MAMPASO. PINTURA
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De acuerdo con el habitual buen decir de Antonio Gala, su prologuista ocasional, en la obra actual de Mampaso se produce una suerte de anunciación, epifanía y resurrección. Voces, las tres de rigurosa ascendencia evangélica, quieren verse contrastadas por Gala con otros tantos ejemplos de origen musulmán y larga tradición, o comunión, por tierras de Andalucía. Arte, en efecto, fue de moros cristianados, de mudéjares, aquel que vino a sintetizarse en la fastuosa complejidad de las lacerías, ordenadas a un mismo tiempo por el rigor y el derroche y premonitoras de lo que con los siglos había de definir lo más y mejor de una expresión prototípicamente española: el espíritu del barroco. ¿Incluida la exposición que por estos días nos ofrece Mampaso en Madrid? Sólo a título de hipérbole o desmesura podría tornarse afirmativa la respuesta.La lacería es, efectivamente, el tema que Mampaso ha elegido (ignora uno si por vía de análisis o de síntesis) para en torno a él desarrollar unas cuantas variaciones. Y en ello (sólo en ello) viene a hacer buena y suya la definición de Antonio Prieto y Vives, una de nuestras primeras autoridades en la materia: «Lacería, en su acepción más amplia, es el adorno formado por bandas entrelazadas; estas bandas son siempre rectas o angulosas, nunca curvas, y además están dispuestas de un modo particular, formando algo parecido a lo que en términos musicales se llama un tema con variaciones.» Por lo que hace al resto, los ejercicios de Mampaso entrañan toda una contradicción para con el espacio y la forma de ocupación que a sus más genuinos inventores vino a ocurrírseles en el adorno de los artesonados, los alicatados y los murales de estuco. EL PAIS - 26/10/1978 |