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Ha muerto Vicente Ros. A los ochenta y nueve años de vanguardia

Incluyo su actividad creadora en el cómputo de sus días por hacer literal aquello de vanguardista nato. Fue Ros un vanguardista nato, surrealista antes del surrealismo y premonitor, con más de medio siglo de antelación, de alguna de las tendencias hoy más en boga. Recluido en su Cartagena natal, ha muerto en la paz de aquel anonimato voluntario que le acompañó en vida. Una sola exposición realizó fuera de su lugar, hace ahora poco más de tres años organizada por Nueva Forma, presentada en la galería madrileña Kreisler Dos y merecedora del aplauso unánime de la crítica, no tan solícita en divulgar el recuerdo necrológico. Quisiera el mío atenerse a la loa de su magisterio, en la más estricta de las acepciones. Cuantos le conocieron y le frecuentaron le llamaban maestro. Pero ¿maestro de qué o a tenor de qué enseñanza? Más de una vez me asaltó la pregunta ante el hecho de que, viéndose rodeado de aprendices, careciera de discípulos. Todos los artistas de un amplio sector del Sureste han recibido enseñanza de Vicente Ros, sin que ninguno emulara o se acercase al arte peculiar del reconocido maestro.

«Grandes maestros -escribí a tal propósito- son aquellos que iluminan el ámbito de la creación, correlato de una concepción humano-vital, y cierran o dificultan, por el grado perfectivo de sus creaciones, la senda de su prosecución empírica. La obra del gran maestro, en la misma medida en que es capaz de suscitar la chispa de la aproximación al universo de la realidad de la vida y del invento en esa misma medida limita o excluye la práctica, emuladora de su reiteración, de no mediar la facilidad de la copia, la iniquidad del plagio.»

Las obras de Vicente Ros entrañan una radiante apertura, en el ventanal del arte, hacia la luz del conocer y del crear, y una total imposibilidad de intentar la emulación de mano ajena y no amiga de atribuirse lo ajeno. Rodeado de aprendices, siempre careció Vicente Ros de discípulos, afirmándose en ello su condición creadora, y la autenticidad de su magisterio a lo largo de ochenta y nueve años (¡vanguardista nato!) de actividad infatigable en el voluntario anonimato de una vida ejemplar.

EL PAIS - 30/05/1976

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