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Lo moderno, lo popular y lo didáctico en la arquitectura de Biurrun

La arquitectura de Biurrun es, bajo formas y premisas de estricta novedad, claro trasunto de lo popular, y explicitación didáctica, al propio tiempo, a los ojos del pueblo de aquello que al pueblo le es genuinamente familiar, si no a merced de reflexión, sí, desde luego, por vía de hábito inconsciente o costumbre de las costumbres. La arquitectura de Biurrun entraña una defensa de la propia arquitectura en su versión más esencialmente contemporánea, tal como la definieron los grandes protagonistas de la modernidad (el De Stijl, el Bauhaus, el Constructivismo ruso...), y en su hacerse y explicarse pone de relieve a los ojos del pueblo, en su propio medio, en el suelo de la escena cotidiana (corazón de la barriada o patio de vecindad) una condición y un destino abiertamente populares de los que se desprende una dimensión didáctica.

De cara a la arquitectura de Biurrun, lo popular ha de ser interpretado, a contrapelo de la estimativa habitual, más en atención a su destino que en la remembranza romántica de su origen. Lo popular pasó a ser por obra y gracia, especialmente, del Romanticismo en general (y, referida la cuestión a nuestro suelo, por sutil y tardía recreación de los hombres del 98), un tema histórico, en cuyo análisis se toma en cuenta esencial o prevalentemente el ayer más o menos remoto. Suele entenderse lo popular como un dato o como una reserva y, sobre todo, como un sentimiento que yace, inmarchito, en las arcas del pasado, cual si hoy (cada hoy) hubiera el pueblo dejado de existir y su medio vital o convivencional no reclamara una atención específica o no mereciera su actual sentir un eco y un acomodo en los que prevalezcan valores que no son precisamente de pura evocación o anacronía (observe el lector. a tal respecto, la distinta resonancia que adquieren expresiones aparentemente afines como arte popular o lírica popular, de una parte, y barriada popular, de otro lado, o precios populares).

La obra de Biurrun participa empíricamente de esta segunda acepción de lo popular, tomando de la otra la gran arquitectura histórica (el románico jacobeo, especialmente, tan ejemplar y profuso en su Navarra natal) que surgió a los ojos del pueblo y ha perdurado en su diaria contemplación y vivencia (el templo, por ejemplo). Biurrun atiende, hacia el ayer, a la gran arquitectura histórica (no a los géneros populares), ínsita en la costumbre y vivencia del pueblo, y la traslada al medio popular del hoy en curso (patio de vecindad o atrio de viviendas baratas) y allí la traduce en ejemplo vivo, en didáctica, con formas y modales adictos sin reservas a la gran arquitectura de nuestro tiempo. Lo popular, de esta suerte, se afinca más en una vivencia secularmente ininterrumpida y actualizada de la gran arquitectura histórica, que en su pura evocación romántica (y, a la postre, teórica), viniendo lo moderno a ser adecuación, ejemplificación o explicitación de algo que al pueblo le era atávica o soterradamente familiar y ahora reconoce o recuerda (dinamos con Platón) en otras formas que el arquitecto (o el demiurgo) regala a su contemplación y a su convivencia.

La actitud de Biurrun da caía al pasado nos hace de algún modo recordar lo que la obra de Berlage supuso en la antesala del Neoplasticismo holandés, aún teniendo muy en cuenta que lo que para este era sola y genial premonición de una arquitectura en ciernes, es para nuestro hombre consciencia, experiencia y cotejo de hechos consumados: la gran arquitectura histórica y la gran arquitectura de nuestra edad. No deja en todo paso de parecemos oportuno establecer, por vía de ejemplo y salvadas las distancias que el lector crea de salvar, cierto parentesco entre la obra premonitora de Berlage con relación a la arquitectura histórica de los Países Bajos, y las creaciones de Biurrun en su referencia específica al románico de Navarra.

La arquitectura holandesa —he escrito yo no hace mucho, a propósito del De Stijl en general y de Berlage en particular— contaba con una tradición rectilínea, de origen medieval, que si en otros confines había quedado, merced a la actitud renacentista, anclada en la historia, se había aclimatado en tierra holandesa a la contextura urbana y al edificio civil. El De Stijl fue, ciertamente, una explosión en el orbe arquitectónico, supuso un cambio radical en la mente y en la intención de los arquitectos; pero estalló donde era menester que estallara, en un suelo particular mente abonado para el brote de las premisas neoplásticas. El nudo entre la tradición y el orden nuevo queda singularmente encarnado en la arquitectura de Hendrik Petrus Berlage, cuyos edificios admiten una doble contemplación estimativa: su parentesco se da tanto con el tradicional edificio holandés como con los que fueron alzados posteriormente a tenor del lenguaje neoplástico.

Contemplemos, por ejemplo, el edificio de la Bolsa, de Amsterdam, cuya primera piedra fue colocada por Berlage a finales del pasado siglo. Su apariencia inmediata deja en nuestra sensibilidad el halo de la tradición: el arco, la columna, el torreón, el almenado del remate... delatan su origen medieval. Un análisis más aquilatado nos ofrece la cara opuesta de un mismo suceso, pleno ahora de modernidad y congruencia con la estética del Neoplasticismo: el plano por el plano, la rectangulación estructural, el ritmo progresivo y geometrizante de las interdistancias, la ruptura que provoca en la cubierta la inserción de paralelepípedos que emergen, equidistantes, de la base.., pregonan su afinidad a las inminentes enseñanzas del De Stijl.

Dijérase que dos órdenes contrapuestos, antiguo el uno y el otro harto próximo al grito vanguardista, conviven y se compenetran en la entidad de un edificio único. ¿Prepondera el uno sobre el otro? Theo van Doesburg, aún reconociendo el precedente del viejo maestro holandés y el momento histórico en que se alzó la Bolsa de Amsterdam, se inclina por el predominio de lo antiguo, pese a atribuirle un carácter secundario: En la mayor parte de los edificios de Berlage domina un clasicismo secundario en lugar de un constructivismo primario.

En la obra de Biurrun, como en la de Berlage, subyace la gran arquitectura medieval, si bien se invierten los términos de la relación que propone Van Doesburg. Los edificios de Biurrun ostentan un Constructivismo primario, amasado en la raíz de la moderna concepción arquitectónica, siendo secundario el trasunto del origen medieval, de la ascendencia románica. Aquí, en efecto, lo primario es la meditación constructivista (el elementarismo figurativo, la total simplificación, la nuda esencialidad de la casa, del atrio de la barriada, del patio de vecindad...), sin que por ello olvide el arquitecto la vigencia sensible y efectiva del románico jacobeo, profusamente diseminado por tierras de Navarra, entorno familiar de la contemplación del pueblo y ámbito natural de no pocas de sus vivencias.

Si el precedente de Berlage se dio en la ocasión y lugar más propicios para su floración y estalló el grito vanguardista del De Stijl allí donde era menester que estallara, no parece arriesgado ahora afirmar, más o menos restrictivamente y con mayor o menor grado de analogía, que la arquitectura de Biurrun, de condición y destino eminentemente populares, haya visto la luz donde era más que natural su alumbramiento. La sensibilidad de nuestro hombre, como la del pueblo, ha tenido muy a su alcance, desde la infancia, la gran arquitectura del monasterio de Leyre y la estampa de templos y más templos románicos en la loma de cada pueblo navarro o la diaria contemplación de la muralla de Pamplona.

Frente a la actitud pseudorromántica de los populistas (los amigos del hórreo y del caserío). Biurrun viene a ponernos de manifiesto que el pueblo, consciencia y reflexión de lado, ha conocido la gran arquitectura histórica, ha morado en ella y en ella ha tenido muchas de sus vivencias más genuinas y comunitarias. Si así fue y así es, ¿cómo no será posible la propuesta a su contemplar, morar y convivir de la gran arquitectura de nuestra edad? Aquí reside el propósito didáctico de Biurrun. El tiene a la diestra de su contemplación, de su meditación, el ejemplo histórico, y a la izquierda el modelo (mejor que estilo) de la nueva arquitectura, campo también de su meditación y de su ejercicio. La traducción de aquel ejemplo, inserto en el hábito popular, a este modelo (si en verdad es destinado a la vivencia y convivencia del pueblo) o su recta adecuación obrará el milagro, dándose, como se da entre ambos, la nota común de magisterio y grandeza.

Tal es, a juicio nuestro, el entronque establecido por Biurrun entre el ayer y el hoy de la arquitectura, a través de la vena popular, que una vivencia ininterrumpida y una experiencia actualizada permiten enlazar con un destino y una didáctica honda y realmente populares. Silva de ejemplo el soberbio parangón establecido por Biurrun entre las trazas de su vivienda unifamiliar Esparza, realizada el pasado 1972, y el templo románico que se alza a unos metros. Sobre la identidad del suelo, la supuesta divergencia entre la arquitectura moderna y la medieval termina por corroborar. merced a la genuinidad y coherencia de la expresión, otra identidad mucho más significativa y aleccionadora, en la que la mutua contundencia del muro, la prevalencia del arco de medio punto, la inserción del ventanal, la referencia de la torre... y la adecuación de los materiales (piedra de sillería en el templo, ladrillo trigueño en la vivienda unifamiliar, asentada en campo de trigos) quieren hablarnos de un mismo suceso arquitectónico, por encima de la disparidad estilística.

Dijimos, líneas arriba, que lo popular ha de interpretarse en la arquitectura de Biurrun más en atención a su destino que en la remembranza romántica del origen. Y si en el origen late la gran arquitectura histórica, inserta en la vivencia y experiencia del pueblo, de igual modo la gran arquitectura de nuestro tiempo quiere hacer suyo lo popular como único destino. A lo largo de estas notas hemos hecho frecuente mención de dos formas prototípicas del habitar y el convivir (el atrio de las viviendas baratas y el patio de vecindad) en las que lo popular y lo comunitario acaparan integralmente el hecho arquitectónico y regalan a nuestro hombre el ámbito que ni soñado para la efusión de su profunda meditación y de su ejercicio. Y en ambas parcelas (interior y exterior del convivir), dejará Biurrun dos obras ejemplares, de cuyo análisis somero tomará fin nuestra glosa: la Sucursal de la Caja de Ahorros, en el popular barrio de San José, y la Plaza de Eroski, en la barriada obrera de la Chantrea, ambas en Pamplona.

No creemos, por lo que hace a la primera de estas obras, que muchas mansiones de las llamadas suntuosas dispongan de una antesala tan equilibrada, serena, lúcida, elegante, amplia y de tan amplia función y ejemplar arquitectura, como el vestíbulo o pórtico cerrado que, adosado, antecede a las viviendas populares de la Caja de Ahorros, en la pamplonica barriada de San José. Atrio de vecindad lo hemos venido llamando, porque es atrio o deambulatorio (en toda la magnitud del término medieval y con toda la pureza de la mejor arquitectura contemporánea) mejor que hall o recepción (a favor del tópico a la moda o la manida nomenclatura al uso). Ahí queda, a los ojos del pueblo y en el preámbulo del bloque de viviendas baratas, el eco elocuente de la gran arquitectura histórica, harto familiar en la sensibilidad de las gentes, traducido en didáctica y en radiante modernidad.

Apenas adentrados en este soberbio deambulatorio, nos cautiva su carácter primariamente constructivista. diremos con Van Doesburg. Ante todo, la meditación constructivista, la concepción diáfana del espacio, la medida de su movimiento, de su modulación, y su condición multifuncional. La proporción del cubo y del paralelepípedo define y modula la realidad del vacío interdistante, desde el reducto de la intimidad hasta la gran galería de la convivencia. La ley inflexible del ortogonalismo gobierna la estancia y alecciona el estar de los conviventes. ¡Pura y radiante modernidad que insensiblemente nos lleva al recuerdo indefinido de los grandes maestros de la moderna arquitectura! Y la función. ¿Dónde hallar tan a la mano un espacio viable tanto para la reunión de la comunidad de vecinos como para el hábito de la tertulia o para el acto estrictamente cultural? Que tales actos se dan y se han dado en las salas del atrio de San José (la última vez que lo visité, valga de ejemplo, colgaba de sus muros una exposición de obra gráfica de Bacon).

Y junto a la primacía del constructivismo, la remembranza secundaria de lo antiguo, tal como se alzó por tierras de Navarra, en la costumbre de las gentes, y el tema soterrado de una propuesta cálidamente didáctica. Tres datos vienen a revelarnos el sustrato románico o prerrománico, la vieja raigambre en la moderna contextura del atrio: el amplio explayarse de las salas, a modo de espaciosos pasillos, en sentido longitudinal, la inserción de arcos de medio punto y de herradura en la confluencia de cada uno de los tránsitos, y la homogeneidad de los materiales (la austeridad preponderante del hormigón, sistemáticamente contrastada con la austeridad de la piedra de análoga entonación cromática) sin otra variante que su propia sucesión e intercambio. Desde estos tres puntos referenciales, es inevitable el brote de la familiaridad con la gran arquitectura histórica, en la contemplación del pueblo, y la similación inconsciente y aleccionadora (como aleccionadora e inconsciente lo fue en la tradición) de este espacio que nace y se desarrolla a tenor de premisas y formas estrictamente modernas.

Presente siempre el destino popular de su arquitectura, no siempre es en el tema histórico donde Biunun afinca, a los ojos del pueblo, todo el reclamo y atractivo de sus propuestas y realizaciones. La enseñanza, indefectiblemente nacida de usos y costumbres populares, viene otras veces de otro tipo de recuerdo: de algo genuinamente vivido desde la infancia, al margen de valores arquitectónicos, en el ámbito de la diaria contemplación, de la utilidad cotidiana, reconvertido por él en paradigma arquitectónico, en cuya señal el uso, fiel a la imagen conocida, cambia ahora de sentido y el ojo se aclimata a nuevas imágenes de la convivencia. Tal es el caso de la Plaza de Eroski, instalada en el corazón mismo de la barriada, en el patio de vecindad.

Diremos, en primer lugar, que esta plaza ha surgido en lo que era solo y escueto patio de vecindad, creado y cercado por las cuatro paredes interiores (cuyo único ornamento es el amable ondear de la ropa tendida). El choque inmediato de la contemplación nos introduce en la modulación, movimiento y aprovechamiento de un espacio, cuyas dimensiones no eran holgadas y su reordenación y juego de vanos y macizos convierte en diversidad que redunda en amplitud. El solo juego de elementos piramidales (o una suerte, más bien, de tejados a dos aguas, compactos, macizos y revestidos de plaquetas estriadas y monocromas, entonadas en siena tostado) tiene la virtud de suscitar, sin el recurso de artilugios y tiovivos, el juego infantil en el corazón de la barriada.

¿De dónde surgió la idea de estas pseudopirámides, asentadas en el patio de vecindad, hoy convertido en plaza o en ámbito de juego y de recreo? ¿De dónde estos tejados ciegos que nada albergan sino es el gozo infantil. que nada protegen si no es el revoloteo de una alegre bandada de chavales? Raro es, en el País Vasco, el patio tradicional que no disponga de ese mismo tejado a dos aguas, acristalado y protegido por una malla metálica, cuya doble función es proteger de lo lluvia e iluminar el sótano. La lucera lo llaman por estas tierras, siendo inevitable su presencia en los patios interiores de Pamplona. Biurrun me decía, no hace mucho, que si una imagen valiera para resumir una buena parte de su infancia, sería la lucera y en ella la prohibición tajante de todo acercamiento a su solitario atractivo y al atractivo mismo del patio.

Bien analizado el elemento estructural que ordena, modifica y diversifica la Plaza de Eroski en la popular barriada de la Chantrea, al tiempo que concentra la incitación lúdica del espacio albergado, nos trae en el acto la remembranza de la lucera, instalada en el corazón del patio de vecindad. Dos cosas han cambiado, sin embargo, de raíz: la distinta disposición del elemento piramidal y también su destino. La lucera, de una parte, ahora es ciega, al tiempo que su geometría se ordena a tenor de la variación y ella misma ordena al vacío y el ámbito del juego. Por otro lado, lo que ayer fue prohibición ha pasado hoy, y por obra de nuestro hombre, a ser transgresión y libérrima incitación lúdica. Y entre uno y otro extremo, una vez más la imagen de lo conocido ha sido traducida en otra imagen de radiante modernidad a los ojos del pueblo y en el ámbito de su más genuina y diaria vivencia.

De esta suerte y bajo formas y premisas de estricta modernidad, la arquitectura de Biurrun es trasunto inequívoco de lo popular y revelación, a los ojos del pueblo, de aquello que al pueblo le es genuinamente familiar, si no a merced de reflexión, sí, desde luego, por vía de hábito inconsciente o costumbre de las costumbres. La obra de Biurrun entraña una defensa de la arquitectura, en su versión más ejemplarmente contemporánea, y en su hacerse y explicarse pone de manifiesto, de cara a la sensibilidad de las gentes, en su propio medio, en el suelo de la escena cotidiana (atrio o patio de vecindad) una condición y un destino abiertamente populares de los que se desprende una admirable preocupación didáctica, probada en la barriada popular y, en la medida de lo posible, a precios populares.



NUEVA FORMA - 01/12/1973

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