PAUL HOFFMAN
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«Cuando dos vibraciones son similares, coalescen; cuando dos notas corresponden, resuenan. La prueba empírica de ello es muy clara: prueba de afinar instrumentos musicales. La nota Kung o la Shang tocadas en un laúd serán respondidas por las notas Kung o Shang de otros instrumentos de cuerda ( ... ). Las cosas se llaman unas a otras.» Como anillo al dedo cuadra a las pinturas de Paul Hoffman el decir sentencioso de Tung Chung-shu, poeta chino del siglo II antes de Cristo, glosado, entre nosotros, por Luis Racionero Grau. Los cuadros de Hoffman son, en efecto, abierta proposición espacial y temporal en que formas e instantes se reclaman por gola razón de correspondencia, y de modo más o menos visible. Cuando más abierta es una panorámica, más difícil se nos hace delimitar lo visible y lo invisible. Abiertos, distensos, inabarcables, los cuadros de Hoffman aciertan a conciliar visibilidad e invisibilidad en aquel punto medio que podríamos llamar lo sugerido. Eso son sus lienzos: una perpetua sugerencia que suscita la adivinanza de parte del contemplador. Cada forma, o atisbo de la forma, exige, en un confín, la respuesta desde otro confín, y cada insinuación del color aparece como puro reclamo que ha de ser complementado y traducido por los ojos del visitante. Se conforma así el cuadro y expande su cromatismo a medida y en la medida en que es contemplado y se ven concitadas sus internas correspondencias. EL PAIS - 02/02/1978 |