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HOMENAJE A HENRY MOORE (1898-1986)





La muerte de Henry Moore incluye el "réquiem" por la vanguardia histórica. Con el buen escultor británico se nos va. en efecto, la ultima hoja de aquel risueño almanaque que amaneció en la primera década de nuestro siglo / supuso un cambio radical en la mirada del ciudadano y una esencial mutación en las trazas de su alrededor, de su paisaje. Con Henry Moore se cierra, en (m. un nutrido y apretado capítulo de la historia contemporánea, prodigo en gestos, manifiestos, protestas, proclamas, revoluciones, renovaciones... y obras.

Séptimo hijo de un minero de Yorkshire, Henry Moore vino al mundo, el 30 de julio de 1898, con el animo de parangonar sus obras con la naturaleza circundante, dando en ello la mejor definición de la escultura Tres disciplinas humanas tienen la virtud (o el agravio) de dejar cosas entre las cosas la ingeniería, la arquitectura y la escultura. Y de su respectivo cometido y fin propio se desprende su propia definición.

La ingeniería es un orden natural que se opone a la naturaleza. Por el cálculo no es sino deducción de leyes naturales Por la obra calculada y asentada en suelo firme se nos manifiesta como oposición a la naturaleza o interrupción de su discurso La arquitectura es un orden artificial que se acomoda a la naturaleza. Se funda en unas leyes previamente calculadas y con ellas tiende a compaginar la habitación humana con fiel medio natural (la ecología tendría que ser su más fiel compañera de viaje).

La escultura, en fin. es un orden artificial que se propone establecer y mantener un titánico pulso o parangón, como dije, con la naturaleza misma. Y es ahí, en punto tan crucial y vibrante, donde el quehacer de Henry Moore cobra toda su grandeza, de no encarnar el arquetipo; que si por algo descuellan sus criaturas es justamente por su empeño en afrontar con formas concretas del arte la ambigüedad de la naturaleza a la redonda.

"La figura humana es lo que más profundamente me interesa —escribía el escultor en 1955 - pero yo he descubierto las leyes de la forma y del ritmo en el estudio de los objetos naturales, tales como guijarros, huesos, árboles, plantas" De los guijarros y las rocas dedujo, en efecto, Moore la manera misma con que la naturaleza alumbra la piedra al tiempo que revela el principio fundamental de la asimetría, en los huesos encontró una estructura de tuerza y tensión, que hace pasar insensiblemente de una forma a otra. palpando en las conchas de la acción contradictoria, simultanea y unitaria de lo cóncavo y lo convexo.

Descendió Henry Moore al fondo de la Tierra, trepanó su entraña y acertó desde allí a dirigir a la altura la mirada para establecer en su pantalla gigante el tenaz parangón de todas sus criaturas: "No hay mejor fondo para la escultura que el cielo Sólo en él se contrasta una forma sólida con su contraria el vacío. La escultura, así, no tiene competencia ni admite distracción por parte de otros objetos sólidos. Si se me ofreciera un fondo infalible para una escultura eligiría el cielo."

Henry Moore mostró por primera vez sus obras, el ano 1928, en Londres para luego ofrecer exposiciones en los cinco continentes. De entre ellas destacaría yo la que tuvo por escenario, en el momento estelar del maestro, la ciudad de Florencia .¿Un espectáculo Integral? Desde la colina hasta el suelo urbano sus colosales figuras configuraban, sin necesidad de otros argumentos, el pulso o pugilato tenazmente establecido con la naturaleza al desnudo, Hace ahora cinco años, tuvimos también la oportunidad de contemplar una muestra antológica de su quehacer en el madrileño parque del Retiro. con obras menores expuestas en el palacio de

Cristal y obras gigantescas tendidas en la verde pradera.

¿Un homenaje desde España al escultor británico recién ido, y para siempre, de nosotros. Un paseo por Santa Cruz de Tenerife, la única de nuestras ciudades que cuenta con una obra, me creo, de Henry Moore al aire libre, una soberbia escultura (2,60 x 1,10 x1,00 metros) asentada en el paseo de la Rambla desde 1977 por feliz gestión del Colegio de Arquitectos de Canarias.

Fundida en bronce, titulada "El guerrero" y fechada en 1974, esta obra de Moore se halla muy en la línea de su época de plenitud. Sólida, contundente, concentrada, su propia y ponderada materialidad sobrepasa con creces el tenso dramatismo de su mismo argumento y viene a ejemplificar, a las claras, lo que el lúcido escultor dejo escrito del sentido que siempre ha adornado su buen hacer:

"Una obra puede tener una energía acumulada y una vida intensa, al margen enteramente del objeto que representa."

El "antropomorfismo" primarlo de la escultura de nuestro caso se compagina felizmente con esa Idea "geomorfa" tan característica de Henry Moore que impone una explícita necesidad de asentarse y verse contemplada al aire libre, convertida ella misma en "acontecimiento natural". Nacida del artificio, la obra de Moore siempre tomó en cuenta el origen y el correlato del medio natural, y si la figura humana es el tema capital de su quehacer, las leyes de la forma y el ritmo le han venido habitualmente dictadas, repito y concluyo, por la asidua contemplación de los objetos naturales.

Entre la solidez de la roca y la inimitable modelación del canto rodado, sin excluir la forma dura y excavada de la concha, ahí. en el paseo de la Rambla tinerfeña, queda este augusto combatiente con el estruendo de sus armas y de su propia derrota. Queda también en testimonio elocuente para satisfacción de quienes se lo propusieron y para emulación (quiéralo el cielo) de quienes deben proponérselo de forma oficial: que no deja de ser admirablemente paradójica, frente y tanto monumento victorioso, la solitaria semblanza de este guerrero vencido, obra singular de Henry Moore.



CAUCE 2000 - 01/09/1986

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