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ANTONIO DE PEREDA

Si en más de una ocasión se dio aquí rienda al reproche, vaya hoy por delante el aplauso a la Dirección General del Patrimonio Artístico del Ministerio de Cultura, en atención al regalo de esta atinada exposición conmemorativa de Antonio de Pereda y, muy singularmente, a quien ha acertado a seleccionarla, catalogarla, prologarla y montarla: Alfonso E. Pérez Sánchez, subdirector del museo del Prado y primera autoridad en pintura barroca. No se me ocurre mejor fórmula de reconocimiento y gratitud al profesor Pérez Sánchez que transcribir en pasado lo que, a título de introducción, redacta él en presente: «Carecía hasta ahora Antonio de Pereda del extenso estudio que su importancia reclamaba. » No, ya no carece Antonio de Pereda del estudio debido, ni reclamar puede su memoria homenaje más cabal que la exposición ayer mismo inaugurada, al cumplirse el tercer centenario de su muerte. Alfonso E. Pérez Sánchez se ha cuidado esmeradamente de lo uno, y le ha secundado solícitamente en lo otro la mencionada Dirección General. Lo que en tantas, y -tantas conmemoraciones suele fiarse al énfasis ocasional y, pasada la ocasión, va habitualmente a dar en el olvido, se ha encomendado en ésta al estudio, quedando definitivamente preservada la memoria del homenajeado en el relato científico (tal y no otro es el término más ajustado a verdad) del profesor Pérez Sánchez, al tiempo que se ofrece a la mirada del común el cómputo del quehacer (las casi dos terceras partes) de Antonio de Pereda y de muchos de los coetáneos que le fueron afines. El título general en que unos y otros se engloban da exiguo margen a la duda: «Antonio de Pereda y la pintura madrileña de su tiempo.» Amplitud de repertorio y rectitud de criterio se encargan de hacerlo verosímil a la razón e inmediato al sentido, resucitando, in vivo, el derredor en que el arte de Antonio de Pereda vio la luz y el ocaso (1611-1678) y recomponiendo la escena, viva también, de aquella edad fecunda que distinguió lo más genuino de nuestra expresión con letras de oro.

Valga, para cerciorar al lector acerca del alcance de esta exposición, la sola sugerencia del aspecto cuantitativo. Con fondos de su propiedad o custodia han colaborado quince museos, siete comunidades conventuales, siete instituciones docentes, cinco iglesias parroquiales, tres reales academias y otras tantas entidades públicas (Patrimonio Nacional, Biblioteca Nacional, Consejo de Estado, Casa de la Moneda...), amén de un buen puñado de coleccionistas privados de Barcelona, Córdoba, Madrid, Valladolid y Vitoria. Se acompañan éstos fondos nacionales con otros de foránea procedencia, entre los que son de destacar la célebre Vanitas del museo de Viena, los bodegones del museo de Lisboa y dos grandiosos lienzos religiosos venidos de la ciudad de Dallas. Junto a Antonio de Pereda componen, en fin, el marco de su tiempo más de cuarenta pintores de nombre conocido (Carducho, Maino, Zurbarán, Carreño, Rizzi ... ) o confinados al anonimato. No se me ocurre otra crítica de esta muestra memorable que la escueta invitación a su visita y la atenta lecturadel texto que la ilustra, si de aliciente excepcional para los expertos, de inestimable ayuda para el profano.

EL PAIS - 14/12/1978

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