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URBANI

No sin razón, ni desobediencia alguna a su genuinidad etimológica y a su más recto sentido paleográfico, llama Ildebrando Urbani palimsepstos a sus pinturas. Algo, en efecto, tienen de aquellos antiguos manuscritos que conservaban las huellas de una escritura anterior y luego borrada a propósito. Urbani pinta o repinta sobre unos fondos que, si no tachados previamente, fueron tratados con anterioridad, aunque de su propia mano, a merced de unas tonalidades sordas, harto diferenciadas y diferenciadoras de la viva estructura cromática que, en un proceso ulterior, vendrá a superponerse. Palimsepstos son sus cuadros, delatores de la bipolaridad a que se ajusta su buen hacer: fondos monocromos y líneas sobreimpresas, concebidos aquéllos como pura fugacidad y trazadas éstas con un carácter estable y definitorio.

Fugacidad del entorno

Los fondos uniformes, entonados en un gris pertinaz, de las obras de Urbani parecen aludir a la insensible fugacidad del entorno (el viaje de una nube, el vuelo de una hoja, la sombra de un transeúnte, ortos y ocasos, ir -y venir del viento, aso y retorno de las estaciones...), al imperceptible tornasol de la naturaleza, siempre igual a sí misma y siempre cambiante, a la alegoría bíblica del vivir, cuyo acaecer es un simple pasar «como las naves, como las nubes, como las sombras». Fondos densos, difusos y evanescentes como el humo, sobre los que, aun sin ser borrados por completo, vendrá una estructura lineal a imprimir la plenitud de los colores primarios.

Urbani se vale, en este su segundo proceso creador, de la plenitud del arco iris, sólo del arco iris, reducidas sus franjas a líneas sutilísimas como filamentos, pero fijas, incisas, ahincadas en el lienzo a manera de surcos o afirmaciones de un sentir y un vivir rabiosa y simbólicamente personal.

Plenitud y claridad

Cada una de las líneas es símbolo de una parcela que el artista hurtó a la vida y la acotó con su nombre. Cada color, en su elementarismo, es igualmente símbolo de un sentimiento propio, intransferible, contrastado, en un momento de plenitud y claridad, con el sentir del universo a la redonda. Y el resto es paisaje minimal, sin adjetivo, retornado a los limites de su esencialidad; paisaje incontaminado e impenetrable que únicamente un Giorgio de Chirico (no en vano prologó, en Roma, una de las primeras exposiciones de Urbani) atinaría a identificar y definir en toda su radiante dimensión metafísica

EL PAIS - 23/02/1978

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