FRANCISCO BARON
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«Para que Febo dejara alguna vez de extender sus brazos de luz y rodear con ellos nuestro globo húmedo y frío, dio el vulgo en llamar Noche a ese otro sol que no comprende.» La frase es de un escultor del Renacimiento (¡nada menos que Miguel Angel!), y mía la ocurrencia de referirla, salvadas cuantas distancias juzgue el lector de salvar, a un escultor de nuestros alas: Francisco Barón. Atento y muy atento parece haber andado nuestro hombre a la recomendación de su ilustre colega renacentista, hasta el extremo de centrar en la densidad de la noche todos sus desvelos, consciente de que en su entraña se engendra la expectativa del amanecer o sabedor, con César Vallejo, de que «la Luz es tísica y la Sombra gorda».Quien quiera comprobarlo, preste alguna atención a los soberbios dibujos con que Francisco Barón ejemplifica e ilustra la génesis de sus esculturas. Sordos, densos, acromáticos o teñidos, cuando más, de un verde de musgo o cardenillo, de un resplandor rojizo y oxidado, o del azul y el rosa de un viejo tratado de anatomía..., todos y cada uno de sus dibujos son obstinada pesquisa en los vientres de la noche, en lo hondo y oscuro, en lo de dentro (lo de dentro del dentro), donde anida el germen macilento de la luz. La mano del artista, aclimatada al poso de la oscuridad, afronta la corporeidad de la sombra, la penetra, disocia y descuartiza con el ánimo de descubrir en su entraña su pálido secreto. EL PAIS - 15/06/1978 |