Ha fallecido en París el pintor español Fermín Aguayo. El sábado pasado daban las páginas de EL PAIS la triste noticia, con un emotivo comentario del profesor Bonet Correa en el que se subrayaba la significación de nuestro buen artista, nacido en tierra burgalesa, crecido en Zaragoza y fallecido a orillas del Sena, donde, desde comienzos de los años cincuenta, había fijado su residencia o su exilio voluntario. Con él desaparece uno de los pioneros (el primero, tal vez) del nacimiento y auge del abstraccionismo en la pintura española. También se nos va un gran pintor y un hombre consecuente, consigo mismo y con su arte, hasta la última. Hace apenas un año presentó en Madrid (Salas de la Dirección del Patrimonio Artístico y Cultural) su primera exposición antológica. A propósito de ella, y resumiendo su propio curriculum, Fermín Aguayo declaraba a las páginas de EL PAIS: «Esta antológica comprende mí época abstracta en España, de los años 1948 a 1952; el trabajo en París hasta los años sesenta, con una reflexión sobre el trabajo del pintor, y desde los años sesenta, con una introducción figurativa a partir de elementos abstractos. He trabajado siempre del recuerdo, incluso en la actual fase figurativa. Los franceses dicen que hago una pintura muy española»,.
Esta es la voz de Fermín Aguayo y éste es su juicio sobre su propio quehacer, tal como directamente los recogió en su día: Fernando Samaniego. «El artista es un hombre -agregaba Aguayo, disipando sospechas y estratagemas coyunturales- que trabaja en la libertad; su valor en la sociedad es un valor de ejemplaridad. El arte como acción política no es válido. Lo interesante seria que la política fuese artística, con toda la invención y la ruptura de una obra de arte. »
Antepongo a mi comentario crítico las palabras del pintor para que algo quede dicho con el acento de su propio decir, y para extraer, también, de ellas una luz, una pista de aproximación a la peculiaridad, a la singularidad (caso único, el suyo) de su proceso creador. Habla, hablaba, Fermín Agüayo de «una introducción figurativa a partir de elementos abstractos», y en ello venía a regalamos una clave, una clarividente indicación, a la hora de interpretar el sentido de su obra y el, digamos, anómalo curso de su evolución: un tránsito gradual, moroso, paulatino, de la abstracción a la figuración, contraviniendo de algún modo la común costumbre que, historia del arte moderno en la mano, ha sido de signo antagónico, presidido por el ejemplo de Piet Mondrian, uno de los más ínclitos protagonistas de la modernidad.
Abstracción
Mondrian, como los más de los pintores no figurativos, procede de la figuración hacia la abstracción. Mondrian despoja progresivamente el objeto de todas sus notas individuales, hasta reducirlo a un color simple, a una línea, a una interdistancia: hasta hacerlo desaparecer. En tal sentido, es el suyo un arte logrado mediante una verdadera abstracción más que aristotélica. Piet Mondrian comienza siendo un pintor naturalista que, paso a paso (y sin saltarse ninguno), va asimilando en tal sentido todos los episodios del arte contemporáneo: primero el impresionismo, luego el art nouveau, más tarde la enseñanza de Van Gogh, para de ella pasar al fauvismo, al cubismo, y arribar a las fronteras neoplásticas del abstraccionismo más puro.
Fermín Aguayo ha de seguir la senda contraria a la elegida por Mondrian y la mayoría de los pintores abstraccionistas. Y en ello radica la peculiaridad, la singularidad de su caso. De sus primeras pinturas, rigurosamente abstractas y hondamente amasadas en el conocimiento y en el estudio de la materia, irá a dar a otro tipo de abstracción mucho más libre, en cuyo concierto las tierras rojizas, de los años cuarenta, van cediendo, en la década siguiente, a la insinuación de un azul grisáceo, y de un rosa nítido, abiertos a la adivinación del paisaje. Y llegará el paisaje, pleno, distenso, derramado como la tie rra misma y embebido en el aire, casi a comienzos de los años sesenta, y a contar de tal fecha, el paisaje dará cabida y acomodo a la figura humana, centro definitivo, hasta la muerte de Aguayo, de todas sus indagaciones, de toda su expresión.
«En esta pintura interior -ha escrito Gerard Xuriguera de la de Fermín Aguayo- emergen escalas de colores investigados, raras veces violentos; toda la gama de los grises, a menudo coloreados, juega con blancos templados y negros profundos, pero también ocres, marrones, amarillos sostienen la intensidad de este lenguaje orgánico. » Toda la gama de que habla Gerard Xuriguera es cierta y atinadamente referible a la pintura de Aguayo, pero con un orden preciso, con una exacta referencia a las etapas que aquí se han indicado, cuya suma y sucesión define a las mil maravillas su peculiar, su anómala y personalísima manera de proceder en el cómputo del arte de nuestro tiempo.
Unicamente permanecerán de principio a fin, y como una premonición del triste destino del artista, esos tintes blancos y esas pinceladas negras, ese feroz contrapunto entre la visión primigenia de la luz y la amenaza definitiva de la sombra, entre la risueña afirmación del color y la dramática negación del cromatismo y de la vida. Un negro severo, pertinaz, intransigente, odioso (odioso como la muerte misma), que se va apoderando irremisiblemente, parcela por parcela, del blanco gozoso de otros tiempos, de otras lejanas incitaciones del vivir. En la ya citada exposición antológica de Madrid no resultaba difícil advertir tan fiero contrapunto y adivinar la premonición.de un final cercano. De, ella quedan en mi recuerdo un pájaro aterido de frío en la orfandad del aire, el retrato demacrado de una monja .y la sucesion de unos pasillos en los que es seguro el acceso e imposible el retorno.
Un gran pintor
He preferido el análisis pictórico a la glosa necrológica, por salir al paso de una opinión tan divulgada como restrictiva. Suele decirse que Aguayo trajo el abstraccionismo a la pintura española de la posguerra, sin agregar que al propio tiempo fue un gran pintor, en posesión de esa cualidad, o actitud contradictoria, que le hace distinguirse de entre todos los artistas de análoga dedicación: el paso paulatino de la abstracción a la representación figurativa, y no viceversa. El propio Aguayo daba, al respecto, esta llana explicación: «Para mi generación, la pintura abstracta era más evidente que la clásica. Pero si se ve de forma objetiva, la pintura clásica es más compleja que la abstracta ( ... ). La pintura, para mí, es una especie de exploración,»
Fundador del grupo Pórtico, en compañía de Lagunas, Laguardia, Vera y Antón, llevó a. cabo con ellos las primeras experiencias abstraccionistas, en España y colgó las más audaces exposiciones del entonces. Refiriéndose a ellas, y a la mentalidad del público de los años cincuenta, Fermín Aguayo, entre nostálgico e irónico, solía recordar: «Aquellas exposiciones de Zaragoza tenían un gran éxito de risa; había colas para reírse ante los cuadros. » Descanse ahora en paz, y quede en el recuerdo de todos, quien de sí mismo dijo que pintaba del recuerdo
EL PAIS - 01/12/1977
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