Mi primera colaboración en las páginas de "Cauce 2000" trataba de fundar o ilustrar la expresión propiamente plástica en ejemplos de clara ascendencia musical. Iba dedicado mi trabajo a la obra de Eusebio Sempere, pareciéndome harto significativo el título de que entonces me valí:
"La música callada", con toda la contenida emoción y la fuerza mesurada del verso de San Juan de la Cruz. La entrevista que antecede a estas líneas vuelve, me creo, a brindarme ocasión que ni pintada para fijar similitudes entre el hecho musical y la experiencia plástica, de no ser ocasión bastante una exposición colectiva que, días recientemente pasados, ha tenido lugar en Madrid.
En el Centro Cultural del Cuartel del Conde Duque del Ayuntamiento de Madrid se vio inaugurada, el pasado mes de octubre, una exposición colectiva que en no pocos aspectos, y con algún que otro alcance venía a servir de reflexión y lección al espíritu y de risueño guiño al ojo e incluso de punto de afinación al oído "La experiencia en el arte" era su titulo general, oscilando su enseñanza entre la enigmática "instauración de la forma" y el ejercicio escolar de la "física recreativa"; que ambos extremos se me antojaron y antojan muy del caso.
Constaba la citada muestra de un aproximado centenar de obras, entre pinturas, esculturas, composiciones cinéticas, efectos lumínicos.... viéndose integrada la nómina de los expositores por notables exponentes del arte foráneo y del nuestro, con "algún palomino de añadidura". que dijo Cervantes y suele —en circunstancias tales— volar un tanto de rondón. Nombres como los de Max Bill, Calder, Klein, Gemstner, Le Parc, Schofler, Vogel, Agam, Vasarely,.. o los de Chillida, Mompó, Asins, Alexanco. Canogar, Millares, Sempere, Cruz Novillo... entrañan certificado de garantía.
"Arte constructivista" es el título que de común se da a creadores del nombre sobredicho. Actitud que no trata, en contra de posible apariencia o a merced de mirada superficial, de resaltar y proponer la vieja pretensión del "arte por el arte" o la más nueva del "arte, arte" (equivalencia de concepto y resonancia al oído del "café, café"). El conjunto de lo entonces y allí expuesto era —en parle— revisión de experiencias no lejanas y refundición a la última, en otra buena parte, de lo que en su tiempo dejaron explicado y predicado Pitágoras y sus huestes la búsqueda y hallazgo de un "principio formal" que proporcione razón y sentido al hacerse y mostrarse de las cosas.
Si los filósofos milesios preguntaron por el "primer principio material" de la realidad, la indagación de los pitagóricos se centró en el primer "principio formal". No se traía ya de descubrir la realidad única de la que todo sale y a la que todo vuelve, sino el principio informador de cada ser concreto: el "número". Cada cosa tiene un número o relación numérica que le hace ser tal (los distintos sonidos de la cuerda de la lira se hallan en relación con su longitud: el martillo arranca al yunque el peculiar sonido en relación con su peso) y las cosas no son propiamente conocidas en tanto sea desconocida dicha relación.
La exposición, que digo, del Cuartel del Conde Duque poníale al espectador en contacto con la serie de relaciones numérico-formales (y en última Instancia musicales) en que hallan su peculiaridad los objetos al alcance de su mirada, sin otro contenido material que el principio que los informa, conforma y define. Enigmático a la par que simple ejercicio en el que, más que la razón del arte, palpita el principio mismo de la creación. Los griegos presocráticos, y merced a Pitágoras, dieron con la clave. El arte nuevo (y la exposición ahora recordada era buen ejemplo) ha fundado en ella muchas de sus experiencias que se dicen "abstractas" y bien pudieran llamarse "pitagóricas".
A la hora de establecer el "principio formal", tomó Pitágoras el ejemplo y fundamento de la música que luego habían de hacer suyo la pintura, la escultura, la arquitectura... y todo otro arte que pretenda alumbrar cosas nuevas en cuanto que nuevas; los fuegos nuevos, de que habló Apollinaire, los colores nunca vistos, los sonidos jamás escuchados,.,, los mil fantasmas Imponderables a los que urge dar realidad. Si lo nuevo, y por cuanto ames no probado, ha de venir de "experiencia", lo bien hecho tiene forzosamente que ajustarse a ese "principio informador" que a cada cosa le hace ser exactamente tal (como el claro y distinto sonido de la cuerda de la lira en virtud de su mayor o menor longitud, o el del golpe del martillo sobre el yunque a tenor de su peso).
CAUCE 2000 - 01/11/1983
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