Ir a SantiagoAmon.net
MARCEL MARTÍ

Una obra bien hecha es ya una buena acción. Etica y estética se dan la mano en la aceptación más literal de tan llano aforismo, y sin el harto recurrido carácter teórico-reivindicativo-panfletario de que suelen adornarse no pocas proclamas y manifiestos al uso. Quien dijo que «la estética del futuro había de ser la ética» andaba en lo cierto, aunque omitiese que también lo fue del pasado y lo es del presente, siempre y cuando él hacer constituya un buen hacer y atienda el hacedor al por qué originario, a la naturaleza de lo que hace, y resplandezca lo hecho en la forma adecuada de su propia manifestación y ejemplifique el mirar de quien a ello se asoma y de ello participa. Disculpe el lector el tono lírico-moralizante de esta introducción y no le parezca excesiva su referencia al simple acontecer de una exposición en Madrid, donde tantas y tantas se abren y clausuran al cabo de la semana. La de Marcel Martí es, en todo caso, excepción, y lo es porque todos sus afanes se centran y concluyen en enaltecer ese dato tan obvio para el menester del arte como sistemáticamente olvidado por los mil improvisadores que de un tiempo a esta parte mienten ejercerlo: que la obra esté bien hecha y de ella dimane alguna ejemplaridad.

Todas y cada una de las esculturas de Marcel Martí participan de una común idea de perfección, entendiendo por tal, y ante todo, la recta adecuación entre lo que incitó la vocación del artista y lo que el artista dejó hecho y bien hecho, bien consumado, bien acabado. El, Marcel Martí, ha acertado a trasladar al arte, y con los medios propio del arte, aquella nota, peculiar entre las peculiares, del producto derivado de la tecnología: el buen acabado. Esa misma cualidad (es, buen acabado que tantos desvelo acarrea al proyectista tecnológico, tanta complacencia procura a usuario) es la que destella y recaba el atractivo en cada modulación arista, curvatura y recodo de las esculturas de Marcel Martí. Todo en ellas es pulcro, perfecto bien acabado, como el producto tecnológico, pero sin que el escultor haya pedido nada a préstamo de la tecnología. Todo aquí obedece a instancia del arte, a conocimiento del oficio, a la naturaleza de los materiales y a la exigencia del proceso elaborador. El mármol de Carrara y la piedra de Bélgica hallan, de la mano de Martí, su pulimento definitivo y definitorio; la madera ha sido trabajada con santa paciencia artesanal, y el bronce (¡qué bien se funde en Barcelona y qué medianamente en Madrid!) consolídase en el límite de su propia posibilidad, fruto exclusivo de un buen hacer, de una buena acción.

EL PAIS - 01/06/1978

Ir a SantiagoAmon.net

Volver