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DESMITIFICACIÓN Y NEO- (O MÁGICO- O HIPER-) REALISMO

El realce de la temporalidad (sobre el acusado o exclusivo carácter espacial a que suele atenerse la consideración tradicional de las artes plásticas) y un claro propósito desmitificador de algunas tendencias contemporáneas (promotoras en parte y, en otra buena parte, mixtificadoras o deformadoras, de dicho y oportuno realce) aportaban el doble punto referencial y la base misma de anteriores comentarios. A tenor de ambas angulaciones, la Estética del desperdicio y ciertos dislates pseudoexpresionistas fueron aquí sometidos a juicio, que hoy recae sobre la presencia abrumadora o insolente profusión del realismo a la ultima en todas sus advocaciones y sinonimias, mejor que especies (neo-, mágico-, super-, hiperrealismo... ).

Exhaustas las ubres de la abstracción (merced a impenitente emulación o plagio descarado), mal asimilado y peor traducido el fenómeno pop, agotada también la nueva figuración baconiana e interpretadas a la española las corrientes antiobjetualistas, ha sobrevenido de golpe el asedio de los neo-realismos. A la aburrida generación de los informalistas, constructivistas y cinéticos (la mancha, el gesto, el chorreado..., la regla, la escuadra, el compás..., el enrejado, el muaré, el damero invertido...) sucedió el remedo del pop-americano (la aclimatación del Saloon a la taberna) y a éste la deformación baconiana de la faz y la habitación del hombre (entre la estridencia drogadicta del verde, del rojo, del violeta, del amarillo eléctrico) y tímidos escarceos conceptuales y minimales, lúdicos y pobres (con tipografía y etiqueta made in ... ), para parar todo ello, y a titulo paradójico de vanguardia, en la resurrección de las mil y una trampas académicas.

Hecha la cuenta y recuenta del arte español de estos treinta y cinco últimos silos, la no figuración arroja, junto a la semblanza histórica de Joan Miró, los nombres singulares de Palazuelo, Tápies y Chlllida, admirablemente secundados, en una u otra de sus tendencias magistrales, por una decena de excelentes pintores. ¿Y la figuración? La figuración, con letras de oro y estricta coherencia histórica, se llama Antonio López García, secundado también por dos o tres artistas de su tiempo y evidente afinidad manifestativa. Busque y rebusque el lector, por una u otra senda, nombres, alcances y resonancias, y díganos si a muchos más de los citados cuadran en justicia las letras mayúsculas del reconocimiento universal.

Y de pronto y sin más, o como al acecho furtivo o en estado de estratégica latencia, o al amparo de lo qué hoy ha dado en llamarse favorable coyuntura, surgen por doquier, y por vía de plaga, los neo- (o mágica- o hiper-) realistas. Secta cavernaria o cavernícola, semejantes hacedores de hiper-realidades han llegado, sin genealogía presumible, al saco, haciendo suya la flora y la fauna, el mueble y el inmueble, el censo general de personas, animales y cosas : hiper-realistas de sillas, armarios e inodoros, de manzanas, granadas y maletas, de paños, almohadas; conejos amaestrados, gabardinas tornasoladas, vagones del metro, lámparas incandescentes, periódicos satinados, botellas etiquetadas, bolsas de plástico crujiente entre cuerdas, panes congelados, asépticos desnudos, rostros del museo de cera... y botes y más botes de tomate, refulgentes corno plata de la que cagó la gata.

¿Quiénes son? ¿De dónde han venido? Proceden de la quiebra, y sus oficios oscilan, entre la transparencia (entiéndase la proyección y copia minuciosa de una y cien diapositivas) y el anacronismo académico ladinamente resucitado (la ilusión tenebrista, la fijación del trompl'oeil, el bonito juego de la escala, del calco, de. la falsilla, de la cuadrícula). La profusión del realismo a la moda procede de la quiebra y responden. sus artimañas al declive de las artes abstractas, cuyas primeras síntesis magistrales estimularon prematuramente a toda una caterva de improvisadores que se dicen autodidactas, en tanto que otras síntesis más cercanas y no menos magistrales (las de nuestros Chillada, Tápies, Palazuelo... ) conducían a otros mil a la facilidad del remedo o a la iniquidad del plagio. De aquí vino la inflación abstraccionista, cuyo remedio perentorio quiere hoy hallarse en. el auge de estos neo-realismos que, por su propio abuso, acaban por fomentar su propia inflación.

¿Otros alicientes y otros índices de oportunismo específicamente circunscritos al auge insolente de los hiper-realistas en el cómputo del arte español? Uno solo: la ascendencia, también magistral, de Antonio López García, cuya raigambre histórica ha sido palmariamente desvirtuada a manos y en provecho de sus émulos coyunturales. Porque la figuración de López García ni surgió como reacción contra el arte no figurativo ni prosperó con el propósito de resucitar recetas académicas o ramplones amaños reproductores. Coexistió, más bien (allá por la década de los cincuenta), con las corrientes abstraccionistas y a favor de una misma conciencia de modernidad: el audaz empeño de indicar la diferencia decisiva (la diferencia entre el ser y lo existente de que habló Heidegger y acertaron los pintores abstractos a poner de relieve por cauce de no representación) mediante la esencial repetición de un mundo esencialmente repetitivo (más, desde luego, en la enigmática dimensión del tiempo que en su obvia presencia o estantía espacial).

Cosas de entre las cosas

Está pareja de conceptos (tan certeramente esclarecidos ayer por Heidegger y Kierkegaard y hoy por Deleuze) viene a ceñir sucintamente la doble vía de la creación artística: o la plasmación no representativa (abstracta) de la esencial diferencia que cumple al ser en general, frente a la concreta identidad de las cosas existentes, o la infinita repetición de éstas como sucesión, sin fronteras, de un universo general y, en consecuencia, diferente de los seres concretos, de los entes. La actitud repetitiva de López García no se funda (como para sí quieren los hipar-realistas) en la verosimilitud accidental de los objetos, sino, y ante todo, en la conciencia y experiencia de la duración, igual a sí misma, de la vida, en la eternidad misma del tiempo, en su infinita repetición, en su intrínseco retorno. En ello va la genial aportación de nuestro hombre: la vis repetitiva (ortos y ocasos, horas y luces, el tránsito y regreso de las estaciones ...) de un tiempo inmemorial (no el inventario, más o menos verosímil, de un montón de sillas, maletas, bolsas de plástico y rutilantes latas de conservas).

«Aquí la ponderación del tiempo --escribía yo en el catálogo de su exposición en París, el año 1971--, el cómputo sin pausa, el poso del tiempo, la suprema densidad del tiempo. El choque inmediato de la contemplación, de cara a una obra de Antonio López García, es el choque súbito con la faz, con la materia misma del tiempo. Una sustancia densa y diacrónica (no la pátina amarillenta del arcaísmo) Inunda, sustenta y aclimata el lugar común, el suceso diario, la temperatura hodierna-diremos con Heideggerde estas escenas cotidianas, próximas a las cosas de la costumbre, desprovistas aparentemente de onticidad y fugazmente convertidas en entidades absolutas. Cosas son como las cosas, elegidas de entre las cosas, cuyo conocimiento y elaboración costaron a su hacedor tiempo indecible y paciente empeño, y ahora se consolidan, plenas de concreción, ante los, ojos y se nos ofrecen como un instante absoluto, como duración eternizada y detenida.»

El proceso instaurador de Antonio López García excede toda medida y limite. No hay pausa capaz de distraer la obstinación de hacer suyo (átomo por átomo) el tránsito de las cosas. Ningún reclamo haría decrecer su cauteloso acercamiento al mundo o sustraerlo de su conciencia embargante, de su duración. ¿Cuánto tiempo emplea Antonio López García en la consumación de una, de cada una de sus obras? La verdad absoluta que, impregnada en el poso del tiempo, suscita o maravilla nuestro mirar, ahorra el recurso al calendario. Una de sus recientes creaciones (sea ejemplo) llevaba, bajo la firma, esta significativa datación: 1961-1970. ¡Nueve años de íntima concentración, de idas y vueltas en torno a un único quehacer, son más que suficientes a la hora de ejemplificar la tenacidad, la incidencia, el grado incoativo, durativo y perfectivo de los trabajos y los días de nuestra hombre!

¿A quién no ha cautivado el rasgo fugitivo y subyacente que en no pocas obras de Velázquez (traiga el lector a su recuerdo el Felipe IV enlutado o el ecuestre, del Museo del Prado) descubre, bajo la composición definitiva, el trasunto de otros aconteceres soterrados y desvaídos, pero indelebles en la inserción de diversas temporalidades, a manera de estratos, en qué se funda una misma realidad? Más complejo es aún el proceder de Antonio López García, más tensa y palpitante su batalla con el tiempo, y más profundas las huellas que el tránsito de la edad va imprimiendo sobre la faz definitiva de cada una de sus obras. Porque en ellas el acaecer se interrumpe con la luz de la estación' que fenece, para reanudarse en otro amanecer o amaneceres que anuncian y exigen formas nuevas, incluso insospechadas, de la conciencia, del tiempo y de la manifestación.

El paso y el retorno de las luces, los días, las estaciones..., acuden al paciente empeño repetitivo de López García en pos de la aprehensión de aquel fragmento de la realidad que, cayendo epifánicamente bajo sus ojos, ha de consumarse en colmada duración, en pulsación sonora del tiempo. Deseche el lector todo acento metafórico en la alusión al paso y retorno de las estaciones. Es muy capaz nuestro hombre de esperar al otoño venidero para concluir una porción de realidad concentrada, con la misma autenticidad que tuviera en el otoño ido. Aquí yace el secreto de las cosas (cosas entre las cosas) reveladas por Antonio López García. Sus ojos, inundados en el torrente de la temporalidad, han divisado la rotunda continuidad del mundo, su absoluta diferencia, y su mano nos la transmite por singular vía de repetición, dejando en nuestra conciencia, en nuestra memoria, en nuestro sentido, la dimensión más genuina de' las artes plásticas: la pregnancia del tiempo (no el furtivo remedo apariencial de que tanto se pagan los neo- o mágico- o hipar-realistas).

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 01/02/1975

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