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NO A LA AMPLIACIÓN DEL BANCO DE ESPAÑA

Entre la recusación de los más y la disculpa de los menos, se ha inaugurado en Madrid una exposición de arquitectura que merece la reflexión de todos. Tiene lugar en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos (COAM) y la protagonizan los proyectos destinados a la ampliación del edificio del Banco de España, previa demolición del inmueble a él anejo en la confluencia de las calles de Alcalá y Marqués de Cubas, repartiéndose mayor o menor grado de responsabilidad, instituciones cuales los citados Colegios de Arquitectos y Banco de España, Real Academia de San Fernando y Ayuntamiento de la Villa y Corte, sin que tampoco pueda decirse muy elocuente el silencio hasta ahora mantenido por la Dirección General de Bellas Artes en asunto que de forma muy prioritaria le compete.

La historia viene de hace poco más de dos años, y por no incurrir en partidismo, me limitaré a ceñirla a los términos textuales con que el Colegio de Arquitectos la resume en la introducción del catálogo oficial: «El 25 de septiembre de 1978, el Consejo Ejecutivo del Banco de España convocó, en un concurso restringido, a los arquitectos Oriol Bohigas Guardiola, Luis Cubillo de Arteaga, Fernando Moreno Barbera, Rafael Moneo, Eleuterio Población, Ramón Vázquez Molezún y Javier Yarnoz Orcoyen para que presentasen ideas con destino a la ampliación de su edificio en la esquina de la calle de Alcalá con la del Marqués de Cubas. El COAM, al exponer estos trabajos, considera que pueden dar fugar a una reflexión sobre las distintas formas de actuación en la ciudad».

Totalmente de acuerdo en eso de la «reflexión sobre las distintas formas de actuación en la ciudad», quisiera uno añadir que ojalá la juiciosa actitud hoy predicada por los mentores de la exposición hubiera ocupado ayer sus cuidados en evitación de la exposición misma. No, no me parece recto o simplemente decoroso que una entidad colegiada se preste a exponer los proyectos encomendados por otra que no lo es, para sus propios fines (no muy acordes con las demandas del común) y por la consabida vía, selectiva y excluyente, del concurso restringido. Jamás debió haber promovido o auspiciado el Colegio de Arquitectos otra fórmula de convocatoria (y mucho más tratándose de un presunto concurso de ideas) que la abierta, sin exclusión o inadvertencia de cualquiera de los colegiados.

La reflexión a que nos invita el Colegio de Arquitectos no atiende, en contra de lo invocado, a supuestas formas de actuación en la ciudad; se ciñe, y sin rodeos, a la premeditada destrucción de un concreto y muy estimable edificio que está muy bien donde está y como está, a la espera de su conveniente rehabilitación. «El concurso fue fallado —viene a reconocerse en el texto del catálogo— el 15 de octubre de 1979, resultando elegida la propuesta de Rafael Moneo Valles, la cual fue presentada al COAM junto con el proyecto de demolición del edificio» (el subrayado es mío). Y por si pareciera parca la aceptación del hecho consumado, no duda el Colegio en adornarla de gratitudes: «Queremos agradecer al Banco de España las facilidades dadas para la realización de esta exposición».

Que una institución pública se cuide de animar el cotarro arquitectónico es cosa encomiable, y ningún reparo cabría oponer al Banco de España si con el posible excedente destinado a posibles actividades culturales (y subrayo la posibilidad por ignorar los hechos) a bien tuviera fomentar en muchos arquitectos el puro ejercido de tablero (lo que hoy se ha dado en llamar arquitectura dibujada) cuando la práctica de la construcción es privilegio de pocos, aun contando con la triste paradoja de que los mejores proyectos puedan quedar en la carpeta de sus autores o ir a las páginas de la revista especializada y tomen cuerpo de realidad los peores. Poco tiene que ver el concurso del Banco de España, en cualquier caso, con la pura ideación, a no ser que por tal se entienda la destrucción sin paliativos.

El tal concurso resulta muy dispar de otros y otros que se han tornado feliz costumbre en el campo cultural de la moderna arquitectura. Valga de ejemplo el que, bajo titulo de «Roma interrumpida», se convocó, no hace mucho, en la ciudad eterna, con la concurrencia de los afamados Rossi, Venturi, Krier, Stirirng, Portoghesi... Aquél sí era un culto ejercicio imaginativo (en el sentido de suponer una imagen nueva en la faz de la ciudad antigua). Nadie, sin embargo, hubiera dado por hecho consumable la inserción del rutilante espectáculo de Las Vegas, según la propuesta de Venturi, en el corazón de Roma, o el convertir en balneario surrealista las Termas Antonianas, de acuerdo con la de Rossi, o camuflar la plaza de San Pedro, a tenor de la de Krier, bajo colosal escenografía metálica...

Consolación de sí misma, la idea de una arquitectura dibujada alienta, por fortuna, el hacer de muchos de los maestros, conscientes todos ellos de que la otra (la de consumo) cae fuera del campo cultural por entrar de lleno en la previsión de planes más o menos quinquenales y eminentemente devastadores. A espaldas de su presuntuoso adorno culturalista, el concurso del Banco de España entraña el reverso de ese ejercicio consolador, meditativo o imaginativo, a que vienen acogiéndose, de un tiempo acá, los genuinos animadores de la arquitectura. Se trata, a la llana, de dar por los suelos con un singular edificio, en una zona particularmente monumental de Madrid y en el punto exacto, por si fuera poco, en que la trama urbana del siglo pasado se funde, y ejemplarmente, con la del nuestro.

De aquí que no acierte uno a comprender la actitud de permisividad manifiesta o solapada colaboración que parece haber adoptado la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Muy suyo era el deber de haber informado negativamente acerca de un proyecto que implica prioritaria demolición de un inmueble de las características apuntadas, doblemente amparado, a mayor abundancia, por la normativa vigente: goza de protección estatal (Orden Ministerial de 4 de junio de 1979) y municipal («Boletín Oficial de la Provincia» de 31 de octubre da 1980). Hechos oídos sordos a esto y aquello, la Real Academia ampara de algún modo el desmán merced a la asesoría de uno da sus miembros y la presencia de otro (aun fuera de concurso) en la cuenta de los proyectos presentados y expuestos.

Tampoco queda libre de responsabilidad, ni mucho menos, el Ayuntamiento de Madrid, pese a la enérgica protesta ya proverbial (y, como siempre, a posteriori) en labios del gerente de Urbanismo. ¿Dónde dije digo, digo Diego? Así lo parece. Lo celosamente callado durante meses viene hoy a airearse, y con votos de intransigencia, y lo largamente consentido y asesorado quiere ahora desmentirse, puesto el grito en el cielo. No sin asombro, nos era dado leer, el pasado día 22, en las páginas de un matutino madrileño: «La Gerencia de Urbanismo no está dispuesta a conceder la preceptiva licencia para el derribo del edificio de la calle de Alcalá, 46, esquina con la del Marqués de Cubas, que el Banco de España quiere convertir en ampliación de sus instalaciones.

Así de contundente y grave afloraba la declaración del gerente, adobada con una serie de argumentos tan aceptables como tardíamente venidos a la luz. De acuerdo con lo declarado por Gerencia, las razones de la oposición municipal a la concesión de la licencia de derribo se basan en el específico carácter arquitectónico del inmueble y en la seguridad de que la consecución de la fachada de Alcalá del Banco de España no significa, de acuerdo con la génesis e historia de la construcción del edificio, una aportación arquitectónica capaz de justificar su desaparición. ¿Otras razones? El despilfarro económico implícito en la operación y la inclusión del inmueble en el recién aprobado Plan Especial a título de integralmente protegido que excluye toda licencia de demolición.

Jamás soñó uno en verse tan de acuerdo con la actual Gerencia de Urbanismo. Porque tales son, en efecto, las razones que hacen inviable y atentatoria la ampliación de la sede del Banco de España en la confluencia de las calles antedichas. Lo imperdonable del caso es que venga la Casa de la Villa a esgrimirlas a estas alturas, cuando la exposición de los proyectos ha quedado abierta en el Colegio de Arquitectos y la protesta de los ciudadanos más conscientes ha comenzado a alertar la conciencia de sus convecinos. Hasta entonces (hasta ahora mismo) no dijo el Ayuntamiento esta boca es mía, y de poco, vele lo que ahora corre a aclarar: «El Informe elaborado por, la Gerencia fue remitido, a principios de este mes, al Banco de España y al presidente del Colegio de Arquitectos».

¿Cómo es posible que hasta hace unos días, y en las circunstancias señaladas, no se haya determinado la autoridad municipal a informar de algo que, pareciéndole tan improcedente, venía procediendo desde hace casi tres años, sin el veto, que se sepa, de nadie? Lo achacaremos a desconocimiento propio o a ocultación ajena si el Ayuntamiento nos demuestra fehacientemente que no recibió del Banco de España invitación alguna a prestar su asesoría (y remunerada) de cara a una operación que hoy juzga inadmisible. Y si no la hubo o, da haberla habido, se renuncia oficialmente a ella, dígasenos cuándo y bajo qué condiciones. ¿No hay ningún documento en que se dé cuenta del trámite, proceso y desarrollo o simple contacto mantenido por el Banco de España con el Ayuntamiento de Madrid?

Hay, cuando menos, una carta dirigida a la actual Corporación, el 24 de enero del año en curso, por el subgobernador del Banco de España, en estos términos literales:

«Mucho le agradeceré que se sirva designar un doctor-arquitecto de entre los prestigiosos miembros de esa profesión que colaboran con ese Excmo. Ayuntamiento, al objeto de que se Integre en la Comisión asesora ,(...), que pueda informar con las adecuadas garantías de prestigio y solvencia profesional al Consejo Ejecutivo de nuestro Banco, acerca de los trabajos que a su juicio reúnan, dentro de los estudios presentados por los arquitectos invitados a la concurrencia de ideas promovida, las mejores condiciones de idoneidad. Los trabajos de aquella Comisión, como es lógico, serán remunerados».

Con esta leve acotación o salvedad, nos parece de perlas que el Ayuntamiento salga al paso de algo que va descaradamente contra norma que le compete, al tiempo que quisiéramos interpretar como no otorgante el silencio de la Dirección General de Bellas Artes (dada, especialmente, su creciente y positiva intervención en este tipo de actuaciones). La buena traza e inconfundible huella fisonómica del edificio adosado, entre 1919 y 1924, por el arquitecto José de Lorite al ala derecha del Banco de España exige su conservación integral, no pareciendo particularmente difícil su rehabilitación, entre otras razones porque ya está rehabilitado como dependencia, creemos, de la propia institución que pretende demolerlo y reemplazarlo. Lo contrario sería incongruencia y derroche.

Iniciado en 1882, según proyecto de Eduardo Adaro y Severiano Sainz de la Lastra, el actual edificio del Banco de España se vio concluido en 1891, tras haber merecido la Medalla de Oro en la Exposición de Bellas Artes de 1884. Entre 1930 y 1934, el arquitecto José Yarnoz Larrosa amplía el ala derecha hasta hacerla coincidir con el inmueble de José de Lorite, que hoy se pretende reemplazar. Y uno se pregunta: si en su tiempo se efectuó la ampliación al amparo o reclamo de dos edificios sucesivamente precedentes (de finales del siglo XIX el uno, y el otro de comienzos del XX), ¿por qué ahora, cuando el conjunto nos ha llegado históricamente consolidado y se nos hace genuinamente familiar a la mirada, se intenta desmoronar su trama en uno de sus puntos referenciales?

No vale la pena recurrir a doctrina actualizada en materia de conservación y rehabilitación para reclamarlas, sin más, o darlas por natural y legítimamente impuestas a una porción de la ciudad que nos habla y a la que hablamos en un mismo, diario y recíproco lenguaje. Tampoco es ésta la hora de enjuiciar los proyectos presentados al concurso restringido o de cuestionar la probada capacidad de Rafael Moneo, el arquitecto galardonado, o de otros de sus acompañantes. Tan obvio y grave es el caso que, de resolverse a merced de la piqueta, se vendría a sentar todo un precedente apocalíptico de cara a otras y otras destrucciones como el Plan Especial nos tiene auguradas en cadena (y sin que nos valga ya de consuelo la antes citada consolación de arquitectura).

Ocurre, en fin, que en el año a la vista va a iniciar el Consejo de Europa una campaña en pro del renacimiento de las ciudades, en circunstancias que de forma muy especial nos afectan. Por un lado, el coordinador general de esta campaña resulta ser un español, Eduardo Merigó, correspondiendo a España, por otra parte, la ponencia o mesa de trabajo destinada a la rehabilitación de los cascos antiguos. Y es en este punto en el que había de centrarse y cobrar eficiencia aquella reflexión que sobre formas de actuación en la ciudad proponía el Colegio de Arquitectos, un tanto capciosa o confusamente, y yo antepuse, sin rodeos, a la suma de estos escritos. Resultaría, en verdad, lamentable que nuestra ponencia sobre rehabilitación del casco histórico lo fuera de demoliciones sin cuento.

ABC - 07/12/1980

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