A punto como están de iniciarse las obras de rehabilitación de la Gran Vía (una suerte de “operación rescate» a todo trapo, incluido el de fregar), vale la pena hacer una reflexión general acerca de su historia, su estructura y su propia posibilidad en tres entregas, encabezada la de hoy de forma comparativa y paradójica. Sí así pendón morado de Castilla se dijo que no era ni lo uno ni lo otro (mal puede darse, en efecto, por «pendón morado» lo que es «estandarte carmesí»), algo muy análogo cabe decir de la popular arteria madrileña, que ni es Gran Vía, ni hasta fecha cercana recibió tal nombre, ni encarna el arquetipo del quehacer urbanistico-municipal, como algunos creen, de principios de siglo.
Difícilmente cumple nombre de Gran Vía el tinglado de tres calles zigzagueantes cuyo inicio y fin adoptan forma de «vaguada», acomodándose el tramo central a la helénica disposición de la «acrópolis». «Tri-vía», mejor que «Gran-vía», que la lengua llana ha sabido desglosar tramo por tramo (vaguada-acrópolis-vaguada) y definir de esta peregrina y gráfica manera: de Alcalá a la Red de San Luis; de la Red de San Luis a Callao; de Callao a plaza de España... y viceversa.
Fue la advocación popular la que regaló nombre común de Gran Vía a esos tres tramos claramente diferenciables y originariamente bautizados de esta suerte: calle del conde de Peñalver; calle de Pi y Margall y calle de Eduardo Dato. «Tri-vía», pues, castizamente convertida en «Gran-Vía», y con apego tal que el coyuntural apelativo posbélico hubo de aceptar a la larga la fe bautismal que el pueblo le otorgara, dando lugar al híbrido «Gran Vía de José Antonio». Todo lo ejemplar, al cabo, que se quiera, la traza de las tres calles que integran la presuma Gran Vía no es de principios de nuestro siglo, sino de finales del anterior. El que su primera piedra fuera puesta por Alfonso XIII, en 1910, de ningún modo desmiente la antelación (1888) del proyecto general debido al ingeniero Carlos Velasco, regentando a la sazón la Corona doña María Cristina de Habsburgo-Lorena.
Quebrada, tortuosa y ondulante, responde la Gran Vía a las tres unidades (de lugar, tiempo y acción) del clasicismo. Un lugar único, que merced a tres rótulas unifica la temporalidad triple (iniciación-nudo-desenlace) del triple trayecto (vaguada-acrópolis-vaguada), siendo una igualmente la acción y la ordenanza, que a tenor de la anchura de la calle dispone la altura de las casas.
Si los del tramo inicial (de Alcalá a la Red de San Luis) son más bajas débese a que es también menor la anchura de la calzada: de los veinticinco metros de ese primer tramo se pasa en los otros dos (de la Red de San Luis a Callao y de aquí a plaza de España) a los treinta y cinco, con el consiguiente crecimiento de los edificios.
La estructura planimétrica imprime en cada uno de los inmuebles esta clara y triple constante: cuerpo basamental, rematado en forma de leve marquesina; cuerpo de ordenación de fachada, de escala invariable (aunque oscile la altura), y cuerpo de coronamiento comúnmente enfatizado por dos torres simétricas, de no oculta ascendencia plateresca (¿a ejemplo de las del salmantino palacio de Monterrey?).
En lo tocante a esuos dos últimos cuerpos, la reciente e hiriente inserción de algún edificio acristalado (con el inevitable «muro cortina»), aparte de quebrar el ritmo sucesivo de las citadas torretas, viene a delatar la contradicción con los materiales (granito, estuco y revoco) más propios de la Gran Vía. Por lo que hace, en fin, al cuerpo basamental, es supino disparate haber consentido la abigarrada sucesión de marquesinas en los bajos (cafeterías, zapaterías, sastrerías, joyerías, entidades bancarias, salas cinematográficas, agencias de viajes...) dé unos edificios que ya disponían moderadamente de ellas.
La labor primera (y a ella atiende esta primera entrega) del Ayuntamiento en la rehabilitación y limpieza de la Gran Vía no ha de ser otra que la limpieza misma o eliminación tajante de tantas y tan variopintas marquesinas como hoy entorpecen la singularísima visión de esas tres distintas calles que conforman una sola y verdadera.
DIARIO 16 - 06/06/1988
Ir
a SantiagoAmon.net
Volver
|