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PAUL HOFFMAN

«Cuando dos vibraciones son similares, coalescen; cuando dos notas corresponden, resuenan. La prueba empírica de ello es muy clara: prueba de afinar instrumentos musicales. La nota Kung o la Shang tocadas en un laúd serán respondidas por las notas Kung o Shang de otros instrumentos de cuerda ( ... ). Las cosas se llaman unas a otras.» Como anillo al dedo cuadra a las pinturas de Paul Hoffman el decir sentencioso de Tung Chung-shu, poeta chino del siglo II antes de Cristo, glosado, entre nosotros, por Luis Racionero Grau. Los cuadros de Hoffman son, en efecto, abierta proposición espacial y temporal en que formas e instantes se reclaman por gola razón de correspondencia, y de modo más o menos visible. Cuando más abierta es una panorámica, más difícil se nos hace delimitar lo visible y lo invisible. Abiertos, distensos, inabarcables, los cuadros de Hoffman aciertan a conciliar visibilidad e invisibilidad en aquel punto medio que podríamos llamar lo sugerido. Eso son sus lienzos: una perpetua sugerencia que suscita la adivinanza de parte del contemplador. Cada forma, o atisbo de la forma, exige, en un confín, la respuesta desde otro confín, y cada insinuación del color aparece como puro reclamo que ha de ser complementado y traducido por los ojos del visitante. Se conforma así el cuadro y expande su cromatismo a medida y en la medida en que es contemplado y se ven concitadas sus internas correspondencias.

«Como he dicho -insiste el poeta-, cuando se toca la nota Kurig, otras cuerdas reverberan por sí mismas en resonancia complementaria: es un caso de cosas comparables, afectadas de acuerdo con la clase a que pertenecen. Son movidas por un sonido que no tiene forma visible.» Propósitos y logros de Hoffman radican, justamente, en haber dado con ese punto sazonado de sugerencia en que visibilidad e invisibilidad convergen por el solo hecho de ser contemplada la obra. Apenas el espectador desglosa y explicita esa sugerencia objetiva, el cuadro se revela y organiza en perfecta resonancia complementaria y se hace plenamente visible su latente estructura, su concierto interior.

No le extrañe al lector el insistente recurso al ejemplo de la música. «La prueba empírica de ello -decía el poeta- es muy clara: prueba de afinar instrumentos musicales.» Muchos son los instrumentos que ha afinado nuestro hombre. Discípulo de Nadia Boulanger y Oscar Gighlia, iniciado en el arte de la guitarra por Andrés Segovia, titulado en el Conservatorio Oscar Esplá y estudioso del violoncello en el Conservatorio Real, Paul Hoffman ha sabido siempre alumbrar sus creaciones en la justa medida o correspondencia del tiempo y el espacio.

EL PAIS - 02/02/1978

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