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De la contestación a la feria del campo (Sobre la Bienal de Venecia)

El mayo francés del 68, o su resonancia inmediata en suelo veneciano, tuvo la incipiente virtud de dar por los suelos con las premisas y criterios a que se había atenido la Bienal desde su instauración triunfalista, en tiempos de Mussolini, y su optimista restauración tras la segunda guerra mundial. Todo cambió a partir de tal fecha. Se liquidaron los viejos esquemas, los comisarios de los países concurrentes dieron franquía a reconocidos especialistas en la materia, cuando no al voto popular, y fueron abolidos los galardones, el prestigioso y prestigiante Gran Premio a la cabeza. No sin razón se ha dicho que el verdadero contenido de la Bienal del 68 fue, al margen de la voluntad de sus mentores, la propia y efectiva contestación.

Hasta entonces, la Bienal habla girado en tomo al Gran Premio, cuyas afinidades con el del Festival de Cine (afincado también en la ciudad de los canales y desplegado casi simultaneamente) saltaba muy a la vista en cuanto a prestigio, difusión y apertura de mercado. No dejaba dicho Gran Premio de guardar, a su vez alguna relación con otros de carácter deportivo, santo, seña y colofón de celebradas competiciones internacionales como el Grand Prix del Derby de Epson o el Grand National de Liverpool, en el ramo ecuestre, o los de Wimbledon y Roland Garros en el campo tenístico. La popularidad mundial, a merced de los grandes canales publicitarios y para honra del ganador de tumo y la firma promotora (cuadra, equipo o galería)

La contestación del 68 (mayo francés o julio veneciano) supuso, por de pronto, un punto de reconsideración, pausa, tregua o interludio. Las puertas de la Bienal quedaron cerradas en 1970 para volver a abrirse, ante la común expectativa, dos años después. ¿Se barruntaba indicio o síntoma de cambio? El nuevo presidente del ente autónomo (tal es la libérrima categoría jurídica a que se acoge la oficialidad del festejo bienalero). Cario Ripa di Meana, venia dispuesto a demoler las estructura del antiguo régimen, supliendo los personales galardones de antaño por las propuestas colectivistas de hogaño e integrando las actitudes contestatarias (las presumibles y las surgidas ad-libitum). ya que no en el programa oficial, en el normal desarrollo de la Bienal del caso.

La de 1974 fue pródiga en contestaciones, de las que, naturalmente, no se ausentaban las de corte político, con la anuencia solapada o el descarado a proveen amiento por parte de los organizadores (no hay que olvidar que el señor Ripa di Meana era y es miembro del comité central del Partido Socialista de Italia). Cabe decir que, a contar de tai día, la contestación fue legalizada. llegando a entrañar el auténtico atractivo de la Bienal e irse paulatinamente convirtiendo, primero en rito y luego en rutina. La contestación deja de serio cuando todos los concurrentes son contestatarios al igual que no hay oposición posible si todos tos integrantes de un país, gobernantes incluidos, participan indiscriminadamente de ella. Y aso fue lo que vino a acaecer en la Bienal de Venecia. Con mayor o menor grado de consciencia, todos los participes (organizadores y seleccionados, anfitriones y huéspedes, artistas y simples mirones) militaban en el campo de la contestación, que llegó a serlo de si misma y concluyó por convertir en plataforma electoralista, con el consenso de propios y extraños, lo que fuera manifestación del arte.

No dudó mucho Ripa di Meana en anteponer las razones de su partido a los fines específicos de la Bienal. En el municipio de Venecia los socialistas eran mayoría, aunque pisados muy de cerca sus talones por los comunistas. Buena prueba de ello es que la organización municipal de la antigua ciudad ducal hoy obedece a la fórmula del social-comunismo. El presidente del ente autónomo y sus secuaces decidieron jugar fuerte y ad siniestram. Comenzaron por eliminar de la Bienal toda resonancia festivalera, liberando su territorio hacia una participación más amplia y de carácter más popular o populista. Toda una estrategia que, bajo capa de masiva participación o extensión cultural, quedaba abierta a la más desenfadada demagogia. Pretendían los sagaces organizadores convertir en realidad fehaciente el sueño o señuelo de que la Bienal coincidiera con la propia ciudad de Venecia, sin excluir barriada, suburbio y aledaño. Y, así, el viejo recinto ferial se vio holgadamente rebasado, y la manifestación del arte (incrementado su contenido con adornos teatrales y musicales) halló cabida y acomodo en fábricas, templos, almacenas, plazas, muelles y astilleros.

¿Cabe decir que la Bienal de Venecia era la propia ciudad de Venecia? "De ninguna manera". me contestó el pintor veneciano Emilio Vedova, conocedor. como pocos, de los entresijos de la Bienal, impenitentemente implicado en ella, a título de partícipe o de contestatario, y ganador, en 1360, del Gran Premio. "Eso de llevar la cultura a las masas, así, por las buenas, sin previo aviso. es decir, sin una acción didáctica bien programada y mejor desarrollada, puede concluir en el colmo de la demagogia.

Por este camino se corre el riesgo (y en los casos que usted menciona llegó a consumarse) de caer en un intolerable paternalismo, terminando los artistas por representar el mismísimo papel que solían cumplir las ociosas damas caritativas en los barrios de los menesterosos",

Se quiso —de acuerdo con los comentarios y puntualizaciones que a bien tuvo hacerme Emilio Vedova— llevar el teatro de vanguardia a las fábricas, y todo acabó en el más estrepitoso de los fracasos. ¡En qué cabeza cabe imaginar que los obreros estarían dispuestos a soportar, como propina de la dura jornada labora), una representación vanguardista (elitista en última instancia), exquisitamente montada y dirigida por Ronconi ¡Otro tanto ocurrió con la extensión de los conciertos musicales al pueblo llano. Lo popular de ellos (de los celebrados, por ejemplo, en la iglesia de San Lorenzo) consistía en que la gente los escuchara sentada en el suelo. Puerilidad y demagogia (¡fuera la etiqueta!). en vez de un programa serio y prolongado de educación masiva.

Y llegó la edición de 1976, con el aliciente de que. muerto el anterior Jefe del Estado, estaba España en trance de estrenar democracia. Nuestro país merecía el rango de gran vedette, sin que, para que así sucediese, se regatearan esfuerzos por parte de Ripa di Meana y los suyos Tantas fueron las atenciones y tantos los intereses políticos subyacentes en ellas, que lo que pudo haber sido la gran ocasión española a pique estuvo de concluir como el rosario de la aurora. Queriendo cada quien ser más rojo que el vecino, comenzaron a correr aires de discordia entre organizadores e invitados, y entre las diversas facciones, cada cual más progresista, de los invitados mismos, hasta que, por mor de la rojez a ultranza y en exclusiva, se produjo la ruptura entre los dos bandos principales (¡rojísimos unos y otros!) y lodo concluyó en disparate y consumado ejemplo de desavenencia, por no decir en película de buenos y malos.

Muy satisfecho debió quedar Ripa di Meana, arte y parte primordial de aquella lamentable ceremonia de la confusión. Viendo, en fin, que por esta tan demagógica andadura iban las aguas al molino de sus propósitos y logros eminentemente políticos, el señor presidente del ente autónomo decidió probar nueva fortuna, organizando, a principios del año en curso, la llamada Bienal del disenso, destinada a someter la política de la Unión Soviética y países satélites a una suerte de juicio de Dios (¡hacia ya años que los asuntos propios del arte se hablan ido al diablo!) a manos de prestigiosos marxistas y marxólogos, ortodoxos (los menos) y heterodoxos (los más), salvo en el caso español, resuelto con empate, si se tiene en cuenta que a Venecia acudieron el comulgante Comin y el disidente Cluadín.

¡Y aquí ardió Troya! La URSS elevó su más enérgica protesta, renunciando a su participación en la Bienal del arte (así, en efecto, ha sucedido, incrementado el caso con la solidaria incomparecencia de los países de su área da influjo» y la dimisión del señor Ripa di Meana. El audaz presidente del ente autónomo, que a punto estuvo de provocar un seno conflicto diplomático entre italianos y rusos, quedaba definitivamente tocado de ala. La verdad es que ha sido cesado, aunque con competencia todavía para organizar la presente edición de la mortecina muestra veneciana. El hecho de que 13 Bienal, de acuerdo con su nulo, se programe (o deba programarse) con dos años de antelación ha aconsejado mantenerlo en su puesto hasta que concluya la edición ya en marcha (es un decir).

Disculpe el lector la disgresión que pueda suponer este comentario y no le parezca abusiva la recensión de lo acaecido en la Bienal desde 1968 (la contestación) a 1978 (la feria del campo). Sin tornar en consideración tales antecedentes y causas tan determinantes, habla de resultarme imposible dar cuenta y razón de la recién inaugurada o mal parida versión del acontecimiento bienalero. Bien por saberse cesado, ya por responder con la Indolencia (o con el descarado boicot) a la imposición de su cese, es lo cierto que Cario Ripa di Meana culmina su carrera ("Oú sont les nieges d'antan?") montando el más triste y empobrecido espectáculo que usted pueda echarse a su imaginación, indignación o asombro; que ni elegidos a posta o buscados con lupa (hecha solitaria excepción, cual la de nuestro Juan Navarro Baldeweg) pueden hallarse tantos y tales abanderados de la mediocridad como los que pululan por el recinto festivalero. al cumplirse, para mayor inri, los diez años de aquel mayo francés (o julio veneciano) digno de mayor memoria.

Cuando nada hay que proponer ni que manifestar, suele recurrirse a títulos tan genéricos como el que los organizadores (?) de la Bienal han propuesto a los pabellones de los países invitados: "De la Naturaleza al arte y del arte a la Naturaleza". "Aquí entra todo, cabe todo y vale todo", hubiera sido la traducción más exacta por parte de los animosos concurrentes, Estos parecen, sin embargo, haberlo tomado en serio, fuera. por lo demás, de toda insinuación metafísica o lógica congruencia. ¿Resultado? Una especie de Feria del Campo, con ciertos aires de barraca ambulante y no pocas sugerencias de muestra provinciana de materiales de construcción. Y como en iodo acontecimiento ferial suele ocurrir, también en el de Venecia, y junto a oíros productos más de la costumbre. ha saltado la novedad: un hermoso toro de raza llamado Pingo, con más de setecientos kilos a sus lomos y la envidiable capacidad de montar a una vaca mecánica (tíe aquellas que se emplean en los procesos de inseminación artificial), dotada de un ingenioso sistema de vaivén, y provocar tres copiosas eyaculaciones diarias a la vista del respetable. Quede para la historia que el artista promotor de la experiencia se llama Antonio Paradiso y nació en Bari hace cuarenta y dos años.

"Pingo" y Paradiso han señalado la cota más alta de la Bienal. Aparte de haber ridiculizado el lema o jaculatoria de la edición en curso ("De la Naturaleza al arte y del arte a la Naturaleza"), han venido en buena hora, a malograr la serie de incalculables tonterías con que otros artistas querían amenazarnos. Este ha sido el caso de Menashe Kadishman. De nada le ha valido su sorpresa, consistente en congregar un nutrido rebaño de ovejas y estabularlas en el pabellón de Israel. su país. ¿A quién habla de sorprender, tras el espectáculo del potente semental y la sofisticada vaca mecánica. el inocente balar y el buen oler ovino? En nada han parado, igualmente, los afanes con que los ingenuos representantes del pabellón holandés asaban a la vista y ante la indiferencia del público unos cuantos peces, o los consabidos hacinamientos de piedras y maderas con otros invitados querían responder al reclamo general que en mala hora vino a ocurrírseles a los avispados patronos de la nave veneciana, en claro trance de zozobra.

"Aquí entra todo, cabe todo y vale lodo". Relatar, pabellón por pabellón, lo ofrecido en la Bienal de Venecia equivale a hacer bueno este "slogan" frente a la presunción del redactado por Ripa di Meana y sus muchachos, aunque tal vez fuera aún más adecuada, por más ajustada verdad, esta otra variante: "Nada ni nadie aquí se salvan". Para atenuar la clara condición de feria del campo con que los países concurrentes han dado respuesta al lema del concurso, los ladinos organizadores han montado, en el pabellón oficial, una muestra antológica y retrospectiva que, por más que enlace la creación picassiana con el quehacer más a la última, no puede disimular un cierto aire da escaparate y un no oculto tufillo de comercialidad. "Los valores —vienen a sugerirnos los responsables del festival veneciano, curándose en salud— son los valores". ¿Dónde queda el tan cacareado carácter de investigación que asignaban a la Bienal sus sagaces mentores y montadores? En el toma y daca de los valores consagrados incluidos, naturalmente, los de Bolsa, para tranquilidad da coleccionistas e inversores. Todo ello ha sucedido al conmemorarse los diez años del mayo francés

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 29/07/1978

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