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TAPIES Y SIQUEIROS LEGITIMOS

Ante todo, y en lugar de la circunstancial y consabida carta de presentación, la proposición llana de aquel criterio a que quiere, de entrada, ajustarse esta mi incipiente labor crítica en las páginas de Cuadernos: la prevalencia de una angulación estrictamente cultural o la adhesión sin reservas, dicho con resonancia estructuralista, al campo intelectual de nuestro tiempo. Es mi propósito atender,

por encima de cualquier otra estimación, a la legitimidad cultural de los acontecimientos que vengan al comentario y denunciar, en buena consecuencia, o combatir aquellos otros desafectos a ella o claramente atentatorios. Frente a la promiscuidad y servidumbre, suavizadas sólo o cuando más por la rutina, tan al uso en estos menesteres, aquí se intentará a toda costa poner de relieve las auténticas formas de legitimidad cultural, aquellas concretamente que proclaman su autonomía y quisieran definirse, dicho con palabras de Pierre Bourdieu, «por su oposición al poder económico, al poder político, al poder religioso..., a todas las instancias que pretenden legislar la cultura en nombre de una autoridad que no es propiamente cultural».

Y junto a este punto de partida, la Abierta afirmación de otro de destino: la atención al demandante en vez de la publicidad del oferente. De los dos términos de la relación (emisor-receptor, creador-contemplador, artista-público... o vendedor-comprador), la crítica viene amparando sistemáticamente el primero, con inicuo olvido del otro. La crítica de arte está, diríamos, en la loa del desde, que redunda necesaria, desgraciada e injustamente en el desdén del hacia. Con mayor o menor grado de consciencia, condescendencia y, a la postre, de complicidad, termina la crítica por ser sierva o aliada de la oferta, en su más amplia acepción, con grave perjuicio para la demanda, entendida también en sentido lato. No deja de ser paradójico que en tanto los teóricos puros elevan los términos antedichos a los de un problema vital y decisivo, cual lo es el de la comunicación, críticos e informadores traduzcan empíricamente esos mismos extremos a los de una vulgar transación, en cuya escala cuentan sólo, de antemano y por principio, los valores, miras y excelencias del que ofrece (crea, expone o vende) el producto estético.

Si esta primera entrega se inclina más hacia el primero de los aspectos (la del mes próximo aludirá concretamente al otro), atribúyalo el lector a. la constancia, en el calendario de la actualidad, de dos acontecimientos próximos, cuya raigambre y legitimidad cultural disipan dudas y conjeturas: la presencia en Madrid (galería Juana Mordó) de Antoni Tápies y la muerte, en su Méjico natal, de David Alfaro Siqueiros (un dato elocuente del hoy en curso y la memoria, no menos elocuente, de un ayer cercano y determinante). El arte del primero nos llega a la contemplación (a la nuestra, a la del público y especialmente a la de los artistas) con oportunidad que ni soñada, por lo que hace a la reflexión, a la reconsideración y al sentido o sin sentido de muchas de las novísimas experiencias plásticas. La muerte de Siqueiros reclama, de su parte, algo más que la nota necrológica o la cantinela estadística de que con él desaparece el tercero y último de los grandes muralistas mejicanos: la afirmación de un arte arriesgado y la rectitud de una conducta.



ÁNTONI Tápies presentó en Madrid sus obras en la última quincena del pasado 1973 (el año de las grandes exposiciones, entendiendo por tales la suya, la de Chillada y la de Palazuelo). Es el día de hoy y la crítica sigue sin dar fidedigna señal de vida o se ha

limitado a lo habitual y aun menguado -para algunas de las publicaciones madrileñas, diarias o periódicas, se ha producido el hecho en la casi total inadvertencia- de la somera recensión, moderadamente elogiosa en el mejor de los casos. ¿Qué nombre recibe esta figura? ¿Injusticia? ¿Inconsciencia? ¿Desatino? Desarraigo cultural, desatención lastimosa al fluir de la cultura, incomprensible cerrazón a los temas y problemas que en verdad, y dentro del campo intelectual de nuestro tiempo, conciernen al espíritu. Porque desdenes y omisiones afectan en este caso a uno de los grandes

maestros de nuestros días y a un arte que es claro exponente de la cultura contemporánea, merecedor, cuando menos, de acuse de recibo por parte de los expertos y también de entrega didáctica y divulgación de cara a los sectores mayoritarios de la exigencia, de la verdadera demanda.

El título de gran maestro que aquí se asigna a Táples no es circunstancial; traduce, más bien, toda una teoría que recientemente me he arriesgado a exponer y ejemplificar en el pintor catalán. Grandes maestros -he escrito a propósito de Picasso- son aquellos que Iluminan el ámbito de la creación, correlato de una concepción humano-vital, y cierran o dificultan, por el grado perfectivo de lo creado, la senda de su prosecución empírica. Un cuadro de Mondrian, por aludir a la corriente constructivista, en la misma medida en que es capaz de suscitar, de una mente verazmente creadora, la chispa de su aproximación al universo de la realidad y de la vida, en esa misma medida limita o excluye la práctica emuladora dé su reiteración, de no mediar la facilidad de la copia (y nada más fácil

que copiar a Mondrian), la Inquietud del plagio. ¿Qué es la obra de Táples, refiriéndonos ahora a la corriente antagónica (el informalismo), sino el más diáfano ventanal ante el enigma de la naturaleza y el telonazo, al propio tiempo, más grandioso e ineluctable de cara a su repetición por mano ajena y no amiga de atribuirse lo ajeno?

Estos eran los extremos a que se ceñía nuestro apunte en torno a la semblanza del gran maestro, éstos los nombres en que quería verse ejemplificada y tales también los riesgos que conlleva la alegre emulación de las síntesis magistrales. La obra de Tápies encarna una de las síntesis más luminosas de la estética contemporánea que por su mismo carácter de simplicidad y generalización puede estimular y de hecho ha estimulado prematuramente la pretensión de sedicentes artistas, hasta determinar un clima nefastamente ambiguo, en lo genuino y lo espúreo, lo obediente a investigación concienzuda y lo impuesto por sus resultados, lo debido a vocación y lo dictado por rutina, lo alentado por el Impulso creador y lo atribuido a torpe remedo... vienen confundiendo la sensibilidad de unos, la fe de otros y el pensamiento de no pocos (entre ellos, y esto sí que es verdaderamente grave, el de los que juzgan, critican y programan). En la simplificación paulatina y en el carácter más y más generalizable de estas creaciones de Tápies ¿no palpitan la facilidad y el peligro de otras pseudocreeciones emuladoras?

Lo obediente a Investigación concienzuda y lo impuesto por sus resultados. Esta luminosa, magistral,, exposición de Tápies (cuatro, el menos, de las obras expuestas hubieran justificado holgadamente la adjetivación) descubre, al vivo, la diferencia esencial de uno y otro extremo. ¿Hasta qué punto muchos-de los novísimos no ajustan su protesta manifestativa a los logros de la estética que dicen combatir? ¿En qué medida no subyacen los resultados de la concreta y profunda investigación de nuestro hombre en el esquema formal de alguno de los experimentos manifestativos. a la moda (el arte povera a la cabeza) y otros tantos escarceos conceptuales? Tápies nos ha revelado lo enigmático, lo Insólito, lo Inquietante de la pared de enfrente, del muro de la costumbre, y los amigos del experimento e la última vienen ahora, desdeñada la meditación del creador genuino, a ponemos como objeto de -contemplación y sucedáneo del arte, ese. mismo muro, esa misma.

, pared, sin intermediarios, sin indicaciones, sin la lumbre del pensamiento ni el don del lenguaje. ¿Cómo no ha de parecernos torpe el pretendido paso y patente la trangresión?



SIQUEIROS DE METROS CUBICOS



David Alfaro Siqueiros acaba de fallecer en su Méjico natal y con él desaparece, ciertamente, el tercero y último de los grandes muralistas mejicanos, pero en su memoria queda la afirmación de un arte arriesgado y comprometido y la rectitud de una conducta. La experiencia en el riesgo, motor y vía del arte, y el carácter rectilíneo de un comportamiento resumen, al menos en este comentario, la ejecutoria del artista recientemente fallecido.

«Siqueiros ama la vida -dijo de él Scherer García- sin restricciones. Se entrega a ella como lo que verdaderamente es: una aventura que Jamás volverá a repetirse, que no podemos dividir ni confiar a nadie, que no podemos aplazar, que sabemos limitada en el tiempo, pero que sabemos, igualmente, limitada en posibilidades.» El juicio de quienes mejor lo conocieron sería suficiente para corroborar los dos ángulos a que se atiene el nuestro: capacidad de riesgo, de aventura, de hipótesis de exploración ante lo desconocido, ante lo limitado, ante lo por venir..., y la inquebrantable afirmación de una conducta humana que siempre supo unir actitud teórica y ejercicio del arte.

El propulsor -agrega Raquel Tibol-, el primer responsable, el primer entusiasta de aquella empresa fabulosa que fue el inicio del muralismo mejicano, fue alguien que, ya para entonces, demostraba una personalidad pujante: David Alfaro Siqueiros... Su -extraordinario vigor creativo, libre de ataduras escolásticas, no tuvo que superar influencias o romper ligamentos; sobre la marcha, con una agilidad intelectual que superaba rápidamente muchas lagunas, fue aventurándose hacia lo desconocido. Su pasión por lo auténticamente nuevo jamás conoció la saciedad.» Quienes más de cerca siguieron la aventura de Siqueiros abundan sin reservas en el carácter mismo de aventura que adornó su vida y quedó plasmada en la magna aventura de sus murales. «El acento apasionado del arte de Siqueiros -vuelve a la carga Justino Fernández-, sus innovaciones formales y técnicas,

su empeño en utilizar nuevos materiales y su actitud teórica dan a su obra calidad única, original y poderosa expresión; por eso su lugar está entre los grandes pintores de nuestro tiempo.» Juicios todos ellos certeros y apasionados, como los de Luis Cazorda o Enrique Gual...

Frente al adocenamiento del arte de nuestros días y a la seguridad a que se acogen o buscan, incluso contractualmente, los más de nuestros artistas, parece más que oportuno el recuerdo de Siqueiros y aquel su incansable peregrinar por sendas del riesgo. El arte -he escrito yo en ocasión cercana, y me sería dado enmarcar en dicho texto la generosa aventura de Siqueiros- y toda actividad que ostente auténticos valores de conocimiento y creación es descubrimiento, careciendo de entidad y alcance si el artista poseyera de antemano el objeto del conocimiento y la forma del crear. El avanzar, más bien, del creador, como el del explorador, por el suelo de lo desconocido entraña y resume su propio conocer. El artista, como el explorador, parte a la aventura confiado en su insólita capacidad de hipótesis, a merced del riesgo, sin otras armas que la impedimenta y el temple de quien se asoma a un paraje abismal. El arte es un conocer creando, un hallazgo Incesante de lo que antes no era, una exploración sin término en que azar y propósito, inteligencia e instinto, hipótesis y riesgo son los únicos compañeros de la aventura.

Y la constancia de la obra. No vamos a hablar de calidades; sólo diremos que muchas formas del neoexpresionismo y otras tantas del neorrealismo a la moda, en tanto se jactan de emparentar con el arte de Bacon o con el de algún hiperrealista o gigantista yanki, son harto injustas en el olvido de nuestro hombre (¡quién a estas alturas iba a acordarse de Siqueiros!). Pero es lo cierto que la deformación baconiana de la figura y el semblante humano había sido premonizada y convertida en obra por el artista mejicano. Otro tanto cabe agregar en cuanto a los hiperrealismos o a las secuelas del pop. Fácil es hoy extasiarse ante las inmensas ampliaciones fotográficas del hiperrealismo norteamericano (valga de ejemplo la Motocicleta, de Blakcwell), como hace unos días fue admiración rutinaria el éxtasis ante los Anteojos para caballo, de Rosenquist, campeando (25 m. de longitud por 2,75 de altura) en las cuatro paredes de una habitación, y olvidar entretanto que Siqueiros elevó e centenares de metros cuadrados sus murales y a millares de metros cúbicos la ocupación de un sólo espacio arquitectónico por él ideado.

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 01/01/1974

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