Un día como hoy. de hace ciento cincuenta y seis años, veía la primera luz Julio Verne. Ocurrió el feliz natalicio el 8 de febrero de 1828 (¡incitante ejercicio de aplicación para los amigos de la Kábala!), en la ciudad de Nantes, la bien bañada por el Loira y el Erdre. ¿Bajo qué signo? Visto el suceso desde hoy. muchos y muy variados son los que a su molino quisieran llevar las aguas caudales (¡Veinte mil leguas de viaje submarino!) que de la imaginación de Verne brotaron para gozo y regalo de otros tantos miles y miles de lectores en el mundo entero; el aventurero y el simple, el simbolista y el pragmático, el visionario y el pedagogo, el futurólogo y el moralista, el celosamente dado a labor divulgadora y el adicto impenitente a ciencia-ficción.
¿Para quién escribió Julio Veme? ¿Qué género fue el que en verdad cultivó? El primer interrogante tiene por mejor respuesta el sinnúmero de ediciones y traducciones que de sus escritos se hicieron (y haciéndose siguen) a los cuatro vientos. Julio Verne escribió "para todos", con ése acento de indiscriminación que no siempre acompaña al indefinido. Valga de ejemplo la forma indiscriminada con que entre nosotros, incluidos los más cultos, se pronuncian su nombre y apellido; Julio Verne a la española, sin la menor atención u obediencia remota a la norma fonética del país vecino. En todos los anaqueles hay un libro de Julio Verne, y muy humilde, torcido o travieso ha de ser (dicho con voz cervantina) quien no tenga noticia de su paso por el mundo.
De la otra pregunta se hizo responsable (orilladas, sin duda, las intenciones del autor) el paso de los años, a tenor de la interpretación que los nuevos sucesos requerían y a su aire dejaban sentada los sucesivos exegetas. Se sabe que Verne probó, con relativo éxito, sus primeras armas literarias en la escena.
¿Una nota inmediatamente distintiva de la representación teatral? El perfecto maridaje que entre lo ficticio y lo corpóreo se produce a tos ojos del espectador. El argumento de ficción queda confiado, apenas se alza el telón, a personajes de carne y hueso, dando paso una escena a la otra con certificado de verosimilitud; y verosimilitud se me antoja más que realidad porque a lo que "es" añade el dato de lo que “puede ser".
Probada la experiencia teatral, lo primero que hizo Verne fue lanzarse a la aventura de arriba" en alas de la verosimilitud”. Contaba nuestro personaje treinta y cinco años cuando decidió viajar a las alturas, dejándonos, de vuelta, minuciosamente contadas sus “Cinco semanas en globo” y sin haberse valido de otro globo que el de su fantasía: una fantasía que, de tan verosímil, no tardaría en tornarse realidad. Y “de lo de arriba" se dirigió Verne (el ano 1864, por más señas) a “lo de abajo", trepanando los vientres del subsuelo en su memorable y no menos verosimil “Viaje al centro de la Tierra", para envidia o estimulo de mineros, espeleólogos, sismólogos... y aquellos otros “creadores de la profundidad” a los que César Vallejo había de rendir homenaje.
¡Los dos puntos fundamentales de la humana orientación (en sentido físico y metafísico) quedaban definidos por Verne merced a una doble ruta en que lo verosímil y lo fantástico corrieron feliz pareja! Convicto y confeso de verosimilitud, volvió nuestro hombre a repetir la hazaña con mayor fantasía y no menor riesgo, dejándose descolgar por aquella escala que transmite su tensión vertical de la cúpula del cielo al fondo de los mares. Si el sueño de Ícaro se había hecho factible años aires, en la aventura lunar" de Edgar Allan Poe, decidió Julio Verne renovar la empresa y mejorar la marca en su "Viaje a la Luna", de 1867. Y del balcón de la Luna se fue otra vez a la profundidad del océano, una por una de sus "Veinte mil leguas de viaje submarino", de 1870.
Nadie como Julio Verne, me creo, ha logrado ejemplificar en un viaje de ida y vuelta. rebosante de verosimilitud, la asimetría espacial en que vivimos. «El hombre —ha escrito Rudoff Arnheim— experimenta como asimétrico el espacio. Entre las infinitas orientaciones del espacio tridimensional una dirección se distingue por la fuerza de la gravedad: la vertical. La vertical actúa como eje y sistema de todas las direcciones.» El "subir" y el "bajar" ejemplifican, en efecto, a la par que hacen engañosa la humana orientación. A merced de su juego recíproco, y sin reparar en su función correlativa y alternante, cree el hombre —de acuerdo con una aguda observación de Bachelard— que las escaleras que conducen a la azotea “suben”y las que dan al sótano "bajan".
Para entender lo de abajo hay que irse arriba y viceversa. Y eso, justamente, es que hizo Julio Verne. Tomar la vertical por escala del sueño y emprender, por partida doble, un viaje de la Tierra a la Luna y de la Luna al fondo de los mares, haciendo correlativo y alternante el luminoso sueno que se funda en la verosimilitud. Después, con al ir de los días, vendrían tantos descubrimientos, tornándose hecho consumado lo que él enunció como simplemente verosímil. Y empezó cada quien a llevarse ajenas aguas al molino propio: el pedagogo desprendió enseñanzas para la adolescencia; divisó el moralista el destino del nombre y prosiguió el empírico en sus trece, en tanto el iniciado en futurología y el adicto a ciencia-ficción empezaban a hacer su agosto.
¿Para quién escribió Julio Verne? Para todos, y en la acepción más indiscriminada del propio indefinido. ¿Fue la suya una profecía? Y de las más risueñas y universales, por cuanto que entraña y entona un cántico a la verosimilitud. Perdida la fe en lo verosímil, el hombre de hoy se aferra al hecho consumado (al pan, pan, y al vino, vino): persiste en creer que las escaleras que van a la azotea “suben” y las que dan al sótano “bajan”, en vez de lanzarse al juego alternante de su correlación o emprender la vuelta al mundo —¿acaso no es verosímil?— en ochenta días». Quede, en fin, para intelectuales la presunta profecía de Orwell, con el negro balance de los hechos consumados, y no dude el ingenuo (el libre) en trepar por aquella escala que Rafael Alberti trazó entre el sueño de Jacob y el de Julio Verne.
ABC - 08/02/1984
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