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Crisis, cara y sobrenombre

«Lo peor es la cara que se les queda», apostilla, y no miente, el comentario callejero. Anunciada oficialmente la crisis, se modifica instantáneamente la faz del destinatario: tiñese de una cierta arrogancia la del cesante de pro y se torna ceño fruncido la del estrictamente cesado; que solicitud propia y ajeno arbitrio dejan huella respectiva en las buenas artes del fotógrafo. No, no es, difícil descubrir quién se apeó voluntariamente del sillón y quién lo hizo a su pesar. Puede incluso reconocerse al que anduvo entre esto y aquel o por la gracia o desgracia de un dilema audazmente planteado («o vice o nada», dicen que dijo Boyer y, esfumado lo uno, se le puso cara de lo otro), o al que colmado anda de requiebros por la acera de acá y por la de enfrente (la felicitación a Morán ha venido a exceder, por unánime, el rasero de las ideologías).

Casos se don en que la decisión del que randa «imprime carácter» (como ciertos tus sacramentos) en el semblante del que ha de obedecer. Si tal ocurre, es de por vida, a veces, nada larga (hubo ministro del anterior régimen que se fue al otro barrio con el postrer recuerdo del motorista). No menos sintomática resulta la actitud de exagerada desenvoltura con que algunos parecen aceptar el despido (¡aquel rojo clavel que de la solapa de un Barón sonriente fue a parar a la de un Morán, repito, en olor de multitud!) Me consta, en fin, que alguien se levantó ese día con cara de pregunta («¿por qué precisamente a mí?») y alguien por toda respuesta se puso a tararear con acento machadiano: «Ni Gobierno que perdure, ni mal que cien años dure.»

Apenas diez días han pasado desde que tomara cuerpo el conflicto, y los gestos empiezan a fijarse (cosa propia de la memoria) con retrospectiva precisión. ¿Recuerdan? Pronunció Fernández Ordóñez la solemne promesa con la doméstica rutina del habituado o «publiadicto», en tanto el novato Pons la trocaba en juramento y de cartera a cartera trasladaba el rito el reconverso Solchaga. Cargo sobre cargo, malamente pudo Solana contener el alborozo en contraste con el adusto ademán de Guerra (¿ganador del certamen?) a las puertas del primer Consejo de Ministros; volvió a chocar con la de Barrionuevo la mirada de Ledesma; no atinaba Cosculluela a disipar su asombro y al presidente González se le iba poniendo cara de. «¡quién me mandó a mí desatar la crisis!»



LA verdad es que habla empezado la cosa en simple remodelación para concluir en crisis manifiesta. Si modelar es dar forma a una materia maleable, remodelar equivale a modificar la una sin menoscabo de la otra. Idéntica ha de ser la materia para que acto tal se avenga a su legítimo concepto. Anunciada la remodelación, voló González a Milán en calidad de- artista invitado a la «cumbre europea», hallando, de retorno, que la materia se le antojaba harto dispar de la que aquí dejara con nombre, por más señas de arcángel. Miguel, en efecto, se llamaba lo ayer maleable, y duro ahora cual peñasco. «Este no es mi Miguel –clamaba el presidente-, que me lo han cambiado. » «O la vicepresidencia o nada», argüía Boyer, erre que erre en su nueva y rocosa condición. Y la remodelación, inviable en tales circunstancias, dio paso a la crisis.

Se aireó luego la faz y el sobrenombre mismo que de crisis en crisis llegan los ministros a compartir con los que de por vida cumplen a monarcas, toreros, cantaores, bailaores y otros más del género: el Deseado, el Cordobés, el Camarón, la Chunga, el Fary... ¿Una aproximación a la nomenclatura ministerial en crisis? Boyer, el Inmaleable; Guerra, el Disponible; Solara, el Duplicado; Solchaga, el Reconverso; Barón, el Risueño; Morán, el Ecuménico; Ledesma (o Barrionuevo, según se mire), el Antagónico; Serra, el Batallador; Lluch, el Saneable; Ordóñez, el Autosucesorio; Campo, el Elocuente; Cosculluela, el Estupefacto... y González, el Ministrable (a favor de su propia «movida» dio el presidente en afirmar que le encantaría ser ministro; algo así como si el Papa declarase «urbi et orbi» una rendida vocación de sacristán). Nombres, en suma, y caras. Aquellos se les ponen; éstas se les quedan.

DIARIO 16 - 15/07/1985

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