmuebles de «Nivel 2» se exige, como mínimo, la conservación de" la fachada, y a este, de superior rango, se le exime de ello, o lo que es más grave, se «le» castiga (incluido el buen nombre de Perrero) o algo así como su «destrucción integral».

DIARIO 16 - 18/01/1988

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