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EROTISMO Y MUERTE DE IPOUSTEGUY

Cuanta literatura se haya venido, a lo largo de estos diez últimos años, en lomo al tema de "la muerte" y "el deseo" (y no ha sido escasa, a partir, especialmente, de la resurrección de Sade y la divulgación de los más "inconfesables" escritos de Bataille) se hace aquí, y merced a las artes y los oficios de Ipousteguy, piedra de meditación, tacto, don inmediato de la sensibilidad. El eterno binomio de "Eros" y "Thanatos", más el concepto de "disolución" que los engloba (la muerte "disuelve" y la lujuria hace al hombre "disoluto", cobran una corporeidad próxima, inminente, en la colección de esculturas que el buen artista francés, nacido en 1920, acaba de presentar en la nueva galería Juana Mordó, de Madrid.

Apenas ha penetrado el visitante en la amplia sala, chocan sus ojos con un grupo escultórico, formado por dos soberbias figuras varoniles, de aparente ascendencia clásica (¿Hércules y Díomedes?), una de las cuales, ceñuda y vigorosa, lleva sobre sus hombros el cuerpo sin vida de la otra. Y en este grupo al desnudo, frontal, descarnadamente ofrecido al visitante, late, sin duda, la clave del resto de la exposición y del resto, tal vez. de las intenciones que en el presente ocupan el quehacer creador de Ipousteguy

"La muerte del hermano" es el título que Ipousteguy dedica al conjunto: el hermano muerto a hombros del hermano vivo, pesado e inerte aquél, erguido y pesado éste. Y en la misma medida en que el hermano muerto cuelga, desfallecido y "fláccido", en esa misma medida, una imponente "erección" acentúa hasta la hipérbole la virilidad a! desnudo del hermano que lo lleva a hombros de su propia vida, procediendo ambos de un mismo origen, de un mismo latido.

"Eros" y "Thanatos" en cueros, fundidos en la singular paradoja de una misma cuna, La inercia del hermano muerto parece impulsar imperiosamente como una exigencia de resurrección o de perdurabilidad, a quien lo lleva a hombros de su propia vida, en la soledad sin ecos. Una misma sangre es la que muere y la que vive, la que en un patético mego de vasos comunicantes traslada el esencial desfallecimiento a la esencial afirmación del vivir, y convierte la "flaccidez' ' más desconsolada en la más pujante de las "erecciones".

El escultor Ipousteguy, afincado en la raíz del acontecer vital, sale decididamente al paso de quienes, impenitentemente adictos al proceder "teórico' , pretenden trasladar a las categorías del conceptualismo secularmente instituido y del lenguaje heredado lo que es propio y genuino de la vida sin mediaciones. Frente a la insolente, insultante y "tecnificada" teoría erótica que se ofrece hoy al ciudadano desde "instituciones de investigación" y kioscos callejeros, Ipousteguy le presenta de golpe un mundo concreto, crudo y descarado, al margen de adornos

"La mujer en el baño", que se zambulle gozosa y naufraga en el derroche de un cobre coruscante, mitad lúbrico y mitad litúrgico; "Los buceadores", andrógina pareja que "ha perdido la cabeza" (y parte del busto), desvanecida, desvaída, “disoluta” por el sexo y en la muerte; “Los alvéolos", cuya piel (de mármol de Carrara llega a convertirse en gelatina dúctil al tacto y próxima a la "disolución definitiva”.Y “Las manos", esas manos de Ipousteguy entre orantes y acariciantes, pías y pecaminosas, habituadas al calor incitante de! tálamo y a la odiosa frigidez del túmulo.,,

La exposición entera es un ejemplo sucesivo de opresión vital, sin mediaciones, una suma creciente de variantes en torno a un tema obsesivo que el saber teorizante y el escarceo conceptual pretenden en vano esclarecer o convertir en "programa". A lo largo y lo ancho de amplia sala, parece resonar el eco desvergonzado y litúrgico del marqués de Sade- "No hay mejor medio para familiarizarse con la muerte que asociarla a una idea libertina".

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 26/03/1976

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