Vinculado, en sus orígenes, al sur realismo y al informalismo en el punto crucial de su evolución, diré que Tápies no es ni surrealista, ni informalista. Tápies es Tápies: la afirmación, serena y contundente, de una identidad, la incesante propuesta de un signo unívoco, el acto ferozmente individualista de significar por significar, la causa reflexiva de un perpetuo remitirnos, sin tregua algo que simplemente está, que simplemente indica, e indica, sin más, en el universo.
Pocos pintores nos regalan un esquema biográfico tan propicio para fijar, de forma inmediata, histórica, casi determinista, la interrelación surrealismo-informalismo.- el tránsito gradual, paulatino, de una, actitud liberadora, desde el mundo de las imágenes o figuraciones aparienciales al de los materiales y los procesos de elaboración. Y en ninguno, como en él, se nos pone tan de manifiesto que la tal interrelación es puramente teórica, libresca, sistemáticamente preestablecida.
Este sería el esquema ideal: Comienza Tápies (época de Dau al Set) siendo un surrealista de escuela, dado a liberar el mundo del inconsciente, o del deseo, a través de unas imágenes tomadas del mundo a la conciencia y de la apariencia, para luego desituarlas, distorsionarlas y recomponerlas. En una segunda etapa (los veinte años que alberga la exposición que comentamos), el afán liberador se traslada, por vía abstraccionistas, al campo de los materiales, a la autonomía de los procedimientos.
A caballo de una y otra edad, romper con la esclavitud de la conciencia equivaldría, para Tápies, a liberar las ligaduras corporales y hacer que tal liberación hallase una correspondencia en el lienzo. Lejos de todo rapto inconsciente, se produciría, por tal modo, una especie de ajuste entre las apariencias pictóricas y los contenidos intencionales, una suerte de control selectivo, nada atentatorio ni contra la libertad de los materiales ni del propio proceso elaborador.
La ruptura entre la primera etapa y la segunda radicaría en la renuncia decidida a la manipulación (al trueque sistemático de las incitaciones de la realidad y de la vida por las categorías conceptuales), para aceptar una participación más directa en el hacerse de la obra, respetando la manera de ser de los materiales, dando paso a las internas transformaciones de su propio desarrollo y centrando toda la atención en el suceso que, paso a paso, aflora ante los ojos del hacedor.
Dijérase que el salto de surrealismo de escuela a esta otra modalidad que, a falta de mejor nombre, viene llamándose, informalista, se ha producido ejemplarmente en el proceder histórico de Antoni Tápies, tal como su propio curriculum ,parece sugerirlo. Y tal vez sea así, aunque en la pulcritud del planteamiento y del discurso se nos escape (por ideal, como antes dije, o teórico o generalizable) lo más y mejor de cuanto haya aportado a la plástica de nuestro tiempo el gran pintor catalán.
Atemporalidad
¿Cuál es, pues, lo más distintivo de su actitud creadora? El primer acierto de esta exposición consiste en haber renunciado a una versión antológica, propiamente dicha, o haber establecido una clara solución de continuidad. Si la relación entre el Tápies surrealista y el Tàpies decisivo se rompió, démosla por rota, en vez de reconstruirla teóricamente. Tápies no es surrealista por el solo hecho de que en esta exposición ni consta tal origen ni es menester que conste para su buen entendimiento.
Deshecha la relación, la exposición de Barcelona (veinte años de incesante actividad) -viene a confirmarnos, aún con mayor fuerza o motivo, que la obra de Tápies poco o nada tiene que ver con las intenciones de los informalistas. ¿Qué parentesco cabe establecer entre el proceder de Tápies, reflexivo, objetivado, a expensas de una larga duración y maduración... con el gesto repentizado, caprichoso, supuestamente automático y autónomo, de los amigos de la mancha y el chorreado a la brava?
Es como si se hubiera abierto un gran paréntesis en las amplias salas de Fundació Joan Miró, para mostrarnos una creación que cobra sentido por sí misma, reposa en sí misma y significa lo que quiere significar y lo que quiera usted que signifique. Un gran paréntesis de -atemporalidad, abierto a un Tápies sin precedentes (aunque en teoría los conozcamos), sin transiciones (aunque no nos sean histórica mente ignoradas), sin otro trasunto o correlato que su propia y radiante identidad.
He expuesto, de entrada, el origen surrealista del pintor y he pormenorizado su tránsito hacia la práctica del mal llamado informalismo, justamente, para negarlos, y con pleno conocimiento de causa, o para advertir que ni aquél ni éste (enójense cuanto quieran los amigos de las clasificaciones) sirven de nada a la hora de explicar lo que se explica por sí mismo.
Una exposición henchida, por enteramente ambigua, de hondos significados, de indicaciones mil, de atisbos y más atisbos directamente vinculados al conocimiento. Una exposición en la que conocemos, o en la que se nos enseña a conocer: ámbitos, estancias, estratos, climas, extrañeza circunstante, incitación vital..., y signos de una vaga panorámica, de la que, cual acontece con la vida misma, nos son conocidos los accidentes y se nos escapa el mapa de su integral coherencia.
Sabedor Tápies de que no hay signo que nos traduzca un significado verdadero (sino signos y signos y más signos, encadenados sine fine) procede, deliberadamente, por vía de simplificación. Signos, los suyos, someros, escuetos, reducidos a su pujante y mínima expresión, remitiéndose y remitiéndonos a ellos mismos, o a la vaga y multiplicada sugerencia (de la presencia y del recuerdo) que cada uno de ellos es capaz de suscitar y poner en contacto con el puro y simple conocer.
Ni surrealista, ni informalista (o neo-expresionista, matérico, libre-abstraccionista ... ) ni otras mil lindezas. Tápies en cuanto que Tápies, escueto y desbordante, opulento hasta en la expresión de lo insignificante, materialista y preceptor del espíritu y del conocimiento... Un Tápies, en fin, sin precedentes. He repasado, a conciencia, la nómina de todos los que habitualmente entran en juego, y sépalo o no Tápies, solamente he hallado uno, una acuarela («La carta») que Klee realizó cuando contaba diez años
EL PAIS - 25/11/1976
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