Sólo a muy amplias y generosas razones étnico-generacionales cabe acharar la inclusión de David Hockney en la nómina oficial del pop inglés. Original, libérrimo, imaginativo, en posesión de una técnica del dibujo difícilmente asequible a sus presuntos colegas, encarna David Hockney un ejemplo sin par de refinamiento desenfadado, de atildada desfachatez, en el recuento de la antedicha corriente británica y en la relación general de la pintura de estos diez últimos años.
Tratadistas y críticos tienen que recurrir, digamos, al calzador para insertar, de algún modo, su nombre junto a los de Joe Tilson, Richard Hamilton. Colin Self, Alien Jones, Peter Blake, RB Ritaj... y demás presuntos correligionarios. Es Hockney todo un caso de originalidad a raudales, de creatividad sin freno, de personalidad descarada y desbordante...que imposibilita .su inclusión. siquiera aproximada, en el censo del pop inglés y de cualquier otro programa comunitario.
¿Porque incluir en el apartado del pop-art a quien de hecho contraviene dos de sus premisas fundamentales? ¿No es lo cierto que a la fotografía a la serigrafía, a los medios de impresión mecánica...a las modernas técnicas aceptadas (de acuerdo con la nomenclatura de los militantes en las filas del arte-pop). David Hockney opone la esmerada pulcritud del dibujo y la inserción en el universo de fantasía. a la traducción del entorno publicitario, tan del gusto de aquellos?
Hecha justa salvedad del primer influjo de Francis Bacon, poco o nada debe Hockney a sus compatriotas. Todo lo fía a la interpretación fantástica de cuanto contempla y ama a su paso por la vida..» Las pinturas y grabados de Hockney —ha escrito certeramente Roben Melville— han reflejado sus respuestas intimas ante la amistad, ante los lugares que ha visitado, ante los poemas de Miguel Ángel, Walt Wilman, Rimbaud, Auden y Cavafis ante diversos tipos de pintura y escultura». Intima fantasía y libertad provocadora, ligadas a una poco común aptitud para el dibujo, definen su especifico lugar en el mundo y el puesto privilegiado que cuadra a Hockney en la historia del arte de nuestra edad. Y una actitud irónica (en la que confluyen desfachatez y refinamiento, gracia y desvergüenzA, pulcritud y desenfado) le hace asemejarse únicamente a si mismo. Con su cara de mosquita muerta y sus gafas de científico (o de atildado bufón). Hockney se parece sólo a Hockney.
Cerca de un condenar de dibujos; grabados y litografías componen el acierto de la exposición que comentamos. Desde la metamorfosis de los años sesenta : (en que la remembranza de Bacon deja traslucir la sombra del alemán Grozs) hasta las impúdicas semblanzas de la década en curso, se nos ofrece aquí un variado repertorio del buen hacer de Hockney, un aceptable muestrario abierto a la sola contemplación y vedado (¡tomen ejemplo otros galeróforos!) a la compraventa.
Hockney presenta a Hockney.
Entre el narcisismo y la complicidad, se nos presenta David Hockney como único protagonista de sus escenas y como retrato singular de sus propios retratos. Hockney presenta a Hockney, en un variopinto espectáculo, ideado, compuesto y decorado por Hockney. El es quien se pasea , por cada una de sus estampas, quien se peina, se maquilla, se ríe, se desnuda hecha excepción de sus lentes de fina varilla metálica), se confiesa... y nos confiesa asuntos verdaderamente inconfesables.
Hockney presenta a Hockney, pero sin ocultar sus auténticos orígenes y sus mas descocadas y actualizadas predilecciones. El plano por el piano, de Matisse, y la línea por la línea, de Picasso, sustentan. con mayor o menor inmediatez, la trama entera de sus grabados, dibujos y litografías. Una no oculta resonancia matissiana palpita en el blanco del papel, en tanto sobre él va y viene el lápiz (o la pluma, o el buril...) por vía de cálido y soterrado homenaje al rasgo picassiano.
El homenaje a Picasso surge, a veces, sin rodeos o eufemismos. En una de sus estampas, la cabeza del singular malagueño corona el esplendor de una columna clásica, a cuyos pies mira y remira Hockney entre el éxtasis, el gozo y el desparpajo. No tienen, incluso. inconveniente o pudor en plantarse en cueros ante el Picasso del Pintor y la modelo, aceptar el papel de ésta, suplirla de buen grado y posar, al desnudo, ante la mirada estupefacta del padre del cubismo.
Y sus mas descocadas y actualizadas predilecciones, ¡los héroes de Hockney! Chulos, macarras, naranjos mecánicos.... atildadamente disfrazados (¡También ese! ¡También!) de dirigentes o ejecutivos, ocupando con , insolente responsabilidad los sillones de la clase. Toda una caterva de malones vestidos de señoritos: matones a la venia de un machismo en inversión (y no precisamente de valores} para ilustrar la denuncia que en forma de Oda García Lorca dirigió a Walt Whitman.
«Jamás me he preocupado del aspecto literario de mis grabado» —escribió Hockney en 1970—. porque en ellos utilizo la línea, y estoy convencido de que la línea puede, o su modo, contar una historia». No. no hay contradicción alguna entre la turbia literatura que rezuman sus grabados y el aséptico comentario que parece dedicarles su autor. Quiere, en última instancia, decir que, sólo a través de sus propios medios, puede el arte contar una historia., por insólente que sea.
EL PAIS - 23/12/1976
Ir
a SantiagoAmon.net
Volver
|