GUAYASAMÍN
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Por partida triple (agregue el lector a la que consta en la ficha introductoria las exposiciones celebradas en las galerías Bética y Altex) se nos presenta en Madrid el pintor ecuatoriano, nuestro viejo conocido, Oswaldo Guayasamin, sin que, desde 1972 (fecha de su última exposición oficial, en las salas de la entonces llamada Dirección General de Bellas Artes) hasta los corrientes, haya decrecido su probada megalomanía, corregida ahora, incluso, y aumentada con la pública declaración de sus gustos. No deja de ser una ventajilla para el crítico conocer de antemano los gustos y particulares aficiones del criticado. Y en verdad que los de nuestro hombre, de atender a sus recientes declaraciones (EL PAIS, 15 de mayo de 1977) en torno a la recién inaugurada plaza del Descubrimiento y a las tan traídas y llevadas moles de su cabecera, exceden toda hipérbole y convierten en jerga común la más detonante de las metáforas. Donde todos denunciaron desmesura, nuestro Guayasamín halló equilibrio, y lo que a los más produjo desconcierto, provocóle a él entusiasmo. «Desde el punto de vista estético -declaró literalmente- está muy bien equilibrado. Las masas que podían parecer demasiado pesadas le dan una gran ligereza a sus bloques. Es, al mismo tiempo, la cordillera de los Andes y las velas de los barcos. Quiero decir que es macizo como roca y liviano como ve la ... »De lo dicho entonces por él, en torno a una obra ajena, y de lo que sus propias creaciones dejan ahora traslucir, se desprende una incorregible pasión por la escenografía. Fiel a sus gustos, nos presenta Guayasamín una suerte de cartelón ferial o de retablo, y no precisamente de las maravillas, una especie de telón de fondo (en cuya faz la austeridad del Guernica picassiano adquiere tintes de TBO), desplegado en favor de una supuesta denuncia, tan grotesca como impenitentemente reiterada y aburrida. EL PAIS - 09/06/1977 |