No se da el paso de una generación a otra si no es por la presencia efectiva de cosas nuevas (esas cosas, exactamente, que nos remiten a la definición precisa de las diversas etapas de la Historia). En estos últimos veinte años se ha producido un trasiego incesante de movimiento pictóricos, cuya efímera vivencia no ha medrado, en algunos casos, más de un lustro. Llegados a nuestro suelo con ese mismo o aproximado lustro de retraso, tales movimientos sucesivos han venido a constituir, más de una vez, un auténtico y fugaz abrir y cerrar de ojos. Frente a la incesante proclama de las nuevas generaciones (¿cuántas presuntas generaciones no han surgido en el exiguo lapso histórico que a duras penas podría haber congregado la vigencia real de una sola?), se hace patente la similitud de las cosas que unos y otros proponen y quisieran instituir como nuevas, terminando por hacerse igualmente dudoso o ilusorio el supuesto tránsito generacional.
A quien se asome a la exposición que Canogar acaba de inaugurar en Madrid no le será menester una atención esmerada para cerciorarse del cambio radical que han sufrido estas sus últimas criaturas. El conocedor de su quehacer se hallará, sin duda, ante la presencia inesperada de unas cosas nuevas. Pero nuevas, ¿en atención a qué? En atención tan sólo a la actividad antecedente del pintor. Porque a la luz de la historia del arte contemporáneo, se trata de cosas harto sabidas, argumento, incluso, para una antología o síntesis de su propio despliegue.
Sin necesidad de reflexión fue pasando ante mis ojos (cuadro por cuadro de Canogar y fotograma por fotograma de un recuerdo) la película del abstraccionismo contemporáneo, con no pocos de sus antecedentes, concomitancias y secuelas. Obra tras obra, y fragmento, tras fragmento de algunas de ellas, venía a mi memoria la gloriosa letanía de los Malevich, Villon, Kupka, Kline, Rothko, Motherwell, Still, Newman, Noland, Parker, Soulages, Tápies... Y, tras la cuenta marginal de los neorrealismos, volvían a la sensibilidad inmediata ecos telquelistas, vagas enseñanzas de Pleynet y genéricas denominaciones como la de Support I Surface.Canogar ha roto, a la brava, con su precedente realismo social. ¿Audacia? ¿Pura e inteligente estrategia? A contrapelo de la opinión común, no dudo en inclinar la mía del lado del segundo interrogante. Mil veces más arriesgada hubiera sido, por inútil, la obstinada perseverancia en el callejón sin salida a que conducían sus reiterativas escenas urbanas. Oportuna reconsideración, más bien reacción y vuelta a la pintura, a favor del incesante manantial abstraccionista que impregna las cosas de nuestro tiempo.
¿Un Canogar nuevo? Sí, en el sentido de que ninguna de estas criaturas recuerdan el realismo de su pasado próximo, ni el informalismo de su ayer más lejano. Mentiría si afirmo que, sin advertencia previa, hubiera acertado yo a asignar a la paternidad de nuestro artista cualquiera de las obras que ahora expone. Obras nuevas, no en cuanto que tales, sí por lo que tienen, de distintas de sus precursoras, aunque debidas a la misma mano.
Llena de sagacidad y oportuna visión histórica, seguro estoy de que esta exposición de Canogar va a suponer un alerta en algunos de los hombres de su generación y de otras más cercanas. El tantas veces tópico renovarse o morir se reviste aquí de todo su patetismo originario, al tiempo que hace viable, para el dotado, una siempre segura alternativa: devolver a la pintura la especificidad de su ejercicio y traducirla en estrictos valores de conocimiento y creación.
Antes de que se cumpliera el habitual retraso con que suele sonar por estos pagos la hora del universo, Canogar decidió romper con lo más suyo de lo suyo. Fiando una parte de su empresa a sus probadas facultades, y a la experiencia de anteriores transgresiones la otra, ha desplegado el abanico de aquella expresión (el abstraccionismo) más característica del arte contemporáneo, vigente y operante, aún con otras etiquetas. ¿Que sus obras, son relativamente nuevas? Una novedad absoluta supondría, verificado el paso de una edad a otra, no la sola condición de crisis que cumple a la nuestra.
EL PAIS - 10/06/1976
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